Harry El Sucio

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX *

La nobleza mundial no vive sus mejores momentos ahora, a pesar de haber sobrevivido por los siglos de los siglos… amén, a pesar de haber sobrevivido a cismas, guerras, poligamias y revoluciones.  Siguen tan campantes, porque la crisis no les alcanza, sus castillos no pagan impuestos, son grandes latifundistas y  tienen derechos casi infinitos para mercadearse y anunciarse, como la corona inglesa que patrocina whiskeys, lociones, bolsas para dama y hasta líneas aéreas.  Hace no muchos años, llegó a la corona inglesa una profunda crisis.  La princesa de la película –elegida para serlo- se salió del huacal. Tuvo novios que eran empleados de miembros de la realeza, salía a fiestas  se echaba alguna champagne si le parecía bien, le daba la vuelta al mundo, mientras que el príncipe Carlos –cara de ganso- enamorado de una anciana decrépita hacía lo mismo, paseándose en la clandestinidad de su amor.

El príncipe –que en este cuento no se convirtió en sapo sino en ganso- era infiel públicamente, en tanto que la princesa más famosa de la historia contemporánea le devolvía las infidelidades con el mayordomo, con el caballerango y fue fotografiada en diminutas ropas.  El pueblo la amaba a pesar de todo ello, mientras que la reina la odiaba peor que una madrastra.  La relación del heredero de la corona con la princesa ideal se pudrió, el libertinaje se hizo cada vez más fotografiable –un gran negocio- envuelto en un gran negocio hasta que ocurrió la tragedia de los paparazzis en el Pont dél Alma, el túnel cercano a la Torre Eiffel.   Murieron todos: el amante, hijo de uno de los hombres más ricos de Inglaterra, el egipcio dueño de Harrod’s.  Una ofensa para el racismo inglés: la princesa –de quien se dice estaba embarazada- estaba a punto de magnificar la tragedia con un hermano bastardo de los príncipes –uno de los cuales será el rey de Inglaterra-  La historia termina con el triunfo envuelto en sangre de la Reina Isabel.  El pueblo la obliga a brindar un homenaje público a la que fuera la princesa más querida del Reino Unido.

Los titulares de los periódicos del mundo muestran esta vez al nieto de la reina e hijo de Lady Di, tercero en la sucesión monástica, en traje de rana en un hotel de Las Vegas, con amigos y amigas de no malos bigotes.  El escándalo es mundial.  Los empresarios de este desierto de Nevada no iban a dejar pasar esa nota que tantos millones de dólares generó al publicase.  La corona ha prohibido que la foto se divulgue en los periódicos ingleses. Pero los billetes son los billetes y el pasquín The Sun señala que el mandato llegó tarde, demasiado para vestirlo en sus páginas periodísticas, de modo que Harry debió salir como Dios lo echó al mundo.

Las versiones populares tienden a subrayar que la realeza tiene problemas de salud: con taras dada la proximidad del parentesco o por la edad tardía en que engendran a los hijos.  Pero son como nosotros, sólo que viven del erario y por el derecho de sangre.  Si se muere uno, es reemplazado por el otro, y así, por siempre jamás.

Recientemente el rey Juan Carlos de España acaba de caerse otra vez en un acto público.  Salió a colación su afición a cazar elefantes –porque a las ardillas ya no les atina-, siempre acompañado de su mucama europea, con la que tiene un affaire de largos años.  La Reina Sofía, por su parte, muestra siempre un rostro adusto por la dura vida sentimental que el destino le deparó, al lado de un monarca que no la quiere ni en pintura.  El yerno –hijo de la infanta más guapa- se dedica a hacer transas a costa del pueblo español y de la estabilidad de la monarquía, que pasa verdaderos trances para mantener la honra a flote.  La infanta fea, por su lado, se ha divorciado de un hombre que parece Frankenstein, por el tamaño del cuerpo y por la semejanza de su rostro con tan terrible personaje.

El pueblo por su parte, vive momentos de crisis aguda.  Hay fotos que muestran a los españoles buscando entre la basura algún tipo de alimento que comer.  Es grave para este siglo XXI que convivan en un mismo territorio la realeza de los muy ricos y la frugalidad y miseria de los más pobres.  ¿Vendrá otra revolución como la francesa de 1789? No la deseamos.

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