La Ley

SARA LOVERA

En estos días el debate es la cultura del incumplimiento del marco jurídico, como sinónimo de sociedad y gobierno mexicanos. Si el poder no cumple la ley, yo tampoco, parece un eco nacional y justificativo en el mar de confusiones y desazón.

Pensar que nada nos obliga a pagar impuestos, a no pasarnos los altos, a olvidarnos de un pequeño hurto, a no declarar compras sin facturas, a escondernos antes de denunciar al vecino que escuchamos maltratar a su compañera; que es natural la cadena de tráfico de influencias y justificar a quienes cobran poco y entonces no trabajan.

Esta ruta sería como dar al traste con momentos civilizatorios y de avance, que por supuesto México ha tenido. No ha sido un chiste ni es para despreciar que hayan sucedido las reformas a la Constitución en 2011, sobre los derechos humanos. No dar importancia a la ley es un camino a la prehistoria, dijo la presidenta del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Alejandra Barrales, a propósito de los amagos empresariales, que en otros tiempos se llamaron resistencia civil.

Hoy todo está crispado. La flexibilidad legal, la falta de costumbre en cumplir con leyes y reglamentos, la inexistencia de una vida democrática donde cada quien promueve y respeta al otro o la otra, ya nos está produciendo un enorme sentimiento de orfandad y desesperación.

Los empresarios presionan y dicen que se pueden perder 50 mil millones de pesos de inversión en los estados más pobres del sur del país, porque integrantes de la CNTE siguen bloqueando carreteras, obstaculizando el camino de los ferrocarriles en Michoacán o casetas en Guerrero; están pidiendo la fuerza pública o sea la represión. La cárcel, la aplicación de la ley, ahí donde prohibir el libre tránsito es una de las peores formas de afectar la libertad humana. Quieren, los voceros del capital en México que el gobierno “se ponga los pantalones”, como la mejor imagen del autoritarismo y el patriarcado.

Al mismo tiempo, también, desde el otro lado, lo que priva es el pensamiento patriarcal. He visto con sorpresa en las redes sociales manifestaciones desesperadas sobre la violencia contra las mujeres. Se proponen medidas represivas, se pide asesinar a los asesinos, o sea, la misma fórmula patriarcal o se da toda la responsabilidad al patriarca, al dios todo poderoso, al jefe de todas las fuerzas, al Estado como figura visible y responsable, todas las demás personas no lo somos, parecen decir, y quieren venganza. Que destituyan al tirano. Luego sigue una bomba. Me horroriza ese nivel de reacción.

Sí, estamos en un momento crítico. Sin herramientas. Cualquiera diría, como se afirmaba allá en los años 60, que hay condiciones para la revolución: ingobernabilidad, millones levantados con demandas por salario, espacio, derechos, seguridad y vida; millones marginados y marginadas; vivimos una semana anterior las cifras más altas en este sexenio de asesinatos de hombres y mujeres; violación a los derechos en todos los espacios, desde la ventanilla de pagos hasta la morgue.

Todo es cierto. Personal medico se niega a interrumpir un embarazo permitido; las mujeres no obtienen apoyo en hospitales para anticoncepción de emergencia; no existen datos mandatados hace ocho años por la ley sobre el registro de feminicidios, ni en el Estado de México ni en ninguna otra parte. Los datos los tiene, aparentemente y nada más, el Observatorio Nacional del Feminicidio o la sociedad civil, según lugar, estado o pueblo de que se trate. Millones de mujeres tienen empleo precario. Y es verdad que no cesan ni el hostigamiento ni el acoso callejero ni las violaciones sexuales, todos delitos prohibidos por la ley. Pero seguimos pensando que eso lo arregle el presidente municipal o el presidente de la República; juzgamos duramente a quienes tienen un puesto, porque, entre otras cosas, no nos lo dieron a nosotras.

Escuche decir, a la autoridad, a Lorena Cruz Sánchez, Presidenta del INMUJERES, en una reciente reunión en Hidalgo, que el 90 por ciento de los ejecutores de feminicidio están impunes. O sea ni por donde mirar. ¿Será? Y me di cuenta que las voceras de la sociedad civil se han dado golpes de pecho toda la semana por la niña indígena violada en Sonora, que bien dijo la directora de GIRE, es un caso más, pero ahora se supo, se difundió. La visión patriarcal también se conmueve y exagera la victimización. Parecen decir indígena igual a pobre e ignorante. Un tipo de discriminación, como los textos llorones o las patronas que regalan ropa usada a sus trabajadoras del hogar.

Me pregunto si este discurso de no hay ninguna garantía humana en México, le sirve a alguien. Me pregunto si hay conciencia de esta situación o si es sólo entre las cúpulas y los medios que viven de la denuncia; no sé. Hay una sensación contradictoria que me acosa.

¿Qué podemos hacer? No tengo respuesta. Diría cristianamente, hay que dejar de echar leña al fuego y tratar de implantar en todos los espacios el diálogo y el razonamiento. ¿No será posible que las y los maestros razonen y piensen en los niños y las niñas? ¿Cómo explicar con palitos y bolitas que hay una mayúscula dificultad internacional? ¿Cómo ver el problema de la violencia contra las mujeres como corresponsabilidad social, de los medios y las autoridades? ¿Quién levanta la mano para transformar su propio discurso? ¿Cuándo podemos terminar con los sentimientos de envidia, competencia, irracionalidad? En qué esquina podríamos producir millones de toneladas de confianza humana para actuar.

Hay mañanas que no soporto el noticiero; ni quiero la cuenta del feminicidio que me mandan las Católicas por el Derecho a Decidir; ni quiero abrir el facebook con la historia de fotografías montadas de hombres gordos de 50 años con niñas de 12 en matrimonio; quisiera que esa realidad no existiera, porque no me deja vivir en paz. No me gusta que debemos echarle la culpa siempre a un o una tercera. ¿Dónde está el comienzo para caminar en sentido contrario y recuperarnos? Por qué encubrimos la ilegalidad, por qué no somos capaces de reconocer que nadie tiene derecho a invadir el derecho de otras y otros, a menos que realmente hubiera condiciones para una guerra civil y la correlación de fuerzas nos favoreciera, sin una sola bala podríamos hacer renunciar a las y los tiranos.

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