Ni peores ni mejores
SOLEDAD JARQUÍN EDGAR
A propósito de las elecciones 2018, se cuestiona a las mujeres por “ser iguales o peores a los hombres” y por tanto no merecen ser electas, ya sea porque no tienen trayectoria política; segundo, porque son esposas de… tercero, porque han sido deshonestas.
La pregunta es ¿Deben ser diferentes las mujeres que aspiran a un cargo de elección popular solo por el hecho de ser mujeres? Hay quienes esperan que las políticas sean distintas que los hombres, que no sean corruptas y sí muy honestas. Lo cierto es que las mujeres aprenden como los hombres en el mismo libro, el libro de la vida. ¿Entonces por qué tendríamos que ser distintas?
Cierto que hay mujeres que por sus actuaciones han dejado muy mal paradas a las demás, y podemos hacer una lista grande, algunas de ellas hoy funcionarias públicas o en cargos de elección popular. Pero no, casi a todas las tenemos presentes en el imaginario, no es necesario recordarlas.
Lo cierto es que no se mide con el mismo rasero a las mujeres que a los hombres, porque basta con que una de ellas se equivoque para considerar que todas son iguales, lo que no sucede con los hombres.
El poder público ha estado en manos de los hombres, las mexicanas, que este martes 17 de octubre cumplimos 64 años de ciudadanía “plena”, pasamos por un largo camino para reducir la brecha de la desigualdad, tanto que hace tres años apenas se reformó nuevamente la constitución política para obtener la tan anhelada paridad, que tuvo una exacerbada respuesta llena de violencia, al grado tal que fue necesario crear un mecanismo para castigarla y ahí va, paso a paso, tipificándose en las entidades, con todas las resistencias del mundo.
Casi nadie cuestiona a los hombres por ser hijos, sobrinos, ahijados, nietos o parientes cercanos de otro político, aunque esa ha sido una costumbre, tanto que en algunos estados del país y si revisamos la historia de México, encontraremos que vamos como en la tercera generación de políticos, pero nos parece inadmisible que una mujer que aspira a ocupar un cargo tenga algún grado de parentesco o amistad con un político.
También nos da escozor y mucho, que las mujeres sean “deshonestas” o que abusen del poder. Pero eso es una condición de género. Viene de la idea de que las mujeres por ser mujeres debemos ser buenas y por ende honestas, esa especie de pureza que se atribuye a las mujeres. Una mujer que no cumple con estas cargas de género trasgrede lo que desde la construcción social se considera propio de ellas y por tanto provoca rechazo en la sociedad, y no me refiero a la sociedad conservadora, sino en casi toda la sociedad.
Lo que nos debe quedar bien claro es que ellas han aprendido muy rápido cómo saltarse las trancas de la honestidad y también debemos entender de dónde lo han aprendido. Se llama educación y esa educación se obtiene más allá del hogar, más allá de la escuela.
Pregunto de nuevo ¿Por qué tendríamos que esperar que las mujeres sean siempre honestas? Bueno, coincido sería lo deseable, como también lo tendríamos que esperar de los hombres. Igualito.
En cambio, lo que sí tenemos enfrente son las muchas resistencias que vencer sobre la participación política de las mujeres a 64 años de la obtención del derecho a votar, ser votadas y ocupar cargos públicos.
Primero, debemos considerar que las mujeres pueden gobernar de la misma forma en que lo hacen los hombres, sin mayores o menores cualidades o sin mayores ni menores defectos.
Lo que sí es una verdad fundamental es que debemos cambiar el sistema político mexicano y castigar la deshonestidad de funcionarios y de quienes obtienen sus cargos por elección popular.