La volubilidad y la histeria, su reivindicación
ARGENTINA CASANOVA
Dos personas pueden mantenerse
sanas, brindarse apoyo, convicción,
amor, masajes, esperanza, sexo.
El camino lento, Marge Piercy
Una mujer puede ser absolutamente racional para la ciencia y los estudios teóricos, y al mismo tiempo ser calificada como voluble, histérica o emocional, porque para arribar a la escena pública, intelectual o de los intercambios sociales afectivos, se espera que asuma un rol asignado desde la impostura emocional como aprendizaje patriarcal, y es cuando se vuelve necesaria la reivindicación feminista de la volubilidad y la “histeria”.
No sólo la noción del «amor romántico» se ha patriarcalizado, también la idea misma de las relaciones humanas regidas bajo la premisa del control y el poder, el subyugamiento y su forma de concebir las emociones.
Vivimos y somos parte de una sociedad en la que hemos sido educadas y educados en un sistema social en el que se apuesta al «ocultamiento» o a la simulación, escondernos detrás de una máscara antes que mostrarnos realmente. Cuanto más encondamos y mejor, más probabilidades tenemos de tener éxito, el control de las emociones hasta domesticarlas, someterlas y por supuesto adormecerlas.
Nos han enseñado que los «sentimientos» no se deben mostrar, que es volubilidad «inestable» y que la «histeria» es cosa de las mujeres. Como una auténtica camisa de fuerza, armadura exterior de la identidad genérica, el sistema patriarcal nos hizo también una máscara interior para aprender a negarnos nuestras emociones y ocultarlas bajo las «cómodas» y lúcidas emocionalidades aceptables.
De tal forma que no hay lugar a la confrontación ni a la reflexión porque ello supone que estás saliéndote de ese deber ser lucido. Sobrevaloramos la lucidez y el autocontrol como parte de lo aceptable en un sistema social en el que solo somos funcionales si respondemos a esos parámetros porque, ante todo ser funcional, útil, servir al sistema productivo, es lo que debe ser; y si el «amor» se ha convertido en una vía para hacerte productivo, se construye la noción de un amor que te haga productivo, no improductivo para este sistema social en el que todo se privilegia a razón de tu utilidad-funcionalidad, al mismo sistema.
Por eso la poesía, el arte, el pensamiento filosófico, la reflexión crítica de lo dado, se convierten en meros accesorios que se salen del parámetro de producción de un bien.
No tener hijos te hace salirte de ese sistema porque dejas de producir «consumidores», pero en un giro de tuercas no reproducirte te hace parte de un sistema «válvula» en el que te sumas a los «cuidadores» del planeta, etc. Y la voluntad de nuevo vuelve a disolverse porque es lo último que necesita el sistema. Que te escuches a ti mismo, que pienses y escuches llanamente tus propios deseos y pensamientos, es lo que no interesa.
Entonces el amor se construye dentro de este sistema social como una práctica sobre la que no hay que reflexionar ni deconstruir, ni analizar, porque solo es «la válvula de escape» que el mismo sistema social te permite para que sigas siendo productivo, pero el amor debe y será bajo los parámetros que dicta el sistema mismo y sus propias reglas.
Impostando emociones que te han dicho que sientas, que vivas, que experimentes, en una suerte no solo de alteración genética sino de la psique amoroso-afectiva para ser lo que es aceptable en este sistema patriarcal.
En medio de esta realidad, cabe preguntarnos ¿podemos desde el feminismo plantearnos una forma de convivencia sin el ocultamiento de las emociones? ¿Cabe la posibilidad de que aprendamos a vivir sin la máscara impuesta al patriarcado bajo la cual se oculta no solo nuestra emocionalidad, sentimientos y otras formas de vivir las relaciones humanas, sino la esencia misma de lo que somos y aprender a re-conocernos?
¿Podemos aceptar que eso que ha sido llamado “volubilidad”, no es sino una expresión de lo humano? ¿que la idea de la “histeria” tan condenada y feminizada, es solo eso, un concepto rechazado por su estigmatización?
Podríamos aproximarnos a sabernos mujeres, personas, conociendo y reconociendo nuestros sentires como sentimientos que han sido cercenados por convencionalismos de un sistema social heteronormado-patriarcalizado en el que, la debilidad no es ponderable, en el que la volubilidad es desde una construcción dicotómica, lo indeseable frente a la estabilidad exigible para ser funcional.
¿Pero qué es lo humano? ¿qué está dentro de lo aceptable y aceptable para quién? ¿Y si volvemos al tiempo de la no institucionalización de la salud mental y aprendemos a mirar el rompecabezas con todas sus partes infinitas como posibles expresiones de todo lo humana que somos…? ¿y si empezamos por despatriarcalizar la noción del ser y la persona?
Quizá así podamos entender por qué la frustración de la no expresividad deriva en la violencia entre personas, entre parejas que eligen golpearse como una forma de aproximarse y romper la detestable soledad radical. Castrados emocionalmente, condenadas y condenados a silenciar las emociones en aras del ser socialmente aceptado.
¿Es el amor un producto del sistema patriarcal-capitalista, o es la forma de entender el amor lo que se ha convertido en un producto más, con etiqueta y características definidas, peso, caducidad y formas de expresión?
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche