La renuncia del Papa
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX *
El 28 de febrero a las 8 de la noche, tiempo de la Ciudad de El Vaticano, la sede papal quedará vacía. Así lo anunció Benedicto XVI ante la estupefacción de los altos jerarcas de la Iglesia Católica, reunidos en un Consistorio que tenía otra muy distinta finalidad: anunciar la canonización de tres nuevos santos que serían elevados a los altares en una fecha que resultó pospuesta luego de que otro tema de mayor relevancia tomara su lugar: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino», dijo el teólogo alemán que durante 8 años ha ocupado la más alta posición en la intricada estructura de una añeja y siempre vibrante institución, que tiene seguidores y también detractores en todos los países del orbe.
El último Papa que dimitió fue Gregorio XII, quien renunció a su encargo en 1415 como parte de un acuerdo para poner fin al Gran Cisma de Occidente entre varios papas que se disputaban la autoridad pontificia. El motivo que se argumenta ahora para esta decisión tan poco usual, es la salud: la falta de fuerzas para estar “a tono” con las elevadas exigencias de un mundo que se mueve cada vez más rápido, y que requiere líderes que reaccionen con esa fuerza y ligereza que Benedicto XVI no siente ya poseer a sus 85 años de edad.
Lo cierto es que no le ha tocado un encargo fácil: sustituir al carismático Juan Pablo II “te quiere todo el mundo”, era por sí misma una tarea que se antojaba de imposible resolución. Poco a poco había ganado terreno en ese tema, sin embargo, no era el único con el que tuvo que lidiar. Si dejamos a un lado el escándalo de filtraciones y pérdida de confianza de su propio secretario particular –cuyo juicio apenas terminó-, seguramente la pederastia fue el más pesado y tortuoso de los problemas torales que le heredaron años de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo, y que se habían replicado ya en muchas otras comunidades católicas de distintas ciudades del planeta.
Algunos hablan de su pasado nazi –una carga difícil de ocultar y de continua remembranza para quienes veían en el Papa una figura contradictoria por ese sólo hecho-. Otros se refieren a la acelerada pérdida de fieles de la grey católica, derivados de su firme postura teológica, que a veces parecía desfasada de las nuevas realidades que el mundo enfrenta: matrimonios entre homosexuales, el celibato sacerdotal, la separación de facto de la Iglesia de las personas divorciadas y vueltas a casar –o no- por las leyes civiles, y asuntos no menores de corrupción que tocaron al Banco Vaticano y a sacerdotes de elevada jerarquía en diversas latitudes del planeta. Se trata, sin duda, de una carga pesada para un hombre educado en la firmeza teologal y que quisiera ver una vida más parecida a la que experimentó en sus primeros tiempos como sacerdote.
El rebaño se queda sin su pastor. Será despedido en un último acto formal, al que están ya siendo invitadas personalidades de muchos países. Se le despedirá con todos los honores, pero lo cierto es que, con su partida, se abre una gran incertidumbre sobre el futuro de una comunidad como la católica, importante en número y llena de preguntas ante un porvenir que no percibe con claridad. Probablemente estemos ante un nuevo y muy esperado III Concilio Vaticano. Eso si el papa que sea electo luego del cónclave cardenalicio que se convocará, resulta acorde con los reclamos de la sociedad de un nuevo milenio, que demanda incluso un cambio en el modelo económico global –un asunto que no toca directamente al heredero del trono de San Pedro, pero que él mismo podrá impulsar desde su posición de poder, si su carisma, su fuerza y su capacidad de cabildeo así lo determinan-. Porque además de lo meramente espiritual, es evidente que la Europa unida está por desmembrarse en pocos años, sujeta a disparidades que parecen insalvables, como también es claro que los Estados Unidos viven una etapa de crisis estructural, lo mismo que otras naciones –México incluida- donde las diferencias entre pobres y ricos se agudizan, las necesidades de educación y desarrollo se intensifican, por no hablar de África y sus masacres, su miseria, el SIDA como atávica lacra que los consume y los fenómenos mundiales de migración que generan inestabilidad social en los países expulsores de mano de obra, pero también en quienes reciben por millares a tantos miserables a los que hay que proveer de todo, y de quienes se aprovechan los que pueden hacerlo, a la menor oportunidad.
Joseph Ratzinger lo ha visto todo con detalle seguramente: es un reto realmente monumental para un hombre, aún con las canonjías que su puesto y su linaje le proveen. Esto lo habíamos visto en las novelas. Hoy se abre una nueva historia que contar: imprevista y sobrecogedora, que obliga a la reflexión y a la acción, porque un papa no renuncia como mero capricho: el mar proceloso y turbulento que se distingue de fondo, enturbia los corazones de muchos y mueve a la reflexión de cientos de millones ahora mismo.