La misoginia de las empoderadas políticas

SOLEDAD JARQUÍIN EDGAR

Es tiempo de las mujeres es una frase repetida desde al menos dos décadas atrás cuando se hacía necesaria ante las múltiples rendijas y trampas que se inventaban en los partidos políticos para cumplir con las cuotas y que impedían terminar con el rezago en la participación pública y política de las mujeres. Lograda la paridad el paso subsecuente sería la igualdad sustantiva, pero las mujeres de las políticas tienen otro deber ser, está implícito, y ese deber ser no es con sus partidos políticos, sino fundamentalmente con las mujeres.

Hoy en buena parte del país tenemos paridad numérica, hay quienes hablan de paridad total en todos los niveles de gobierno, sin embargo, hay sitios donde continúa el regateo, incluso, todavía se escuchan las voces del patriarcado arcaico, en el cuerpo de las mujeres, que sostienen que ellas no quieren participar en los gobiernos, y no me refiero únicamente a las comunidades indígenas.

La paridad en cualquiera de los niveles de gobierno tendría como fin alcanzar la igualdad sustantiva, que dicho en pocas palabras significa que usted, las otras y yo podamos ejercer a plenitud los derechos ¿qué derechos? A vivir libres de violencia, la libertad de tránsito, de expresión e información, educación, salud, vivienda digna, trabajo y remuneración adecuada, a decidir sobre nuestros cuerpos, los derechos sexuales y reproductivos, y todos los derechos que se acumulen en su vida.

En 2014, 31 de enero, con la reforma al artículo 41 constitucional se incorpora la paridad de género en el poder legislativo federal y en los congresos locales, la idea de las senadoras que impulsaron la reforma en se órgano legislativo era finalmente una forma para lograr la igualdad sustantiva y elevar la calidad de la democracia en México. Esa paridad ya está en todo o debería estar en todo. El problema es el fondo de ese todo.

Las cuatro legislaturas anteriores superaron el número de 200 diputadas federales, en la actual son 251. En las tres anteriores, las legisladoras lograron importantes modificaciones legislativas desde la perspectiva feminista, en busca del gran tesoro: la paridad sustantiva. El lenguaje de las leyes se ha modificado en México, se han creado otras necesarias, muy específicas frente a los diversos tipos de violencias, lo que nos habla de la enorme imaginación de los perpetradores.

Esa es la importancia de que las mujeres lleguen al congreso federal y los cámaras de diputados estatales. Hacer esa especie de sinergia o esa conspiración, porque hay muchos pendientes para las mexicanas.

También hemos aprendido a lo largo de los años que no se consigue la igualdad por decreto, sino con hechos. Se necesita una sociedad educada en la igualdad, una donde las mujeres tengan la misma importancia humana que los hombres y por tanto las mismas posibilidades que ellos.

Para eso queremos que lleguen las mujeres al poder, para eso lucharon las mujeres del siglo XIX y del XX, para que las no privilegiadas puedan gozar de sus derechos, cumplir con la tan ansiada igualdad sustantiva, es un trabajo diario. Por ahí usan mucho la palabra “empoderamiento”, bueno podemos adoptar esa palabra siempre y cuando ese poder venga acompañado de los derechos.

Sin embargo, tenemos que decirlo hay en ese pequeño grupo de empoderadas políticas cada vez menos libertad, han roto el techo de cristal, pero no el piso pegajoso, ahora compuesto por una sustancia viscosa cuyo ingrediente principal es el patriarcado gobernante y el partido en el poder. Romper esas ataduras es aún más difícil cuando las diputadas no se la creen y piensan que si no hacen lo que les dicen los señores del poder van a perder todo. Les recuerdo que al servir al patriarcado lo primero que se pierde es la dignidad.

Lo que vimos esta semana en el Senado, por ejemplo, es un episodio que se ha repetido en los últimos tiempos, la imposición de Rosario Piedra Ibarra en la Comisión Nacional de Derechos Humanos es lamentable. Por un lado, la propia Piedra se presta, aunque sabe que es una mujer limitada, estaba enterada que fue la peor calificada, no debía estar en la terna ¿dónde está su memoria familiar, su dignidad?

Por otro lado, tenemos a las senadoras que prácticamente han trasladado su quehacer de cuidados del señor de la casa, a cuidar al señor o los señores del poder político, el patriarcado. Sí, sé que se lee misógino, sin embargo, diré que, a mí, la verdad me resulta verdaderamente misógino pasar sobre la dignidad de las mexicanas (candidatas a la CNDH y víctimas no vistas por esa institución) por el hecho de servir al patrón que las mandata a hacer y decir lo increíble, aun en contra de sus principios.

P.D. Los señores senadores también deben mostrar que tienen dignidad.