López Obrador hace suyo el Zócalo
Ciudad de México.- La plaza se fue llenando poco a poco, globos blancos contrastan con el añil del cielo que se ha pintado de un azul tan transparente que deja ver al oriente los volcanes, mientras que en la plancha su nombre se reproduce infinitamente en banderas, posters y muñecos: Andrés Manuel.
En el escenario suena la música, entre los ritmos tradicionales del son jarocho y del danzón, el Zócalo vibra, resuena el murmureo de la gente que pacientemente espera al nuevo presidente, al hombre de Macuspana en quien depositaron su esperanza en julio pasado, y quien después de un largo camino ha llegado a la presidencia de México.
Han pasado más de 12 años desde que dio el primer paso en su camino para llegar a este momento, de recorrer el país una, otra y otra vez, plaza tras plaza, miles de kilómetros, miles de rostros que han puesto su fe en él y en el cambio, miles de discursos, pero ahora es el momento de aquel hombre de Macuspana.
La fachada de Palacio Nacional parece brillar con una luz cobriza con los últimos rayos del sol, de pronto las puertas se abren y sale ese hombre cano, el candidato de izquierda, al disidente, al hombre que hace más de 20 años salió de Tabasco.
Los sonidos de la flauta de carrizo, los tambores y las caracolas flotan sobre el aire, mientras Andrés Manuel López Obrador avanza sin prisa entre la multitud que extiende sus manos hacia él, a veces se detiene a recibir papeles, a hablar a los ojos del pueblo que lo llevó a la Presidencia de México.
En la plancha capitalina no hay cabida para la calma, ni un centímetro, la gente palpita, gritan su nombre, “¡No nos vayas a fallar!”, “¡Estamos contigo!”, “¡Presidente, Presidente!”, “es un honor estar con Obrador», “sí se pudo», todo es un murmullo interminable de voces, todo es una fiesta.
De pronto se hace el silencio, el humo de copal se eleva frente a su rostro, el semblante de Andrés Manuel cambia, frente a los pueblos originarios se ve solemne, mientras aquella nube de incienso va rodeando todo su cuerpo en una ceremonia que recuerda que las raíces prehispánicas de México están vivas.
Con la mano extendida al este donde sale el sol, la multitud se une a la ceremonia, suenan de nuevo las caracolas, después al oeste, donde los últimos rayos de sol se reflejan entre las ventanas. Suena la caracola: viento del norte, suena la caracola: viento del sur, los cuatro puntos cardinales y después de rodillas para saludar a la madre tierra.
Los pueblos indígenas le hacen entrega del bastón de mando y lo alza ante los miles de asistentes frente a él, la gente grita de nuevo, ondea sus banderas, aplauden, corean su nombre «Obrador… Obrador…», «Presidente… Presidente», «No estas solo, no estas solo», después le dan una bandera de los 500 pueblos indígenas de Norteamérica.
Por fin toma el micrófono, «reafirmó mi compromiso de no mentir, no robar y no traicionar al pueblo de México», la gente enloquece, asegura que trabajará por «una modernidad forjada desde abajo y para todos», y para lograr la purificación de la vida pública de México.
Habla lento, como de costumbre, los asistentes lo escuchan atentos, algunos ya llavan horas esperando oír su voz, otros han venido desde lejos para ver un hecho que consideran «histórico», seguidores que estuvieron con él en las plazas o que lo han seguido desde que era jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Entre ellos está Don Ignacio, lo escucha atento, no le importa el cansancio de ocho horas que hizo desde Tlapa, Guerrero. Cuenta que lo conoció hace años, en su primera campaña, cuando visitó su municipio, desde entonces lo ha visto dos más, dice que es el único que ha recorrido todo el país, que se preocupa por las personas más pobres.
En el escenario sigue con los cien puntos que impulsará en su gobierno, plantar árboles, apoyo a agricultores, pescadores, rescatar la pequeña propiedad, los ejidos, el campo, créditos a la palabra, rescatar a Pemex como los hizo Lázaro Cárdenas, y a la Comisión Federal de Electricidad, además que una vez que rehabilite las refinerías y se construya la de Dos Bocas, bajarán los precios de las gasolinas.
Fue un discurso largo, en el Zócalo se hizo de noche, al final más aplausos, «les invito a que ayudemos todos a convertir en realidad estos compromisos», pero su camino por México seguirá.
«No dejemos de encontrarnos», ya que seguirá recorriendo el país «no habrá divorcio entre pueblo y gobierno… los necesito», «Cuando gobernantes revolucionarios cometen el error de separarse del pueblo, no le va nada bien».
Al final, en el Zócalo retiembla el Himno Nacional en su gargantas, para decirle adiós a ese hombre de pelo cano y voz pausada que ha encontrado en millones de mexicanos eco en sus voces, al discrepante, al nuevo presidente, a Andrés Manuel López Obrador.
Después la fiesta, la voz de Regina Orozco retumba entre los muros de cantera.
«Vamos a rescatar a México, como se pueda, con lo que se pueda, hasta donde se pueda», la Orquesta Sinfónica resuena, la gente corea, han sido largas horas y serán aún más para seguir la celebración de un acontecimiento histórico en la vida de México.
LNY/Notimex