Tiziano, el “noble rival”
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
El 17 de septiembre de 2009 se inauguró en el Museo del Louvre “La noble rivalidad» una exposición monumental que puso de manifiesto una investigación sobre la pugna artística –y a veces algo más que eso- que dominó las relaciones entre tres grandes pintores que convivieron en la Italia del siglo XVI. Fue, sin duda, el acontecimiento cultural de ese año y un “must see” –un sitio obligado a visitar- para todos aquellos que pasearon por París en aquel otoño.
Las estrellas en esta exposición fueron tres pintores: Tiziano, Tintoretto y el Veronés que, a lo largo de las 85 obras de la muestra -que se reunieron procedentes de muchos museos del mundo- hicieron manifiesto, sin lugar a duda, que la investigación es cierta. “La Noble Rivalidad” no es un invento sino la confirmación de sucesos que tuvieron lugar en Venecia en el Renacimiento.
Tiziano es el más viejo de los tres. Nació en 1485. Tuvo un joven protegido, Veronés, nacido cuando aquel tenía 43 años. Lo amó profundamente. Como también amó y odió a Tintoretto, un poco más contemporáneo suyo, pues la diferencia de edades entre ambos era de 33 años. El maestro absoluto fue Tiziano, qué duda cabe. Y se sabe también que en su envidia profesional a Tintoretto, prefirió apoyar a un muchacho como Veronés para que su carrera destacara pronto. La trayectoria de Tintoretto comenzó en el taller de Tiziano, pero más tarde aquel decidió buscar otros aires y abandonarlo. Nunca se lo perdonó. Centró entonces todos sus esfuerzos en el chico procedente de Verona –el Veronés- a quien enseñó los más acabados vericuetos de su arte.
Las personalidades temperamentales son así: impulsivas a veces, rencorosas las más. A Tiziano sus contemporáneos le llamaban “el sol entre las estrellas”. A los 40 años era ya un pintor consagrado, pero vivió muchos más y eso hizo que su carrera contuviera muchas etapas pictóricas, que han hecho a sus críticos dudar que las primeras obras fueran producto de la misma mano de las últimas.
Así fue siempre Tiziano. Un artista lleno de controversias. De su pincel emanaban trazos geniales que le hicieron ser llamado por el maestro Giovanni Bellini para estudiar en su taller. Sus primeras obras maestras han quedado para la posteridad: El fresco sobre Hércules en el palacio Morosini, la Virgen con el Niño del palacio de Belvedere en Viena y la Visitación de María a Isabel que está ahora expuesta en la Galería de la Academia de Venecia, son ejemplos de su capacidad extensa e impactante.
Pintó Flora en 1515. Esa obra todavía sirve a muchos libros de texto cuando pretenden explicar la representación del ideal de belleza renacentista. Hoy ese cuadro está expuesto en la Galería Uffizi.
En 1511, Tiziano marchó a Padua, huyendo de la epidemia de peste que se había extendido por Venecia. Allí pintó tanto en la iglesia de los carmelitas como en la Escuela de San Antonio, algunos de los trabajos que aún se conservan, como tres escenas de la vida de San Antonio de Padua: El milagro del recién nacido, El milagro del marido celoso y El milagro del hijo irascible.
En 1512, Tiziano volvió de Padua a Venecia y pronto comenzó a volverse políticamente importante: llegó a ser superintendente de las obras gubernamentales, cargo de pintor oficial de la República de Venecia, que le reportaría suficiente remuneración y otros privilegios añadidos. Tiziano lo ostentaría ininterrumpidamente durante sesenta años, hasta su muerte. Fue especialmente emotivo el encargo de completar la decoración, inacabada por Bellini, de la Sala del Gran Consejo del Palacio Ducal (destruida por un incendio en 1577) en la que representaría la batalla de Spoleto.
Abrió su propio taller, cerca del Gran Canal en Venecia- El propio papa León X le invitó a vivir en Roma y aunque la oferta era tentadora prefirió quedarse en Venecia.
Cuando en 1516 murió su maestro, Giovanni Belinni, su prestigio empezó a crecer. Le encargaron por ejemplo, la serie de retratos de los sucesivos duxes de Venecia. Tiziano realizó sólo cinco de esta serie.
Entre 1516 y 1518 estuvo prácticamente dedicado a completar la Asunción de la Virgen de Santa María dei Frari, cuya dinámica composición triangular y viveza de colores lo transformaron en el más clásico de los pintores fuera de Roma. Se convirtió en el más influyente de los pintores de la Escuela veneciana, y en el más laureado de la República Serenísima en toda su historia.
Sus retratos fueron un elemento clave para introducirle en las cortes más prestigiosas y para conocer a los hombres más poderosos de su tiempo. Algunos de ellos, como los señores de Mantua, Ferrara o Urbino, pequeños estados italianos amenazados por la expansión de las potencias internacionales, encontraron en los retratos de Tiziano una ocasión para demostrar una imagen de poder y de gloria, que quizá no se correspondía con la realidad.
En 1530 realizó otra obra extraordinaria, El martirio de San Pedro de Verona, alojado en la iglesia dominica de San Zanipolo y destruida por un proyectil austríaco en 1867. Esta obra sólo es conocida por copias.
También es de mencionarse La Bacanal, que hoy forma parte de la colección del Museo del Prado. En el pentagrama que aparece junto a las muchachas se puede leer escrito en francés antiguo: «Quien bebe y no vuelve a beber, no sabe lo que es beber».
Muchos de sus cuadros han quedado como “el ejemplo” de ese tipo de tema –el que fuera- en la historia de la pintura clásica. Este es otro “ejemplo”: conocida como “la Virgen del Conejo”-pues en su mano derecha sostiene al Niño y con su izquierda a un pequeño conejo blanco-, y expuesta en el Museo del Louvre esta obra es el prototipo por excelencia de las “Madonas”.
Su Ariadna, de la National Gallery de Londres, se considera «quizá la más brillante producción de cultura neo-pagana del Renacimiento, muchas veces imitada pero nunca superada, incluso ni por el propio Rubens.»
Casó con Cecilia Soldano, cuando ya era madre de dos de sus hijos. Con ella tuvo dos hijas más. Su esposa murió poco después de das a luz a las niñas.
A partir de 1530 Tiziano se dedicó a cultivar un estilo más dramático y tumultuoso en sus obras. Quiso representar el heroísmo de manera violenta. “La batalla de Cadore” es una de sus mejores obras. Quedó destruida en 1577 durante el incendio del Palacio Ducal. Muchas de sus pinturas tuvieron un final también violento: “la Alocución del marqués del Vasto” fue parcialmente afectada por el incendio del Museo del Prado madrileño en 1734.
Se necesitarían muchas más hojas que estas para describir siquiera someramente, la grandiosidad de Tiziano. Baste decir que su “Presentación de María en el Templo” fue seguida después por las escuelas de Bolonia y Rubens, por su efecto conmovedor, que la coloca como la obra más representativa de la escuela de Venecia.
Quedará entre las anécdotas de su vida, la pintura que hizo en 1530 a Carlos I de España, quien se había desplazado a Bolonia con motivo de su coronación como Emperador Carlos V. El emperador le pagó sólo un ducado por el retrato, al que añadió ciento cincuenta más de su bolsa el propio duque Federico II Gonzaga, avergonzado de ese abuso.
La maestría de Tiziano para el retrato le otorgó una amplia fama durante toda su vida. Pintó fielmente a príncipes, duques, cardenales, monjes, artistas y escritores. El reflejo de la psicología de los retratados, la claridad de los rasgos y la instantaneidad de las figuras elevan a Tiziano a la altura de los mejores retratistas de la Historia, como Rembrandt o Velázquez.
Nadie podría haber supuesto, que pintó una vez más al emperador español. “Carlos V a caballo en Mühlberg”, es el retrato iconográfico por excelencia. Representa al emperador como príncipe cristiano, vencedor del protestantismo y como símbolo de la hegemonía de los Austria sobre Europa. De esa pintura se dice que jamás saldrá del Museo del Prado: tanta es su fastuosidad. Por este cuadro recibió esta vez un pago auténticamente regio que inició una de las relaciones más sólidas entre un artista y un mecenas, de que la historia tenga memoria. La amistad duraría más de un cuarto de siglo. El rey nombró a Tiziano «pintor primero» de la corona de España, «conde del Palacio Lateranense, del Consejo Aúlico y del Consistorio», al tiempo que fue designado caballero de la Espuela de Oro, con espada, cadena y espuela de oro. Sus hijos, asimismo, fueron elevados a la dignidad de Nobles del Imperio.
En Austria fue reconocido también por la realeza y realizó grandes obras.
Entre 1545 y 1548, vivió en roma bajo el auspicio del papa Pablo III. La ciudad de Roma le concedió en 1546 la ciudadanía, prestigioso reconocimiento en el que su inmediato predecesor había sido Miguel Ángel.
Durante sus últimos veinticinco años el artista quedó absorbido cada vez más por su faceta de retratista y se volvió más autocrítico, con un insaciable perfeccionismo que le impidió terminar muchas obras. Algunas de ellas quedaron en su estudio durante al menos diez años, durante los cuales no se cansaba de retocarlas, añadiéndoles constantemente nuevas expresiones más refinadas, concisas o sutiles. Para cada obstáculo que encontraba en la ejecución de sus lienzos, Tiziano ideaba una nueva y mejorada fórmula.
Continuó aceptando encargos hasta el fin de sus días, y aseguró la continuidad del taller tras su muerte, a través de establecer un área de grabados que siguió trabajando con asiduidad. Tiziano rondaba los noventa años cuando la peste negra asoló Venecia. Murió el 27 de agosto de 1576. El Senado veneciano derogó una severa medida que obligaba a incinerar los cadáveres de las víctimas que morían de esta enfermedad y permitió que sus restos recibieran sepultura en la iglesia de los Frari. El Senado pagó sus funerales que allí y en la Basílica de San Marcos se celebraron en su memoria.
Los grandes hombres no pasan nunca de moda. Hoy es otra vez un gran acontecimiento cultural. ¡En el fin del año 2009, 450 años después de su paso genial por esta ti erra, volvió a ser llamado a escena! En pleno Museo de Louvre en París, donde propios y extraños hubieron de hacer largas filas –tal vez las más largas que se recuerden en ese afamado museo- para ver algunas de sus obras.