Los mismos de siempre, pero no por siempre
JORGE RADA LUÉVANO
No puedo comenzar esta reflexión sin antes expresar mi agradecimiento por el espacio que se me brinda, por la amabilidad recibida y, por supuesto, por la paciencia del lector.
Decepcionante y vergonzoso son, cuidadosamente elegidos, los adjetivos que describen el actuar de la clase política zacatecana. Los diputados federales de nuestro estado han votado a favor de mantener el fuero al diputado Cuauhtémoc Blanco, quien está acusado por la Fiscalía de intento de violación contra su media hermana. Con esto, el exfutbolista evita ser presentado ante un juez para enfrentar dicha imputación.
Lo más grave es que la votación contó con el apoyo de todos los partidos, incluido Morena, lo que ha generado división y fragmentación dentro del movimiento.
Por ello, detectamos una falta de representatividad y una desconfianza generalizada hacia los políticos y las instituciones. Hemos visto cómo se han apoderado sistemáticamente de todos los ámbitos para utilizarlos en beneficio propio. Ejemplos hay muchos: desde la situación grosera y deleznable de usar el recinto legislativo para fiestas privadas con globos y mamila de regalo, hasta vivir en la Casa Bellagio de Zacatecas – que en su momento prometieron desmantelar por representar un monumento a la corrupción – pasando por la cuestionable lista de aspirantes a jueces y magistrados federales y locales en la desafortunada elección judicial, marcada por conflictos de interés. Todo esto pone en grave riesgo el sistema de contrapesos.
Estimado lector, vivimos indudablemente en una partitocracia. Este sistema permite que los partidos políticos designen a amigos o parientes en los cargos institucionales clave, marginando a los funcionarios de carrera y despreciando la experiencia y el mérito, todo en detrimento de nuestra sociedad y democracia. «Que un poder frene a otro poder», decía Montesquieu – principio que evidentemente no se aplica en este escenario.
Existe un pacto, expreso o tácito, entre los partidos y estas dinastías políticas. Las acusaciones van y vienen, pero por debajo de la mesa continúan los acuerdos, «acariciándose las rodillas», como bien dice la letra. Usted y yo sabemos perfectamente a quiénes me refiero: esos grupos familiares que llevan más de treinta años – sin exagerar – hundiendo a Zacatecas. Se transmiten el poder como herencia, y con él, todos sus vicios.
Lo más preocupante es que muchos no han notado cómo hijos, nietos y sobrinos van apareciendo, sigilosa o abruptamente, en la escena política zacatecana. No importa cómo, pero se empeñan en perpetuar su dominio a toda costa.
Ante este escenario, no podemos cerrar los ojos. Los ciudadanos han despertado: han tomado las calles para manifestarse, dejando huella y sentando precedentes históricos con un grito unánime: «¡Que se vaya David Monreal!» Los maestros de las secciones 34 y 58 del SNTE demostraron públicamente su rechazo al actual gobierno, pero el descontento es generalizado y trasciende a toda la clase política, incluyendo a sus familias.
En días recientes, hemos visto cómo estas mismas dinastías comienzan a posicionar a sus figuras, alzando la mano para contender por la gubernatura en 2027. Esto nos lleva a una pregunta crucial, querido lector: ¿alguien confía realmente en ellos? ¿Alguien se siente representado?
Como ciudadanos, tenemos mucho por señalar, debatir y, sobre todo, actuar. Esta columna es un espacio para reflexionar juntos sobre estos desafíos. ¿Me acompañas en este análisis? Nos leemos en la próxima entrega.