Peña Nieto y las sombras de Montiel y Paulette
Toluca, Estado de México.- Vía comunicado, Jaime Enríquez Félix, consejero nacional del Partido de la Revolución Democrática, señala que nunca los miembros del Grupo Atlacomulco, -desde que fuera fundado según los dichos populares por Isidro Fabela- han buscado la Presidencia de la República, verdaderamente.
Hank González la acarició, pero sin intentar cambiar la ley que le impedía competir por el cargo, a pesar de sus sólidas relaciones políticas a lo largo y a lo ancho de la nación. Adolfo López Mateos lo logró, pero siempre hubo dudas sobre su nacimiento: Se decía que era guatemalteco, otros afirmaban que había nacido en Tlaltenango, Zacatecas y algunos más lo ubicaban como originario de Atizapán de Zaragoza.
El momento culminante llegó con Arturo Montiel, el “tío tonto” de Peña Nieto, que a través de ser prestanombres de negocios de lavado de coches, ascendió hasta la gobernatura con contrincantes a modo, tanto del PAN como del PRD. Cometió atrocidades. Una francesa de no malos bigotes, Maude Versini, se enamoró de él como en la película “Lo que el viento se llevó”. Tuvieron tres hijos y al final lo demandó en cortes internacionales por una cifra aproximada a los 200 millones de dólares como bienes gananciales del matrimonio. En la revuelta hubo un muertito argentino que era entrenador de tenis.
Montiel llegó a la contienda interna del PRI por la Presidencia de la República, en la que participaron además de él, Roberto Madrazo –quien finalmente resultara el
candidato- y un ex jefe de la Policía de la capital del país. Se dice que Madrazo “le aventó votos” a Montiel para hacerlo ganar, para luego de 24 horas acusarlo de corrupción y hacerlo caer de la gracia de los señores del PRI. Ascendió pues Madrazo a las boletas, para hacer terminar al PRI finalmente como tercera fuerza política de la nación.
En todo este embrollo, Enrique Peña Nieto, el sobrino, actuó primero como sacristán y luego, ocultando las corruptelas –que fueron muchas- de Arturo Montiel a su paso por el gobierno del Estado de México. Tanto que el gobierno mexiquense inundó en euros al país francés para evitar los escándalos.
El otro hecho sustantivo es el accidente, asesinato o pérdida de la niña Paulette. Hija de una familia prominente de Huixquilucan, que en un extraño y novelado hecho vio a la niña desaparecer durante largos y tortuosos días, hasta aparecer muerta finalmente bajo su propia cama. Es, sin duda, uno de los casos más sonados informativamente en los años recientes de México y del mundo, dada la escasa verosimilitud con que se manejaron las investigaciones. “Yo busqué en el baño, debajo de la cama y en el clóset, vi que no estaba y también me metí en la recámara de la señora a buscar, hacia la otra recámara de la niña mayor y de ahí nos empezamos a buscarla otra vez. Y volví a buscarla en la recámara”, dijo Martha Casimiro Cesáreo, una de las nanas de la desafortunada menor, que no creyó nunca la versión final de las autoridades mexiquenses sobre lo sucedido.
Este caso fue “mágicamente” resuelto. No hay secuestro pero sí una niña muerta. No fueron los padres responsables, el procurador tampoco –aunque salió del puesto unos
días después, para “limpiar” la imagen de Peña Nieto hasta donde fuera posible-. Significa que en la contienda política, sus adversarios tendrán que revisar los puntos débiles de su acción como mandatario, el excesivo gasto en pulir y difundir su imagen y realizar con cuidado la radiografía que se acostumbra cuando un personaje u otro contenderán por un puesto que afecta la vida de todos los mexicanos.
Enrique Peña Nieto estudió en el Instituto Panamericano de Humanidades, escuela del Opus Dei y es pariente de la clase política que ha gobernado el Estado durante 50 años. Articulado a la familia casi tres veces gobernadora de la entidad, los Del Mazo, y sobre todo, debiendo a su manager Arturo Montiel, su encumbrada posición actual, pertenece a una generación que ha sido ya conocida como “Los Golden Boys”, políticos de segunda o tercera camada, que arribaron a los puestos no por méritos propios sino por sus férreas vinculaciones públicas o genealógicas. Peña Nieto debe a Arturo Montiel la situación coyunturalmente ideal de la que goza ahora.
La contienda interna contra Manlio Fabio Beltrones sería una masacre en un debate. Lo mismo ocurriría si tuviera que enfrentar a Andrés Manuel López Obrador o al propio Marcelo Ebrard. Dios agarre confesado a Enrique Peña, pues el camino que deberá emprender no está precisamente plagado de rosas sino más bien de abrojos y de espinas.
México hoy vive una situación política convulsionada: Violencia, crisis financiera, inestabilidad y ruptura del tejido social, con un pueblo que ha dejado de creer en los partidos y que está sometido al temor constante: los muertos de San Fernando, el incendio del Casino en Nuevo León, los decapitados de Ocoyoacac, los cadáveres de Veracruz, marcan un estado de pavor como el que hace muchos años no vivíamos. Hace falta un estadista que retome el gobierno y conduzca a la nación como en tiempos de Juárez. Mucha gente empieza a coincidir en un solo nombre: Cuauhtémoc Cárdenas.