Las niñas invisibles
ARGENTINA CASANOVA
A Malena, una niña invisible que se quedó en la memoria
Cada año en México y en el mundo, un alto número de niñas mueren de hambre, en partos a temprana edad, son víctimas de feminicidio y, si sobreviven, lo hacen en condiciones de explotación, trata, con altos riesgos de contraer VIH, con alimentación deficiente y escasas oportunidades de asistir a la escuela.
Guatemala, Nigeria, Europa del Este, Perú, México son lugares donde existe el matrimonio infantil, la trata de personas, la venta de niñas, la explotación en el matrimonio servil, donde las niñas mueren a diario por el abandono y la indiferencia de un sistema social-patriarcal que valora más la vida de los niños. Y donde, desde el momento en el que una mujer sabe que está embarazada lo común es que se lamente por la conciencia de que “las niñas sufren más”.
Lo que persiste es el abandono. De las niñas nadie se acuerda, no es de ahora, es de siempre y en el mundo prevalece la violencia contra las niñas, principalmente la violencia estructural y la íntima violencia que se ejerce en los hogares donde las niñas son un mal inevitable.
Cuando tenía 6 años conocí a Malena y su historia, que la nombro para no olvidarla, como a tantas otras, como a las que se van sin que nadie las note.
Malena, también de 6 años, murió envenenada porque a alguien se le ocurrió que podía confundir el polvo de leche con el veneno para ratas y servirlo a una niña sin padre y cuya sonrisa solo su madre recordaría.
Al saber de las niñas víctimas de la violencia del Estado en Guatemala, pienso en todas las niñas que como ellas, como “Lulú”, una joven que buscaba a su familia al ser rescatada en el Hogar de Michoacán, donde una mujer prácticamente acumulaba a personas a las que aisló del resto del mundo.
Por todas las niñas Malenas que son borradas, porque las «niñas a nadie les importa», si viven, si comen, si mueren de hambre, si son encerradas, si alguien las abusa o si sus propios padres se van y las dejan abandonadas a sus suerte para morir de hambre, condenadas al abuso y a la violencia.
Por las niñas de Guatemala, por las de México, las de África y la India, por las niñas que nombramos para no olvidarlas.
Es solo el panorama global de la violencia contra las mujeres desde sus primeros años. Al menos en América Latina se habla de 70 mil jóvenes adolescentes que mueren al año por complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto. Tan solo en México, la tasa de fertilidad en adolescentes es de 65 mujeres por cada mil.
Según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en 2014, 55.2 por ciento de los niños y niñas de entre 2 y 5 años de edad vivían en pobreza y 13.1 por ciento en pobreza extrema. A esto se suma que el 60.5 por ciento de ellos presentaba carencias en el acceso a la seguridad social y 25.8 por ciento en el acceso a la alimentación.
Aunque el preescolar es obligatorio en México, únicamente el 42.2 por ciento de los niños y niñas de 3 años de edad fueron atendidos por una institución educativa durante el ciclo escolar 2014-2015; para los de 4 años fue el 89 por ciento; y para los de 5, el 84.3 por ciento, estos y otros números nos dan una idea de la situación de las niñas.
En México, se habla de que 7 de cada 10 personas que desaparecen en el rango de edad de 15 a 19 años de edad, son mujeres. Los casos de feminicidio de niñas entran en una categoría de subregistro que se diluye ante el enorme número de casos.
Aunque no se precisa a detalle cómo está la situación para las niñas, es claro a nivel internacional que en todas las sociedades se privilegia a los niños nacidos sobre las niñas, por las creencias de que ellos serán los que continúen con los “apellidos” o los que se encarguen de la continuación de una etnia o costumbres y tradiciones.
En Estados Unidos y Canadá, las mujeres de los pueblos originarios han denunciado la marginación y la violación de sus derechos a la propiedad de la tierra, apoyados por sentencias de jueces que reconocen el derecho de la comunidad a restringir la herencia para las mujeres que se casan con hombres que no pertenecen a sus mismos pueblos, pero no aplica lo mismo para los hombres de la comunidad.
Este panorama nos pone en oportunidad de reflexionar sobre la realidad en la que se violentan los derechos de las niñas y el caso de Guatemala es la punta del iceberg de la problemática en Latinoamérica, que evidencia una desvalorización de la vida de las niñas.
Necesitamos construir y trabajar por un mundo en el que las mujeres al saberse embarazadas no se angustien al saber que parir una niña será sinónimo de una historia de sufrimiento y dolor.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.