Los rencores de Miguel Alonso

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Con un rostro petrificado del que es casi imposible rescatar una sonrisa, el gobernador deja entrever los esquemas autoritarios con que fue educado y su faz apenas trasluce otra cosa que los desacomodos de piel que enseñan los tratos con el bisturí.

Arribó al poder con gran encanto para las masas. Su punch electoral debe ser reconocido por todos. Deambuló por el Partido Verde Ecologista, por el PAN y por el PRD, del que aprovechó su militancia de 12 años, cuando hubo puestos con Ricardo Monreal y con Amalia García. Nadie valoró en su momento su opción como candidato, hasta que su patrón Ricardo Monreal, a través de maniobras, logró facilitarle el registro por un partido chico para que al final un PRI empobrecido y sin entusiasmo lo lanzara como su hombre para presidir los esfuerzos priistas. Acertaron y después de dos sexenios terminó su hambruna.

La población habla de lo rencoroso que es Miguel Alonso, quizá por su ego que percibe como una perfección: Se siente guapo, inteligente y más allá de eso: brillante. Tal vez para lo primero está calificado, pero por lo que toca al resto de los epítetos, no hace sino demostrar una absoluta falta de sensibilidad.

Habíamos sido convocados a un desayuno en el antiguo Casino del Empleado, hoy Plaza Issstezac, el aún no incómodo cuñado, un ex diputado federal y un ex diputado local. El planteamiento era concreto: solicitar el apoyo al que sería el candidato del PRI: Aclaré en ese tiempo que era perredista, que tenía militancia y que, aunque el candidato de mi partido me parecía muy malo, votaría por él. Al parecer no hubo expresión alguna a mi punto de vista.

El Consejo de Administración de un periódico nacional me nombró su director general en Zacatecas. Me habían hecho el ofrecimiento un año antes, pero nunca tuve interés en trabajar en esa actividad en la que sólo soy aprendiz, y porque pienso que hay muchas personas con alta capacidad para dirigir un periódico. Hice propuestas, ninguna fue aceptada, y después de poner condiciones, asumí el puesto.

Al revisar los inventarios y los flujos financieros, así como el esquema de producción, el personal y lo demás que se acostumbra en una empresa privada como era esta (no era una paraestatal como muchos piensan) -había que consultar al Consejo de Administración para tomar decisiones-. Observé en la bitácora de trabajo del área de Producción, que había grandes volúmenes de propaganda entregados al candidato del PRI. Al revisar los Ingresos y Egresos, no aparecían cantidades pagadas por ese concepto. Investigué y la propaganda no había sido cobrada. Había diseños en tránsito que detuve: hablé con el PRI, con el personal que estaba a mi cargo en el periódico y nada. La hicieron gratis. Aclaré –como debe hacerse cuando se maneja una empresa- y la maquila había sido gratis. Detuve todo lo que estaba en tránsito. El PRI intentó negociar conmigo el precio. Les ofrecí el precio del mercado que habíamos valorado con dos imprentas locales. No les pareció y el trabajo no se imprimió. Hubo amenazas y señalamientos de que me confrontaría con quien ya parecía sería el nuevo gobernador pero la cosa estaba clara: si no había ingresos ¿Cómo podría haber producción?

Al llegar Miguel Alonso al gobierno no cubrió la cantidad que este medio recibía según arreglos previos y un convenio firmado. Cercana a los 700 mil pesos mensuales. Hizo un acuerdo nacional con el mismo periódico que desde luego yo no atendí, porque no correspondía a mi responsabilidad. Desde la tribuna de ese medio fui crítico en sus actos de gobierno, porque la línea del periódico era esa y la editorial que yo personalmente escribía todos los días destacaba de manera cotidiana aciertos y errores, como debía ser.

Al principio de su gobierno nunca sentí un trato poco cortés y más bien evitaba encontrarme con él. Mandó diferentes emisarios, uno de ellos su secretario general de Gobierno –un dinosaurio del priismo zacatecano- al que atendí, pero mi posición no fue cambiada.

La relación histórica con Miguel Alonso había sido fraterna. Él autorizó el proyecto de El Chique, como secretario de Turismo, su firma era importante. No hubo aportaciones financieras y como militante del PRD yo era una figura nacional: miembro del Comité Ejecutivo Nacional, ex diputado federal, ex candidato a gobernador, en tanto que él había sido un simple militante del que recibía yo un trato respetuoso. Era un político que se hospedó en el PRD con Monreal, haciendo las funciones de valet, y luego como un ujier en el gobierno de Amalia García. Yo había declinado a participar como candidato a gobernador a propuesta de López Obrador, con la idea de que ganaría alguien que unificara el PRD –que sí era yo- pero que hacía falta quien sumara al PRI al proyecto: y yo no era ese hombre.

Corrieron los meses, lo busqué para el asunto de un crédito de un millón de pesos que se me otorgó a través del Fondo Plata para poder competir en una bolsa que el gobierno federal, junto al estatal, entregaban a 35 años por 10 millones de pesos. El Gobierno del Estado consideraba que yo calificaba para eso. Preparé documentación, moví mis relaciones y logré el apoyo nacional, si bien hube de invertir por lo menos millón y medio de pesos de mi capital personal para realizar corridas financieras, planos estructurales y demás. Al final, aportó el gobierno federal su 50 por ciento pero localmente dijeron que no tenían dinero.

Pagué parte del préstamo pero cuando vinieron los balazos no podía ni entrar a mi terreno y de pronto un interés pagado al 7.5 por ciento se convirtió en moratorio al 12 por ciento. La cuenta que me hace el director del Fondo, Jorge Escareño, es un anatosismo: Intereses sobre intereses y moratorios fuera de toda norma, que resultan en cuatro millones de pesos por pagar más el capital. Busqué al gobernador. Después de seis meses de espera y de dos amigos, un ex gobernador de Michoacán y una secretaria de Gabinete, me recibió, le planteé el asunto y ofrecí un terreno adjunto al que estaba hipotecado en la Presa de El Chique. Aceptó, me pidió que a través de Federico Sescosse se operara la solución.

Han pasado tres años desde ese día y hoy está mi propiedad en fecha de remate para este agosto. He visto al señor gobernador 11 veces en la calle: se extraña cuando le informo que no ha caminado el asunto de la dación.

Dado que no ha habido respuesta a la palabra del gobernante –que no tiene palabra-, buscaré a través de organizaciones campesinas y de otros medios federales la solución de este enredo que a nadie ayuda. No tengo ninguna resistencia a perder bienes materiales. Toda mi vida he trabajado 12 horas diarias, sin embargo, no le saldrá barato a quien gobierna con una mezcla tortuosa de amor y odio.

Hoy, al final de este gobierno somos uno de los cinco estados con más muertes en la entidad; la deuda es el 25 por ciento del presupuesto anual del gobierno Estado; la corrupción es infinita y sólo puede igualarse a la de Ricardo Monreal. El nepotismo está en su máxima expresión pero Dios lo castigó: la hermana del gobernador, candidata a diputada, es derrotada por la hermana de un ex gobernador que hace muchos años dejó la entidad.

Sus ideólogos son Paquita la del Barrio, Fernanda Familiar, con sus conferencias magistrales, y el payaso de Regil, de Televisa.

Miguel Alonso dedicó seis años para emborrachar a los jóvenes con música frívola de nota roja e incrementó los accidentes carreteros porque una juventud emocionada por el alcohol no mide las consecuencias. El estado regresa a las épocas de Arturo Romo y nos hemos tragado los demás sexenios para rendir hoy pleitesía a su majestad Miguel Alonso Reyes, SUMAR.

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