Si Marx no hubiera muerto
JAIME ENRÍQUEZ FELIX
El comunismo es una de las poesías más bellas compuestas por el hombre. Como todo buen poema, incluye un poco de retórica, algo más de autoridad y un final agridulce. Marx plantea la liberación del espíritu del hombre de las garras de la desigualdad y la injusticia. Atrás de toda esta belleza y acometiendo un análisis crítico puedo decir –sin tocarme el corazón- que, intentar aplicar el comunismo más allá de una simple noción bella y utópica (la que contaríamos a un niño antes de dormir) está irremisiblemente condenado al fracaso. El comunismo es como una canción de John Lennon: por más que sea armonioso, no viviremos nuestras vidas ni organizaremos nuestros gobiernos en base a esto.
¿De qué consta el marxismo? Este conjunto de teorías se basan en la sublevación del proletariado frente a la burguesía con la intención de frenar –y desaparecer- aquella separación entre clases sociales que sigue creciendo. Para poder llegar a estas ideas, sus autores comienzan criticando al sistema capitalista, exponiendo sus diversas contradicciones y fallas. Tras plantear esto, aclaran que la solución ante todo, son sus ideas. Marx formula una de las mejores críticas al capitalismo jamás concebidas y de forma inadvertida, ayuda a este sistema a intentar corregir sus errores.
Una de las críticas que Marx y Engels señalan acerca del sistema capitalista, es el concepto de “crisis económica” que a su parecer ocurre debido a la sobreexplotación de los medios de producción y al rápido desarrollo de estos. Llegan incluso a comparar la crisis económica con “cortar la alimentación a la sociedad”, generando un estado momentáneamente fallido, con un problema tan grave que se extiende a la formación de ésta. La noción por supuesto, sigue vigente hoy en día, pero en un sistema renovado en que las crisis suceden por motivos muy distintos de aquellos conocidos en esa época, como el reciente bache crediticio e hipotecario en que se sumió el mundo.
Otra de las contradicciones señaladas por estos autores, me recuerda la teoría evolutiva formulada hace ciento cincuenta años por Charles Darwin y Alfred Russell Wallace: llega a mi memoria la perpetua carrera de velocidad entre los chitas y las gacelas. Si alguna vez se ha preguntado el lector por qué estos animales alcanzan tan grandes velocidades, es porque la selección natural favorece toda mutación hacia el incremento en la velocidad: el chita que sea más rápido mejorará sus probabilidades de atrapar un antílope; y aquel antílope que corra más, se verá seguramente más lejos de su potencial depredador.
Esta misma carrera de la ineficiencia, que ningún ser remotamente inteligente hubiese creado, es análoga a la lucha de las clases sociales como planteada por Marx. El burgués siempre intentará mantener su posición, reteniendo la información y el capital, sobre las clases sociales inferiores. En la eventualidad de que alguno de estos burgueses pierda su tan codiciado estado social, hará todo lo posible por recuperarlo, utilizando este mismo conocimiento en contra de los burgueses. Esta carrera ineficiente se basa en producir una gran cantidad de información mientras al mismo tiempo se intenta que el proletariado no tenga acceso a ella. La gran contradicción es que: habiendo competencia entre productores, aquella caída de las riquezas del monte Olimpo hacia el Hades de la mano de obra, será más común de lo esperado. La información termina por filtrarse. Marx tiene un resentimiento claro en contra de estos individuos, porque ellos en realidad no desean un cambio social, sino pretenden el suyo: uno individual. Los datos anteriores pueden haber sido muy comunes en la época de Marx, sin embargo, en una revolución informática poco a poco se pierde dominio sobre grandes cantidades de datos, que terminan por volverse comunales.
Más adelante, los autores contestan los argumentos de los capitalistas sobre sus teorías, exponiendo puntos de vista tan radicales como el fin de la familia y de la religión por medio de la espada. Este concepto ha sido, claramente, gran parte de lo que ocasionó el fracaso del comunismo, ya que la religión se debe extinguir por medio del conocimiento y la educación pero, sobre todo, de forma voluntaria: intentar involucrar al gobierno en conceptos claramente privados y personales, es una fórmula para el desastre.
Marx hace un análisis de la historia y, al observar que la sociedad es dinámica, y que por lo tanto sus sistemas de producción van cambiando, asume que el capitalismo tampoco debe ser el sistema final y deduce que la única forma en que podremos frenar esta variable perpetua del cambio político y económico, será desapareciendo al estado: ese es el resultado último del comunismo. Entre otros pensadores contemporáneos en este siglo XXI, está Noam Chomsky, quien plantea que debemos saltarnos el socialismo y el comunismo como pasos previos de la anarquía, “el mejor de los mundos posibles”. Por más que las ideas de Chomsky son producto de crítica y análisis, la gente más atraída a estas, surge de las clases sociales más ignorantes y parasitarias de la sociedad: no siempre pobres, sino poco interesadas en la moral social y en la reflexión profunda de las teorías de la evolución política. Ese sólo hecho basta para demeritar las ideas de Chomsky y su viabilidad.
Otro de los tan temidos huecos –por sus admiradores- de la teoría de Marx, es el proceso por el que se asume que, tras años de dominio comunista y de control absoluto por el gobierno, podremos hacer una transición relativamente rápida hacia la anarquía. De la misma forma que todo animal domesticado probablemente no sobrevivirá ante la cruel selección natural, las hipótesis de Marx tampoco tendrán larga vida en una sociedad política. Por más que el capitalismo sea la mejor teoría entre una serie de malas tesis que abundan, la solución pareciera estar en el punto medio y no en los extremos: si vemos a Europa, la economía mixta está por doquier.
Marx, siendo un excelente historiador, somete la política a un análisis jamás visto: estas críticas son refrescantes e innovadoras, sin embargo, el asumir que, por ende, sus teorías serán efectivas, sería tanto como asegurar que los mejores ingenieros automotrices son los editores de las revistas de automovilismo. Como bien dicho por Joaquín Sabina en su canción “Como te digo una co, te digo la o”, Jesucristo fue el primer comunista. Si analizamos bien sus ideas como establecidas en el Nuevo Testamento, claramente se habla de un fin del nacionalismo, un desprendimiento absoluto de las riquezas y una sociedad igualitaria. Estas ideas de carácter tan bello pero evidentemente imprácticas, son compartidas por Marx. Por más que esta comparación me lleve a los tribunales de la Inquisición, lo reiteraré: las enseñanzas de Marx tienen una inevitable connotación moral. Estas nociones que parecen fundamentalmente de un carácter religioso, son en verdad los pensamientos de un filósofo quien, cansado de ver y sufrir la lucha de las clases, escribe una utopía. De alguna forma, Marx actualiza las teorías establecidas en el Nuevo Testamento, que desde luego son falacias y no son de implementación posible, aunque su belleza reluzca como el oro.
Preguntándonos cómo es que estas teorías nos han traído a los más grandes asesinos del siglo XX, podemos llegar a una respuesta simple y elegante con una analogía: la religión estuvo en el centro de las Cruzadas y de incontables guerras no porque estos individuos la malinterpretaran, sino porque hay intolerancia y violencia en el núcleo de ésta. De la misma forma en que los bellos mitos aztecas llevaban al sacrificio humano de forma indiscutible, e igual que el cristianismo lleva a la discriminación de la mujer, la destrucción intelectual y volitiva de los infantes y la segregación de todos aquellos que piensen de forma distinta, el marxismo termina por considerar a todo miembro de la sociedad como mero peón de un juego de reyes al que no está invitado.