Zacatecas: el mezcal como emblema y trinchera cultural
Zacatecas, Zac.— En un país donde las raíces suelen ocultarse tras los espectáculos del progreso, un acontecimiento como el Primer Festival del Mezcal en Zacatecas Capital se convierte en algo más que una celebración: es un acto de afirmación.
El Jardín Juárez, corazón palpitante del Centro Histórico, fue el escenario donde se conjugaron la memoria, la resistencia y el sabor de una bebida que, desde siglos atrás, arde en el alambique y en la conciencia popular.
La Semana Santa sirvió de telón para este evento impulsado por la administración del presidente municipal Miguel Varela Pinedo.
Pero no fue solo una excusa turística. Con una clara intención de fortalecer la economía regional y, sobre todo, de devolverle dignidad al trabajo de los productores locales, el festival emergió como un espacio donde el mezcal se dejó de vender solo en copas para contarse también en historias.
Allí estaban los verdaderos protagonistas: los maestros mezcaleros, con sus manos curtidas por el fuego y el maguey; las cocineras tradicionales, guardianas de la sazón que no admite atajos; los bartenders que reinterpretan lo antiguo desde la modernidad; los académicos que documentan lo que el mercado suele olvidar; los promotores culturales que entienden que la memoria también se bebe.
Entre catas guiadas y talleres, entre ponencias y muestras gastronómicas, el mezcal dejó de ser un producto para convertirse en símbolo. Cada sorbo ofrecía una lección sobre la tierra, el tiempo y la tenacidad de quienes, lejos de los reflectores, siguen destilando una identidad que se resiste al olvido.
Pero más allá del éxito de asistencia o del entusiasmo visible, el festival deja una tarea: continuar posicionando a Zacatecas no como simple destino turístico, sino como referente cultural, como punto de encuentro entre lo ancestral y lo posible. Porque mientras haya quien cuente estas historias, mientras haya quien las beba con respeto, el mezcal seguirá siendo más que una bebida: será una forma de decir que estamos vivos, y que no olvidamos.
La apuesta de Miguel Varela no es menor. En un tiempo de homogeneización y espectáculo fácil, optar por la tradición como camino turístico es también un gesto político. El Festival del Mezcal, en ese sentido, no es un evento más: es una forma de resistencia embotellada, una invitación a mirar a los ojos a la historia, y brindar con ella.
LNY/Redacción