Las feministas tenemos que reagruparnos
SARA LOVERA
¿Cuál es la esencia del feminismo? La apuesta filosófica y política del feminismo de los años 70 fue muy clara: La transformación de la sociedad en una no autoritaria, no patriarcal. Tarea muy superior y diferente a la importantísima sobre la igualdad. Esta no puede detenerse a compartir el poder, de lo que se trata es de transformar la sociedad y desterrar los liderazgos masculinos y la práctica caudillista.
Me acordé de la zaga del General Elias Calles (1929) al crear un partido único en busca de hacer efectivas las aspiraciones de la Revolución Mexicana, se decía. Él logró unir a todos los sectores, los partidos y los grupos enconados. Incluso a la derecha extrema en un proyecto de país que lo pacificaría y podría delinear los caminos necesarios para una hipotética marcha del país, tras un millón de muertos, asonadas, ingobernabilidad y definiría lo que posteriormente se llamarían planes sexenales.
Es lo que, Luis Javier Garrido plantea claramente en su libro El partido de la revolución institucionalizada. La formación del nuevo Estado en México (1928-1945), México: Siglo XXI (1991), un texto que explica cómo, al tiempo, esa expectativa se diluyó, surgieron los poderes de los generales, las traiciones al cuerpo entero de la Constitución de 1917 y dejó en el camino las aspiraciones del Estado revolucionario. Se había institucionalizado la Revolución. El caudillismo fue el talón de Aquiles de la propuesta callista. Pobres y campesinado, actores fundamentales en la lucha armada para derrocar el porfirismo, fueron despojados y marginados. Hasta hoy.
Se construyó así un nuevo presidencialismo. Hace 50 años, cuando empecé a reportear, el poder del presidente era intocable. Tampoco se podía tocar al ejército. El control informativo era total. El presidente en turno -el caudillo temporal- era al mismo tiempo el jefe de su partido, el jefe de los poderes judicial y legislativo, era dueño de la vida cotidiana, había dejado crecer y multiplicarse la educación confesional y, a pesar del derecho al voto, las mujeres no existían. No había división de poderes y estaba en la basura el Estado Moderno.
Era el presidente quien definía y determinaba; no funcionaba para nada la democracia liberal, la que hoy concebimos y los gobernadores de estados, teóricamente libres y soberanos, no tenían opinión. Se hacía lo que el presidente de la República mandaba.
El centralismo presidencialista era el gran elector y el único y principal actor. Recuerdo cómo Luis Echeverría -1970-1976- hacía y deshacía, independientemente de la Constitución y las leyes. No había más que ventanillas controladas para obtener información oficial y determinada, letra por letra por el señor presidente.
No existía el sistema de partidos. El partido comunista -1919-, estaba conculcado; había tres partidos políticos. “Los paleros” decíamos, el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana PARM constituido por integrantes del ejército; el Partido Popular Socialista PPS sin fuerza alguna, sometido, y el Partido Acción Nacional (PAN) que jugaba a la oposición con el poder del capital, la iglesia y la crítica contumaz contra el poder centralizado. Un bello panorama. La represión era directa. Un año, por los ochenta, contamos las y los periodistas el asesinato de 500 líderes agrarios; se había bañado en sangre la población estudiantil y la prensa estaba totalmente controlada.
Por supuesto los sectores femeniles y los grupos de mujeres, estaban totalmente subordinados. Estaba prohibida la anticoncepción –se abrió en 1974-; por el delito de violación sexual se pagaban con 50 pesos de multa o se reparaba el daño con un matrimonio forzado, la educación sexual estaba prohibida y el Nuncio Papal hacía negocios con el poder instituido.
De este momento, cuando en definitiva se ha echado al PRI de Los Pinos –hoy tercera o cuarta fuerza política- lo que me asombra y conmueve es que ciertamente el pueblo de México ha votado para restaurar al Partido de Estado, único y definitivo. Me asusta que a 12 días de la elección, triunfadores de la contienda, en pueblos, municipios, estados, cámaras y lo que sigue, estén envalentonados y dispuestos a cambiar leyes, reglamentos y programas, antes de iniciar la nueva administración.
Está en vilo la agenda de las mujeres, se ha disparado la transición democrática, entramos a una, le llaman, cuarta transformación profunda. No lo dudo. Creo honestamente en las buenas intensiones, las que se plantea un rey bueno que ha interpretado correctamente todos los agravios de una población humillada, donde se violan los derechos humanos, donde la impunidad nos ahoga y, lo más grave, vivimos desde hace 12 años una guerra que ha cobrado miles y miles de muertes, que no cesan, donde el crimen organizado ha llegado a la colonia Polanco, y algunos de ellos, más los acosadores, se sentarán en las Cámaras y en algunos puestos de decisión.
Todo eso, nos prometen, cesará. Mientras tanto en los últimos 12 días sigue la guerra, sólo ayer 12 asesinatos y en un sólo año, dice la CNDH, han sucedido más de cinco mil asesinatos de mujeres en razón de género; 22 mujeres en la política en los últimos nueve meses.
La voluntad expresada en las urnas es indiscutible. Un total de 55 bancas en el Congreso serán para la extrema derecha que no se dispone a entregar su registro, lo que no sucedía desde la zaga de Elías Calles, terminada la Guerra Cristera. Y contradictoriamente tenemos paridad, puestos de decisión para muchísimas mujeres en los tres niveles de gobierno; un gabinete paritario, cientos de alcaldesas, diputadas locales, diputadas federales, senadoras, concejalas, síndicas. Mujeres jefas de algunas importantes capitales de México. Accedimos al segundo lugar mundial en la representación política senatorial y, sin embargo, muchas de esas mujeres no nos ven ni nos oyen.
Así está en dificultades la agenda feminista: la interrupción legal del embarazo; la libertad de las mujeres, su empoderamiento; nos acosa la violencia feminicida y las conciencias “democráticas” tampoco nos ven ni nos oyen. ¿Qué pasará con la estructura institucional de género? ¿Qué sucederá con la sociedad civil feminista puesta en duda? ¿Se reformará el débil Enapea y continuarán lo embarazos infantiles, más de cuatrto mil al año? ¿Dónde quedará la anticoncepción de emergencia?
Estoy convencida que las mujeres feministas tenemos la obligación urgente de reorganizarnos, tenemos que hablar y encontrarnos, como ya se nos convoca. Es necesaria una estrategia inteligente y firme. Necesitamos aliarnos, empujar una fiscalía independiente, arañar los recursos que podrían disminuir aún más de lo que ya están, profundizar la reforma en los medios de comunicación; defender el presupuesto de género; organizar a las mujeres en pueblos, comunidades y barrios; abandonar la tecnocracia de género, sumar fuerzas y establecer un nuevo modo de encontrarnos entre nosotras, restañar heridas, crear un voz activa, defender lo que, a pesar de todo han sido avances. De otro modo seremos avasalladas, sometidas y dominadas. Deshacernos del espejismo y la estulticia es un imperativo.