Las fábulas de Esopo

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Su vida personal es tan fantástica como los cuentos que escribió. Se sabe tan poco de ella, que muchos han puesto en duda su existencia.

No está probada su figura como persona real. Diversas ciudades pretenden ostentarse como las poseedoras de la ciudadanía de Esopo, aunque no terminan por ponerse de acuerdo ni siquiera en la época en que vivió.  Las citas más coincidentes quisieran situarlo alrededor de 600 años antes de Cristo.

Se dice que nació en Tracia, y que fue esclavo de un hombre poderoso, llamado Jantos, quien gozando de su inteligencia y perspicacia, decidió liberarlo años después.

Fedro quien se dedicó a recopilar las  “fábulas esópicas” piensa más bien que provenía de la ciudad de Frigia, lo mismo que el historiador Suidas.

La obra de Esopo ha trascendido el tiempo, de forma tal que ya no es importante para nadie –salvo para los fanáticos de los nacionalismos- atribuirle su nacencia a uno u otro pueblo.

Las Fábulas de Esopo son tan viejas que se remontan a la época clásica: se utilizaban ya  como libros de texto en las escuelas y Platón dice que Sócrates se sabía de memoria los apólogos de Esopo.

La lucha por su paternidad parece interminable: Según Heródoto, Esopo vivió entre los años 570 y 526 a. C. Según Heraclio de Ponto vivió hacia el 540. Según Fedro y otros autores entre el 612 y el 527, y habría sido contemporáneo de Pisístrato.

El hombre “sin origen” fue finalmente asesinado en Delfos, tras una acusación de robo, que tiempo después se demostró que era falsa.

A pesar de esta vida poco conocida, no puede decirse lo mismo de sus cuentos, ó de sus enseñanzas. Reto a cualquiera de mis amables lectores, a demostrarme fehacientemente que no conoce, ni nunca ha oído hablar, de historias tan simples como notables, como las de:

  • El águila y la zorra
  • La zorra y las uvas
  • El viento del Norte y el Sol
  • El escorpión y la rana
  • El granjero y la víbora
  • El león y el ratón
  • El perro y la campanilla
  • El ratón de campo y el ratón de ciudad
  • La cigarra y la hormiga
  • La liebre y la tortuga
  • La rana que quiso ser buey
  • El cuervo y la zorra
  • El cuervo enfermo
  • La gallina de los huevos de oro
  • El invierno y la primavera
  • La comadreja y las gallinas
  • El viejo y la muerte
  • El campesino y la serpiente
  • La rana y la zorra
  • La perra que llevaba un trozo de carne
  • El niño que se ahogaba
  • Zeus y la serpiente
  • De gansos y grullas
  • Las ranas y su rey
  • El águila y el escarabajo
  • El león enamorado
  • La primavera y el invierno
  • El parto de los montes

No son menos de 300 los cuentos que quedaron grabados para la posteridad en las mentes de muchas generaciones. Me gusta este de manera particular:

Las ranas pidiendo rey

Cansadas las ranas del propio desorden y anarquía en que vivían, mandaron una delegación a Zeus para que les enviara un rey.

Zeus, atendiendo su petición, les envió un grueso leño a su charca.

Espantadas las ranas por el ruido que hizo el  leño al caer, se escondieron donde mejor pudieron. Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se le sentaban encima, burlándose sin descanso.

Y así, sintiéndose humilladas por tener de monarca a un simple madero, volvieron donde Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, pues éste era demasiado tranquilo.

Indignado Zeus, les mandó una activa serpiente de agua que, una a una, las atrapó y devoró a todas sin compasión.

Como siempre, Esopo terminaba sus fábulas con una reflexión. La de este cuento fue: “A la hora de elegir los gobernantes, es mejor escoger a uno sencillo y honesto, en vez de a uno muy emprendedor pero malvado o corrupto”.

Esopo pasó a la historia, no sólo gracias a su obra simpática, inteligente y feliz.  A ello contribuyeron sus importantes difusores, como  Demetrio de Falero,  Fedro –quien las tradujo al latín en el primer siglo de la era cristiana, Babrio –que las reescribió en verso aproximadamente dos siglos antes de Cristo-, Jean de La Fontaine –que las difundió en la Francia del Siglo XVII y Félix María Samaniego –que las popularizó en la España del siglo XVIII-. En sus fábulas hay una enseñanza moral, no una doctrina. Recogen experiencias de la vida cotidiana que forman un conjunto de ideas de carácter pragmático.

Por eso no han perdido vigencia, pues han demostrado que la naturaleza del hombre es la misma, por más vueltas a la Tierra que los transbordadores espaciales hayan dado.

Al ser más de 300, bien podrían convertirse en material de lectura en su casa, durante todo un año, a partir de que Usted se decida a revisar estos viejos y divertidos capítulos de sabiduría, tan magníficos que han trascendido los idiomas e idiosincrasias de propios y extraños.

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