La transparencia: antídoto contra la corrupción

MARTÍN ÁLVAREZ CASIO

En tiempos donde la desconfianza ciudadana hacia las instituciones crece como hiedra sobre los muros de la democracia, la transparencia deja de ser una simple cualidad deseable para convertirse en una obligación impostergable. No se trata de un lujo ético ni de una estrategia de imagen; es un principio fundacional del servicio público, y su ausencia suele ser la primera alerta de que algo marcha mal dentro del gobierno.

Casos recientes, como el que se ha denunciado en el municipio de Fresnillo, nos recuerdan con crudeza cómo la opacidad no solo socava la confianza ciudadana, sino que puede enmascarar prácticas que cubren a la ilegalidad. El, según se rumora, obsequio de un vehículo de lujo a un presidente municipal, proveniente de un contratista que pudiera ser favorecido con recursos públicos, no es solo motivo de sospecha: es una señal de alarma que demanda una investigación profunda e imparcial.

La transparencia es hermana de la rendición de cuentas y del derecho ciudadano a saber cómo se administra el dinero público. Cualquier servidor público —ya sea electo o designado— que evade esta responsabilidad, traiciona la confianza depositada en él. Peor aún, quienes se aprovechan de su cargo para beneficiarse a sí mismos, a sus amigos o a sus familiares, están instaurando una forma perversa de gobierno: una cleptocracia donde el poder se vuelve negocio y el pueblo, cliente cautivo.

El caso de Fresnillo, respaldado por pruebas que hemos presentado, evidencia prácticas que parecieran indicar sobreprecios y favoritismos que, de comprobarse, deben ser sancionadas. Dn el Congreso del Estado hemos dicho que no se trata de un asunto personal. Se trata de la defensa del erario, del interés público, de la dignidad de los ciudadanos que pagan sus impuestos y esperan servicios, no abusos.

Por ello se debe reconocer a los que se atreven a denunciar, porque en la denuncia no solo se ejerce un derecho: se cumple con un deber. Y aunque las reacciones de los señalados sean virulentas, aunque se busque silenciar la crítica con amenazas o juicios políticos, la verdad tiene una cualidad inquebrantable: incomoda, pero no peca.

Pero no basta con indignarse; hay que investigar, sancionar y prevenir. Porque mientras el dinero público sirva para enriquecer a unos cuantos y no para construir bienestar colectivo, seguiremos siendo rehenes de un sistema que castiga la honestidad y premia la simulación.

Fresnillo, como tantos otros municipios del país, merece respeto, transparencia y una administración honesta. No tiene dueño, no es patrimonio de ninguna familia ni botín de campaña. Es un pueblo con historia, con trabajo y con dignidad. Y a quienes intentan lucrar con su gobierno, hay que recordarles algo muy simple, pero muy poderoso: el poder es para servir, no para servirse.