La Revolución Mexicana hoy
El día de ayer, en todo el país, celebramos el CI Aniversario de nuestra Revolución Mexicana. En el evento conmemorativo, el Presidente Felipe Calderón llamó a los “verdaderos demócratas” a defender los ideales por los que lucharon los caudillos en 1910; a “defender la democracia contra los criminales, contra quienes se meten con el voto libre de los mexicanos y contra quienes pretenden deteriorar las instituciones.
La democracia no puede ser vista como algo que se conquista y se tiene para siempre, pues debe cultivarse con esmero, ya que se puede perder y extrañar”.
Ante estas palabras, es inevitable remitirnos al proceso electoral federal del 2006, en el cual, esta inflamada retórica por la democracia, simplemente, brilló por su ausencia.
Al margen de ello, es notorio el desdén, la apatía y el desprecio, con que el gobierno federal concibe al movimiento revolucionario de 1910: reivindica la democracia, las libertades políticas pero borra el contenido social de la Revolución.
A final de cuentas, a pesar de que los gobiernos neoliberales, por razones obvias, ya no acudan a la Revolución como su justificación última y fuente de legitimidad, tal y como lo pudimos observar en el discurso de Felipe Calderón del día de ayer; ésta es la más grande herencia de valor social participativo con la que cuenta el país y sigue teniendo una fuerza simbólica de gran peso en el inconsciente colectivo de la población y en la identidad mexicana.
Pese a su heterogeneidad y su posterior desvirtuamiento, la Revolución Mexicana tuvo grandes aciertos en muchas de sus propuestas y proyectos, como menciona el historiador Lorenzo Meyer: “la revolución sí proponía algo concreto como ejemplo la reforma agraria, se tenía un proyecto, un utopía que ahora no tenemos.
La revolución deja herencias positivas y negativas: esas ganas de crear una nación con igualdad, un orgullo de pertenencia, un proyecto de futuro pero también nos hereda un envenenado autoritarismo, formas democráticas que ahondan en corrupción, lo cual, es una negación de su planteamiento original”.
La realidad es que a poco más de dos siglos de nuestra Independencia y a uno de la Revolución, México sigue conformado por dos países: el de los pocos muy ricos y el de los numerosos pobres cada vez más pobres: en los últimos 30 años, los niveles de vida de la población no han mejorado, sino que se han deteriorado; en este periodo -que coincide con el de la imposición del neoliberalismo-, el crecimiento promedio del Producto Interno Bruto (PIB) por persona de México, ha sido solamente del 0.67% anual.
Hoy en día, el mexicano más pobre tiene hasta 27 veces menos ingresos que el más rico; en nuestro país existen 170 millonarios, de los casi 38,000 a nivel mundial, con una fortuna de 0.36 billones de dólares, según señala un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), donde además estima, que para el año 2020, serán 615 nacionales con riqueza en conjunto de 1.12 billones de dólares.
De esta forma, la acentuación de la desigual repartición de la riqueza generada en el país se ha incrementado notablemente, en contraste con lo ocurrido en otras naciones latinoamericanas en las que se registró alguna mejoría.
Una décima parte de los mexicanos que se encuentra en la punta de la pirámide del ingreso concentra 41.4% de la riqueza generada anualmente en el país, proporción similar a la registrada en el 2000, de acuerdo con información del Banco Mundial. Según cifras oficiales del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), durante el periodo 2008-2010, la pobreza creció al pasar de 48.8 millones de personas a 52 millones, de los cuales 11.7 millones viven en pobreza extrema.
Pese a los aciertos históricos, a nivel general, podemos afirmar que todos los intentos de modernización en México, han sido fallidos o han quedado inconclusos porque nunca se trató de proyectos integradores, sino de imposiciones: el proyecto moderno pretendió borrar al país ancestral adosándoselo sin miramientos, como lastre en su marcha a la conquista del Progreso.
Es evidente que aún no hemos diseñado, ni desarrollado un modelo de nación que contemple a ambos y no excluya al más vulnerable. El proyecto moderno empezó con los borbones y siguió con Juárez, con Porfirio Díaz, con Carranza, con Obregón y Calles, y con los gobiernos que institucionalizaron la Revolución.
El intento más reciente lo observamos con la modernización neoliberal.
Con la Revolución, los gobiernos emanados de ella lograron transformar a la sociedad con su proyecto modernizador, pero a pesar de su retórica inflamada y su sustento ideológico -nacido de la legitimidad que le dio la lucha armada-, a final de cuentas, terminó siendo un fracaso: la pobreza y desigualdad creció bajo un régimen de corrupción.
El “milagro mexicano” duró relativamente poco y terminó siendo un espejismo de abundancia; a la vez que se construyeron miles de escuelas y carreteras, también fue fortaleciéndose una élite económica conformada por ese binomio entre los administradores del régimen y las fuerzas económicas tradicionales y las de nuevo cuño.
Después del periodo del nacionalismo revolucionario del régimen priísta, a partir del arribo de Miguel de la Madrid a la Presidencia de la República, desde la cúspide del poder, la tecnocracia mexicana poco a poco fue imponiendo su dogma neoliberal y generó grandes expectativas de progreso y desarrollo de cara al futuro; los tecnócratas salinistas, afirmaron demagógicamente que estábamos frente a un nuevo y gran milagro: la industrialización acelerada, el crecimiento a altas tasas, el petróleo, el TLC fueron las ofertas que apuntalaban esta “nueva era” que pondría a México en un primer plano en el concierto de las naciones.
Sin embargo, el quiebre económico de finales de 1994, mostró de forma contundente que nuestra realidad distaba mucho de ser como los neoliberales la habían presentado y, pronto, su castillo de naipes se derrumbó; como lo dijo Julieta Campos: “el verdadero milagro estaba en que los pobres siguieran sobreviviendo en la periferia de tantos milagros, esperando siempre en vano el goteo de las lluvias que les ha venido prometiendo el cielo protector del Progreso”.
Ahora que celebramos el 101 Aniversario de la Revolución Mexicana, el país atraviesa por una crisis estructural de grandes dimensiones: crisis económica y pobreza extrema de los sectores mayoritarios de la población; inseguridad rampante con el empoderamiento de grupos del crimen organizado y una marcada debilidad del Estado para darles frente.
Además, nuestro sistema político se ha degradado y no hemos logrado una verdadera transición democrática; ante esta situación, a nivel general, los ciudadanos sienten un rechazo cada vez mayor hacia la clase política.
Lo más preocupante es que un amplio sector de la población, comienza a dudar de la efectividad de las instituciones democráticas y, peligrosamente, se inclinan hacia la posibilidad de una regresión democrática en el país, como respuesta desesperada ante el rumbo errado del país y a la falta de respuesta para los graves problemas que lastiman a la sociedad.
En este sentido, es necesario revalorar y darle significado en el presente, a las experiencias positivas y transformadoras del proceso histórico nacional, en particular, a la Revolución Mexicana y su herencia más digna.
Frente a los efectos del modelo económico neoliberal y su programa, cuyo objetivo de barrer las conquistas sociales ha cumplido con éxito; hoy en día, las fuerzas progresistas y demócratas del país, los movimientos sociales y civilistas, tenemos una gran responsabilidad de seguir en pie de lucha para defender y reivindicar –sin demagogia- los postulados sociales que fueron enarbolados en la Revolución Mexicana de 1910, así como fortalecer las instituciones democráticas y garantizar un estado de derecho con vocación social, en el que se respeten los derechos humanos y a las minorías.
Es evidente que estos grandes objetivos, sólo son alcanzables a partir de un nuevo proyecto de nación que sea integrador e incluyente, en la regeneración de nuestra vida política, en la erradicación de los actuales niveles de corrupción y en la eliminación de la ofensiva desigualdad social.
Finalmente, a nivel local, desafortunadamente no estamos exentos de padecer estas severas problemáticas; por el contario, la inseguridad, el estancamiento económico y la desigualdad se han incrementado a últimas fechas en Zacatecas.
De ahí que todos los órdenes de gobierno, necesitamos hacer un compromiso real y efectivo por sacar adelante a nuestro estado: la sociedad ya no soporta más violencia, desempleo, falta de oportunidades y pobreza.
Por ello, en la actual coyuntura, reitero mi llamado para que el Poder Legislativo, conjuntamente con el Ejecutivo y todos los sectores de la sociedad, agotemos todas las alternativas posibles de diálogo para construir un Proyecto de Presupuesto para el 2012 en Zacatecas, incluyente y redistributivo, que atienda cabalmente aquellos problemas que hoy tanto lastiman a nuestra sociedad y que, verdaderamente, dote de un rostro social al Estado.