Carta a mis maestras
Recuerdo muy bien a la primera. La que me enseñó lectura de comprensión.
SARA LOVERA
Ahora, a punto de llegar a la séptima década de mi vida, quiero hacerles a todas ustedes un homenaje. Contarles que sin sus enseñanzas jamás hubiera salido adelante, me hubiera quedado como maceta, sin pasar del corredor; nunca me hubiera topado con los libros básicos y hubiera sido incapaz de descifrar los grandes problemas filosóficos de la vida.
Recuerdo muy bien a la primera. La que me enseñó lectura de comprensión. ¿Se imaginan? Sin comprender lo que se lee y luego escribirlo, mi carrera de periodista hubiera durado una semana. Ninguna audacia podría sustituir ese proceso básico en mi profesión, entender lo que oigo y veo, lo que experimento, lo que se presenta como novedad y proceder a compartirlo. Sin esa maestra, que tiene nombre, pero que no le gusta la publicidad, jamás hubiera logrado la hazaña de mi vida.
Y también veo en mis ensoñaciones a la menuda mujer, monja, que luchó con mis locuras y desproporciones, que me sentó y me aquietó, durante muchas tardes nubladas, a veces muy tristes, en la orilla de una larga escalera que prometía sólo miedo, y me sentó a controlar mis pasiones ejercitando lentamente el bordado de punto de cruz en una larga tela de cuadrillé, para que de esa manera se pudieran calmar mis chifladuras, y un día pudiera concentrarme. Puedo hacerlo en medio de una ruidosa redacción; en medio de los juegos de mis nietas y mi nieto; al lado de una carretera ruidosa o una noche con tempestad.
Y Dolores Cordero que vive y sigue el camino de la sabiduría, que me hizo leer y leer hasta el cansancio y la desesperación, todos los autores latinoamericanos y las escritoras que se le ocurrieron, como fundamento de la profesión que ella misma seguiría conduciendo sobre mí, como maestra, hasta que cumplí más de 50 años. Cinco décadas de aprendizaje, una linda relación que no quiso jamás transgredir su autoridad, ni admitir una desfachatez, sin ella no hubiera logrado lo que fue central en la construcción y continuidad de uno de mis más grandes proyectos de la vida.
Por eso les digo a todas mis queridas maestras: ¿Quién sería yo sin sus enseñanzas y sus ejemplos? ¿Dónde habría ido a dar cuando era imposible detener mis ansias y mis extravíos?¿Que hubiera sido de mi incapacidad de concentrarme sin su atención? Maestras queridas, Elena, Sagrado Corazón de María, Josefina, Dolores, Miss Lucy, Rosa Ma., Ma. Luisa, Adelina, Sara, y las de la vida, las que me han enseñado lo básico en solidaridad feminista: Antonieta, Gabriela, Rosario, Josefina, Graciela, Anita Ma, Paulina.
Reconocer a la tutora, a la que te ha conducido para lograr algunas metas. La persona que te aclaró el cielo, como las diosas en tu haber, es una condición humana necesaria para lograr ser y hacer en la vida. Sin resquemor y con harto respeto, las vi, las tuve, las disfruté en mi hacer cotidiano, les tomé sus conocimientos y los reanimé en mi alma: las he querido entrañablemente a todas, como eso, maestras sin temor.
¿Qué algunas se convirtieron en amigas? Esa explicación la dejo para el 14 de febrero. Ahora quiero decir que el tutelaje feminista deberá recuperar un espacio central en tiempos de confusión y de superficialidad, en tiempos donde está en crisis el sistema educativo nacional; donde se conoce muy poco de historia, casi nada de civismo y mucho menos de historia de las ideas y, todavía menos de la historia de las ideas feministas.
Es claro que tenemos una enorme responsabilidad en un pronto reemplazo, ese que viene creciendo, que toma las calles, los blogs, los sitios muy amplios en el ciberespacio y en la protesta para detener la estulticia y la violencia. Las jóvenes feministas que han iniciado otra forma de protesta y otra forma de militancia. Muchas, fantásticamente jóvenes con nuevas ideas y enormes proyectos.
Tomar tutelajes sin miedo, irnos a las aulas de la vida, llamar o dejarnos encontrar por estas jóvenes que necesitaran maestras solidarias, no mujeres en competencia; no viejas brujas que ya pasamos el tiempo de la acción y la propuesta. Dejarlas entrar al mundo que construimos, seguramente lleno de obstáculos o mal decisiones. O dejarnos enamorar.
Reencontrar el magisterio y unirnos con humildad a el. ¿ alguien cree realmente que después de los 60 se puede concursar para la presidencia de la República, la presidencia de un patronato, la jefatura de un partido político, o de una organización no gubernamental? ¿Alguién con sano juicio puede suponer que si no hemos sido escritoras, músicas o políticas, lo seremos después de los 60? El magisterio requiere serenidad y buen trato; disposición a cambio de confianza. Las niñas y las jóvenes nos necesitan, pero no como jefas, sino como maestras, con horarios y lugares precisos, donde ellas puedan después crecer y desarrollarse.
Eso lo tuve yo, lo disfruté enormemente, ahora estoy en reposo, serenamente, esperando el tiempo y gozando de las cosas construidas, la amistad, el amor, los afectos familiares y sociales y también, porque no, la propiedad y el dinero. Feliz día de la maestra a todas.
LNY/Redacción