Mal Zedong

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Mejor conocido como Mao Tsé-tung, quizá junto con Confucio, es una de las figuras más representativas de ese enorme país a lo largo de su muy rica e intrincada historia y, desde luego, uno de los estadistas más identificados en el mundo, con Churchill, Stalin, Charles de Gaulle y Roosevelt. El siglo XX fue la escena de tan protagónico personaje.

Mao nació a finales del siglo antepasado, en 1893. Fue fundador de la República Popular China y su dirigente desde su creación en 1949, hasta su muerte en 1976. Había sido también presidente del Partido Comunista.

Su lugar de nacimiento fue la provincia de Hunan. Hijo de campesinos pobres, consiguió graduarse en la escuela del Magisterio de Changsha. Fue bibliotecario de la Universidad de Pekín, director de una escuela primaria, llegó a ser proclamado “Primer Presidente de la República Soviética de China” en 1931.

Su primera esposa fue asesinada por los nacionalistas. Volvió a casarse para divorciarse más tarde y en 1939 contrajo matrimonio con la actriz Lan Ping, más conocida como Jiang Qing, quien fuera una personalidad muy relevante en la vida del Partido Comunista.

Mao presidente, siguió el modelo soviético para la construcción de la sociedad socialista mediante la redistribución de la tierra, la creación de una industria pesada y el establecimiento de una burocracia centralizada. A partir de 1956, tras la muerte de Stalin, Mao inició una política propia con la campaña “Dejad florecer cien flores”. Impulsó, además de favorecer su tan conocido esquema de “El Gran Salto Adelante”, que buscaba reemplazar el estado burocrático por un sistema celular de comunas locales autónomas, unidas por una ideología semejante.

Posteriormente en 1966, movilizó a la juventud con la llamada “revolución cultural proletaria”. Su Libro Rojo, o “Los Pensamientos del Presidente Mao” constituye un documento que no solamente influyó en China sino en el mundo entero. Mao ha sido venerado por muchos y odiado por otros, no únicamente en China sino en el planeta todo: su filosofía, su pensamiento, su praxis, son fundamentales en la construcción del proyecto que hoy es una realidad y que ha convertido a su país en “el gigante del mundo”. China está llamada a ser la primera potencia del orbe en los años por venir. Su estrategia comercial, tecnológica y de reto en avances como la conquista del espacio y la construcción de armamento bélico, han conformado un temeroso respeto de la humanidad hacia ese estadista y hacia el modelo económico y social que consiguió imponer.

Existe publicado un libro de una pareja de investigadores, bajo el título “Mao, La Historia Desconocida”. Se vendieron aproximadamente diez millones de ejemplares en una semana. Se dieron a la tarea de describir la terrible realidad de esa nación. La coautora –esposa del historiador Halliday, también coproductor de la obra en cuestión- nació en Sichuan. Tenía 14 años cuando pasó a formar parte de la Guardia Roja. Fue campesina, médica descalza, trabajadora del metal, electricista y posteriormente profesora de la Universidad de Sichuan. Llegó a ser la primera mujer china en doctorarse en la Universidad de York.

Su relato destaca que, a partir de1949 y en la búsqueda de sus objetivos, Mao provocó la muerte de al menos 38 millones de personas por las hambrunas que acababan con los equilibrios naturales de un modelo económico sustentable, en la búsqueda de sus personales objetivos de control. La suma total de seres humanos muertos durante su largo periodo de gobierno, llegó a los 70 millones de habitantes.

La China de hoy, quiere mostrarse al mundo como un modelo que proclama la vanguardia y el orden llevados al extremo. Se maravillan propios y extraños con la imponente ciudad de Shangai y sus innumerables rascacielos, con la muy novedosa Yiwu, poseedora del mercado comercial de mayoreo más grande del planeta, con la afamada Muralla China –la única construcción capaz de verse desde una nave espacial dada su dimensión impresionante- con las enormes pesquerías de Quingdao que los visitantes acuden a ver con fruición, con el centro mundial de negocios que se ha construido en Taipei y con la maravilla que resulta Hong Kong, el antiguo protectorado inglés.

Lo que se oculta detrás de la bonanza aparente, de la enorme actividad comercial que ha encarecido los precios de las materias primas y el acero en el mundo, dada la enorme alza en la demanda que es capaz de atraer para sí el gigante en crecimiento, es la ingente cantidad de historias personales de frustración, tristeza y sumisión que el régimen maoísta fue capaz de construir y determinar.

Mao labró su camino y edificó el destino de millones de sus gobernados, a través de una intrincada red de conjuras, chantajes y envenenamientos: Jung Chang, la autora de tan impresionante estudio biográfico del dictador, reveló al mundo que, a partir de 1949 albergó la idea personal de dominar al mundo. En ningún momento le importó imponer decisiones impopulares -cualesquiera que ellas fueran- ni imponer sobre Japón sus afanes de conquista.

Los países emergentes del planeta – México entre ellos- se devanan los sesos procurando descubrir formas de competir contra la fuerza avasalladora del gigante chino. Una competencia perdida indefectiblemente, frente a la copia “pirata” de productos en serie, hechos de mala calidad y con una creatividad fuera de toda duda. Las ramas industriales mexicanas han ido cayendo, una por una -cual fichas de dominó- abatidas por las prácticas comerciales desleales de los chinos, a los que la condena mundial por la sobre explotación de la mano de obra en que basan su éxito comercial, no parece importarles en absoluto.

La situación es compleja, la encrucijada, feroz. El mundo se debate entre el consumismo de economías que pujan por alcanzar al gigante a toda costa, y los problemas de calentamiento de la tierra causados por la indiscriminada utilización de los recursos naturales y de nuevas tecnologías encaminadas a hacer más, y más barato. Mientras tanto, dos terceras partes de los hombres y mujeres que pueblan el planeta, se debaten entre la miseria, las enfermedades y la desnutrición, haciendo crecer las hordas de globalifóbicos, cansados de la desigualdad social y la injusticia.

En este juego de poderes, que iniciara Mao algún día, China tiene mucho que ver, desde luego.

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