Los espacios sociales como plataformas de discurso I

ARGENTINA CASANOVA

“El lenguaje, por su estrecha relación dialéctica con el pensamiento, puede cambiar gracias a la acción educativa y cultural, e influir positivamente en el comportamiento humano y en nuestra percepción de la realidad”.

Manual para la comunicación incluyente

El lenguaje, nuestro hablar y nuestra escritura, refleja lo que somos, lo que pensamos y es también un reflejo de nuestra realidad; los prejuicios sexistas acumulados por décadas, los odios, las ideas supremacistas o complejos que como sociedad y en colectivo tenemos están imbricados con las palabras, la forma como construimos nuestras expresiones y está en cada una de nuestras comunicaciones que como sujetos sociales sostenemos.

Esa es una de las muchas resistencias que afronta la construcción de una sociedad igualitaria y de pleno respeto a los derechos humanos en la que mujeres y hombres sean consideradas personas con las mismas oportunidades para trabajar, participación política, educación, acceso a la justicia, a la riqueza y todos los ámbitos del ejercicio de la ciudadanía plena y que permean en la sociedad como lastre.

Visto así, la responsabilidad de la comunicación inclusiva con respeto a los derechos humanos merece toda nuestra reflexión y análisis. ¿Para qué queremos comunicar de manera incluyente?

La comunicación nos hace humanos, es facultad muy humana, pero también está imbricada de todo aquello que hacemos, lo mismo podemos hablar con palabras de amor que de odio, pero las palabras también tienen el sentido que se le da dentro de nuestra experiencia de vida, nuestra experiencia colectiva como sociedad y como hablantes de una lengua.

En cada momento de la historia lo que hablamos determina las preocupaciones de la sociedad hablante. En este momento de lo que se está hablando es de “igualdad”, “inclusión” y de “derechos humanos”. Y en gran medida los espacios públicos están siendo permeados por discursos que nos hablan de la necesidad de avanzar hacia la igualdad entre mujeres y hombres, pero no una igualdad física, sino una igualdad sustantiva, que garantice los mismos derechos y oportunidades, básicamente que se dé trato de persona a las mujeres, algo que no ha sido posible aún entrado el siglo XXI.

¿Qué podemos hacer para alcanzar esa igualdad sustantiva de la que hablan la Organización de las Naciones Unidas? Hay alguna relación entre lo que hacemos y la necesidad de fomentar el respeto a los derechos humanos, y más aún, ¿qué es lo que entendemos por una comunicación incluyente?

Para comprender esta responsabilidad, nos remitimos a una premisa más de la Organización de las Naciones Unidas, ¿por qué razón se estima que aún faltan 50 años para alcanzar la igualdad salarial entre las mujeres y los hombres? ¿cómo se puede disminuir esa brecha?

La palabra es un hecho social y como tal, político. Hoy aquí hablamos de Comunicación incluyente y Derechos humanos, en el contexto de una sociedad que vive una crisis de derechos humanos, en una sociedad en la que a diario ocurren feminicidios y hay violencia generalizada contra las mujeres, en donde claramente a pesar de que hablamos tanto de inclusión y de igualdad, esto aún no está ocurriendo en la sociedad como una realidad.

Se vuelve  necesario entender cómo se relacionan las leyes que protegen y garantizan los derechos humanos con la vida social, cómo podemos transformar la vida si no es a partir de leyes que buscan cambiar hábitos, costumbres, tradiciones que se han hecho parte de la vida diaria aun cuando violenten los derechos de algunos grupos y que al paso del tiempo observamos que “necesitan ser cambiadas”, pero éstas encuentran un ánimo de reticencia si no son planteadas bajo mecanismos y modelos de comunicación que apuesten a una deconstrucción del lenguaje que hablamos y con el que nos comunicamos.

Podemos hacerlo desde dos vías, la enunciación de nuestra realidad -es decir en nuestro hablar- la comunicación diaria que atraviesa el proceso de lenguaje-pensamiento-realidad, y mediante leyes que se han ido modificando como una forma de romper hábitos y mal llamados “usos y costumbres” que en realidad representan prácticas patriarcales naturalizadas y que contribuyen al sojuzgamiento y la violencia contra las mujeres, o incluso formas de discriminación contra poblaciones o grupos.

Solo mediante la reconstrucción de nuestras plataformas discursivas podemos al mismo tiempo construir una nueva realidad, una sociedad incluyente y de respeto a los derechos humanos.

* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche

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