Mujeres pagan saldo de la narcoguerra: Marcela Turati
Por Anayeli García Martínez
CIMAC
Frente a un México oprimido por el miedo y la muerte y ante la violencia generada por una fallida estrategia de seguridad, la periodista Marcela Turati se dio a la tarea de recoger y contar las historias de jóvenes asesinados, huérfanos, viudas, lisiados, desplazados y familias enteras que desde 2006 conforman las víctimas de la “guerra contra el narco”.
En el libro “Fuego cruzado”, la colaboradora del semanario Proceso narra y describe la desolación de un país donde matar es monotonía y donde la desprotección del Estado hace que los pueblos fantasmas crezcan cada vez más, que la autocensura periodística sea una realidad, que las víctimas se conviertan en sospechosas de su desgracia y que las mujeres sean quienes exijan justicia.
“Yo no cubro el tema del narco; no me pongo a investigar quién es líder de tal cártel, ni quién es el capo local o cuáles son los amarres que tiene con la policía; lo que siempre he hecho como reportera es ver los impactos de las políticas públicas en la ciudadanía. Ahora me tocó explicar cómo impacta la violencia en la sociedad mexicana”, explica Turati en entrevista con Cimacnoticias.
Crónica de la impunidad
En 2007, Marcela Turati comenzó a cubrir temas de violencia en Chihuahua y aunque se prometió nunca tocar el tema del narcotráfico porque simplemente no le interesaba, desde ese momento sus libretas de reportera comenzaron a llenarse de testimonios que tres años más tarde la llevaría a escribir “Fuego cruzado”, un libro donde –afirma– hizo periodismo social.
–Todos los días los medios de comunicación reflejan el clima de violencia. ¿Por qué escribir un libro de este tipo?
–Me parecía que aunque se han escrito ya libros de narcotráfico, todos se enfocan a los capos, los políticos o la corrupción entre ambos. No había un libro que hablara sobre la gente, sobre las consecuencias de la violencia en la gente, ninguno le daba voz a las víctimas y para mí eso era lo más importante.
“Además quise tratar de meterle otras capas a la realidad, otras disciplinas para tratar de ver la violencia desde los psicólogos, sociólogos y trabajadores sociales, no sólo desde las fuerzas de seguridad o desde los policías; debía incorporar los aspectos sociales para empezar a analizar este complejo tema que no sólo es de buenos contra malos”.
–¿Qué encontraste al reconstruir periodísticamente los fenómenos sociales que envuelven a la “narcoviolencia”?
–Hay tal desorden que se tomó la decisión de mandar al Ejercito, Marina y policías a las calles, pero sin pensar en la gente ni en cómo atender a tantas familias que han sufrido pérdidas. Se dejó sola a la sociedad, sin políticas de empleo ni de educación.
“Ésta (la publicación) es como una crónica de la impunidad y de cómo la impunidad incuba muchos de los jóvenes sicarios, quienes se quedan con la sensación de que pueden cometer cualquier delito y que nunca los van a atrapar. Es el relato de una catástrofe social donde muy pocas historias, quizás ninguna, tienen final feliz”.
Ellos se matan, ellas exigen justicia
En las páginas de “Fuego cruzado”, la autora devuelve la identidad a las víctimas de la guerra contra el narco. Así por ejemplo muestra la lucha de un grupo de mujeres que ante la ineptitud de las autoridades se planta en las vías del tren Chihuahua-Pacífico para cortarle el paso, o bien, cómo una maestra rural y una peluquera se convierten en expertas investigadoras tras el asesinato de sus hijos.
–En la guerra contra los cárteles de la droga, ¿qué pasa con las mujeres, dónde están las madres, las hijas, las hermanas?
–El asunto de la violencia se les está cargando a las mujeres. Matan a más hombres, el 90 por ciento de los muertos son hombres, la mayoría jóvenes de menos de 30 años, generalmente matan al padre de familia o al hijo mayor, al que era el sostén de la familia; esto provoca que las mujeres, si no trabajaban, ahora tienen que hacerlo y si ya lo hacían, ahora la jornada es doble.
“Me encontré con trabajadoras sociales que encuentran a muchas mujeres usando antidepresivos o alcohol para sortear su día a día; les cuesta mucho tener que cuidar a la familia que les queda porque se sienten rebasadas. Pero hay otras mujeres, las que forman colectivos y buscan justicia para sus muertos y desaparecidos.
“Se trata de mamás, hijas, esposas y hermanas que después de cada masacre pierden el miedo a todo y se dedican a recorrer el país, a investigar, recopilar pruebas, van a las procuradurías y van con todas las autoridades a exigir resultados. Algunas se sienten muertas en vida y dicen ‘no importa que me maten, quiero hacer justicia’ y a eso dedican”.
–La mayoría de los12 capítulos del libro se centran en Chihuahua. ¿Esta condición social de las mujeres es propia de la entidad o consideras que ya se extendió en todo el país?
–Creo que la sociedad activa está en Ciudad Juárez, y en Chihuahua en general, pero también veo este activismo en muchos lados. La red de desaparecidos surge en Coahuila y las que están al frente son defensoras de Derechos Humanos. En la última reunión (de la red) ví gente de Tijuana, Sinaloa, Tamaulipas y Durango.
“Me enteré de que hay unas mujeres en Sinaloa que investigan el asesinato de sus hijos. Quizás en Juárez es más claro porque ahí la gente ya está harta, parece que ya tocó fondo y cuando sientes que ya no tienes nada que perder y que puedes ser el próximo, o te asustas, te retiras y huyes, o te quedas.
Las respuestas que faltan
–Más allá de representar la realidad, ¿cuál es el aporte de este libro y de lo que llamas “periodismo social”?
–El periodismo social es contar una o dos historia, a través de las cuales cuentas fenómenos sociales. “Fuego cruzado” habla de los huérfanos, las viudas, las familias con personas desaparecidas, los heridos, los pueblos fantasmas, la gente que se tuvo que refugiar. Lo que quería era dimensionar un problema y decir: esto está pasando y le está pasando a mucha gente.
Si contamos historias de personas, si hacemos un periodismo más humano y social, visibilizamos a la gente organizada, y el lector o lectora no se queda en los dichos o frases huecas de los políticos, hablamos de derechos para que las personas los reconozcan. No todo el tiempo se puede hacer, pero en cada ocasión se busca que el público lector vea, valore, reflexione y –tal vez– se organice, concluye Turati.