La Casa de los Perros | Zacatecas: el eco de la muerte y la violencia

CAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

Las cifras no mienten, pero tampoco cuentan toda la historia. El reciente informe del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) sobre las defunciones registradas de enero a septiembre de 2024 es como una herida abierta en el cuerpo de Zacatecas. Una herida que sangra con una tasa estandarizada de 441.4 defunciones por cada 100 mil habitantes.

El INEGI informa que en México se registraron 610 mil 404 defunciones. Los números son fríos, pero las vidas que se fueron historias truncadas y sueños que quedaron a medias.

Las enfermedades del corazón, la diabetes mellitus y los tumores malignos son los verdugos silenciosos, los enemigos íntimos que habitan los hogares zacatecanos y en todo México. Pero hay otro asesino, uno que no se esconde tras diagnósticos clínicos: la violencia. Las agresiones, esos homicidios que retumban como balas perdidas en las calles polvorientas, también ocupan un lugar protagonista, especialmente entre los hombres.

Sí, porque del total de defunciones en el país, el 55.8 por ciento correspondió a hombres, mientras el 44.1 por ciento a mujeres. Aquí, la muerte no siempre llega con bata blanca; a veces, viste de negro y apunta con un arma.

Zacatecas comparte este destino aciago con estados como Chihuahua, en donde ocurrió el mayor número de muertes por cada cien mil habitantes, en donde la muerte se ha convertido en una rutina, un visitante indeseado que no toca la puerta. La inseguridad ya no es un fenómeno aislado, es un personaje más de este drama, caminando hombro a hombro con las enfermedades que devoran a la población.

El incremento en las muertes respecto al mismo periodo de 2023 (14 mil 254 murertes más) es un grito ahogado, una súplica invisible que debería estremecer a quienes gobiernan. Pero lo único que vemos son discursos gastados, palabras que rebotan contra las paredes de palacios de gobierno, mientras la sangre se escurre por las grietas de las calles.

Las políticas públicas de salud y seguridad no pueden seguir siendo líneas paralelas. Hay que trenzarlas, entrelazarlas como las historias de aquellos que mueren por un infarto mientras la violencia golpea a sus vecinos. Un estado sano no sólo se mide por sus hospitales, sino por su capacidad para evitar que la muerte, de cualquier tipo, toque las puertas de sus ciudadanos.

El pueblo zacatecano no es una estadística. Son historias entrelazadas, destinos cruzados por la enfermedad y la violencia. Merecen más que números, merecen paz, justicia y gobiernos que actúen con la misma urgencia con la que la muerte les arrebata a sus seres queridos.

¿Hasta cuándo, Zacatecas? ¿Hasta cuándo seguiremos recogiendo cadáveres mientras los vivos se preguntan si serán los siguientes?

El peso del sol y la sombra del poder
El calor no avisa, golpea. Ocho de la mañana, Zacatecas. Niñas de siete, ocho, nueve años, alineadas en la plancha ardiente de la Zona Militar. Cuerpos frágiles, uniformes impecables, mejillas encendidas. Las llamaron para rendir homenaje a la bandera, esa que ondea altiva en el discurso, pero arrugada en la realidad. No hubo ceremonia en las calles; esas las tomaron los maestros en su megamarcha. Así que las niñas fueron llevadas a un terreno más seguro, donde el único grito que resonó fue el del sol clavándose en la nuca.
Y entonces cayeron. Una. Dos. Cinco. Treinta. Como fichas de dominó vencidas por el calor. Algunas salieron en sillas de ruedas, otras en brazos, las piernas colgando, la vista perdida.
A unos metros, bajo la sombra fresca de un toldo, los funcionarios. Imperturbables. Escuchando el discurso del gobernador David Monreal Avila, quien ya no pisa la calle si no hay un muro que lo proteja.
Así acabó el Día de la Bandera: las niñas en el suelo, el poder a la sombra y la patria, rota, arrastrándose entre discursos vacíos y un sol que quema, como la realidad.

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