La migración NO es un problema
MARÍA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ
Inicio esta nueva colaboración expresando una idea que me gustaría que quedara muy clara en la mente de las personas que tengan la paciencia de leerme: la migración NO es un problema. Así de simple, así de tajante y al mismo tiempo, así de complicado. La presencia de personas migrantes no representa, o no debería representar para los habitantes del país receptor, un problema social, como muchas personas, utilizando las redes sociales han tratado de evidenciar, con base en los recientes acontecimientos que se han suscitado en la frontera sur de México.
Que quede claro: la Caravana de personas migrantes, provenientes de Honduras, Guatemala y El Salvador, que en los últimos días intenta ingresar en territorio mexicano, no debería ser percibida como una amenaza para la estabilidad nacional y, sin embargo, no solamente es el tema principal del que se habla en las redes sociales y en los noticiarios, sino que, además, se le muestra como si en la frontera sur se estuviera fraguando una auténtica invasión al territorio nacional.
Es verdad: los medios de comunicación (no solamente mexicanos, sino de cualquier parte del globo donde la migración esté aumentando) contribuyen en gran medida a que se perciba la presencia de los migrantes como un problema y no como el resultado de diversas circunstancias sociales, económicas y culturales, y más aún, como una oportunidad de crecimiento económico y hasta de enriquecimiento cultural.
Efectivamente, con base en el tratamiento que se da al tema en los medios, entre los que por supuesto, ahora hay que incluir a las redes sociales virtuales, las personas de a pie nos formamos una imagen de las personas migrantes, a quienes, por desgracia, se percibe como un problema, en el mejor de los casos, y en el peor, como una auténtica amenaza.
Hace unos meses, durante un vuelo Ciudad de México-París, escuchaba la conversación de un grupo de jóvenes bailarines folclóricos que iba a presentarse en algunas ciudades europeas. Una de las personas adultas que los guiaba, contaba una de sus aventuras vivida en un viaje precedente. Decía haber llegado después de un largo trayecto a una ciudad donde la esperaba un comité de bienvenida, y para enfatizar su incomodidad, decía: “¡Parecía yo una migrante, toda cochina, sin bañarme, sin peinarme, toda fea; qué vergüenza!” Así se expresaba la mujer y en ese momento, pensé que, por desgracia, la percepción que ella tiene de ser migrante es la misma que otros tantos millones de personas.
Así de reducida, elemental y discriminatoria es la idea que muchas personas se han hecho sobre los protagonistas de la migración: hombres y mujeres sucios y hambrientos que nada tienen que aportar a las sociedades donde pretenden entrar sin tener ya no digamos los documentos, sino las mínimas características que les permitan ser como los “dueños” del territorio donde quieren ingresar.
La discriminación es una constante y francamente resulta desalentador ver, por ejemplo, cómo en una comunidad virtual de migrantes mexicanos en un país europeo, muchos han opinado sobre el caso de la Caravana y sus expresiones son tan desconcertantes como “Migrar ilegalmente no es un derecho”. Obviamente, muchos de ellos se consideran a sí mismos personas que viven en otro país en condiciones privilegiadas y ni por equivocación se perciben como migrantes. La palabra misma les incomoda, les resulta ofensiva, como si hubiera un concepto diferente para definir a quienes tienen documentos, mientras que quienes no cuentan con ellos son simplemente “ilegales”.
Ilegal es una palabra que debemos usar con mucho cuidado. Ilegal quiere decir, simple y llanamente “contrario a la ley”. Las acciones son ilegales. Las personas no. La palabra que debería definir a los migrantes que ingresan a territorio extranjero en condiciones irregulares es “indocumentados”. Hay que entenderlo: esas personas no tienen documentos que avalen su estancia: un permiso de residencia, una visa, nada que les permita estar sin sobresaltos, en este caso, en suelo mexicano. Pero no son delincuentes. No han cometido ninguna acción ilegal.
Y, además, migrar sí es un derecho, visto desde la perspectiva del iusnaturalismo, que señala que los derechos humanos pertenecen a las personas simplemente por su condición humana. Así, migrar debería ser considerado como un derecho porque, como señala el investigador de la UNAM Efraín Nieves Hernández[1], “es un fenómeno inherente al ser humano, que siempre ha estado y estará presente en el escenario internacional y que en la historia de la humanidad se ha constituido como una regla y no como una excepción”.
La migración, según el citado investigador, es un fenómeno que, nos guste o no, seguirá vigente por tres motivos: “la creciente integración internacional, los contrastes en el crecimiento económico de los Estados y los conflictos internos”.
Por desgracia, aun tratándose de una acción inherente a los seres humanos desde tiempos inmemoriales, todo indica que por diversos motivos -económicos, sociales, culturales, ideológicos- no existe todavía un instrumento legal a nivel internacional que reconozca el derecho de las personas a cambiar su lugar de residencia.
En el caso que nos ocupa, las personas originarias de Centroamérica que integran la Caravana se organizaron para intentar entrar masivamente a México, con miras a atravesar su territorio hasta llegar a Estados Unidos. En este momento lo que menos importa es cómo lo hicieron, quiénes y de qué forma organizaron la movilización. Ya qué más da. Lo concreto es que ya se cuentan por miles las personas que caminan decididas a alcanzar su meta y muy difícilmente las van a detener. Lo dramático es que hay mujeres, niños y probablemente también adultos mayores. Lo intolerable es que haya mexicanos que, en lugar de solidarizarse, protestan airadamente ante la situación.
Y aquí lo interesante, hablando de medios de comunicación, es observar la postura de quienes se expresan en la red de redes, donde hay posiciones encontradas que francamente, en algunos casos es complicado siquiera digerir. Por ahora, los diarios de circulación nacional, a través de sus redes sociales, sobre todo, están dando cuenta de lo que acontece prácticamente en tiempo real. Y ahí comienzan los problemas: lo que se lee es preocupante, por decir lo menos. Pongo el ejemplo de un lector que apunta en los comentarios a una nota publicada en el diario La Jornada[2]: “Hordas de bárbaros que sólo vienen a causar una crisis diplomática y social en nuestro país, como si nosotros tuviésemos la culpa de su cobardía para luchar por su nación y en contra de su gobierno. Y todavía se ponen exigentes y actúan violentando nuestras fronteras o burlándose abiertamente de nuestra autoridad […]”
Decía en su momento el filósofo italiano Umberto Eco, que las redes sociales “dan el derecho de tomar la palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de tomarse un vaso de vino, sin dañar a la colectividad. Los callaban inmediatamente, mientras que ahora tienen el mismo derecho de hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”[3].
Lo que resulta evidente es que, como el citado anteriormente, muchos de los opinólogos profesionales de las redes sociales están viendo la situación como si pertenecieran a una élite que sencillamente está lejos, muy lejos del dolor ajeno. Observan los hechos desde un país modelo donde no se debería permitir el paso a quienes podrían violentar tan idónea situación. Los migrantes, de acuerdo con esas personas, vienen a descomponer el tejido social mexicano, llenando el entorno de una violencia que en el país ni remotamente conocemos. Los centroamericanos serían, además, la prueba viviente de que hay naciones donde los ciudadanos tienen tan poco valor, que no se atreven a iniciar una lucha seria por mejorar sus condiciones de vida, y prefieren huir antes que seguir soportando sin chistar a sus gobiernos corruptos y autoritarios, cosa que por supuesto, en nuestro país no pasa, porque ante la mínima injusticia, armamos una verdadera revolución y no ha habido ni habrá nunca gobierno o personaje alguno que se burle de las y los mexicanos.
Así, de acuerdo con los detractores de la red, las personas que integran la Caravana se están burlando de las autoridades mexicanas, ignorando que en este país nadie, absolutamente ningún ciudadano, por ningún motivo y en ninguna circunstancia, se atreve a desafiar el poder que representa nuestro gobierno que es tan justo, tan coherente y tan respetuoso en todos sus niveles.
Ese es el punto. Que ellos, los “otros”, representarían una amenaza ante una realidad que, cuando se trata de “nosotros” no tiene defecto alguno. Pero atención: me parece que no habría que perder de vista que esos migrantes, de acuerdo con lo que ha sido publicado en las últimas horas, tampoco tienen de nosotros el mejor concepto y pretenden solamente atravesar nuestro territorio para llegar al lugar que, en su imaginario, les ofrece de verdad posibilidades de mejorar sus condiciones de vida.
Ni por equivocación he escuchado que las personas que forman la Caravana hayan manifestado tener intenciones de quedarse en nuestro país. Sí, están desesperando porque el proceso para entrar a México con los documentos que avalan su ingreso regular es muy lento. Se arrojan al río Suchiate con tal de cruzar la frontera, pero todo indica que no tienen ni remotamente intenciones de permanecer en suelo mexicano. Son migrantes de tránsito y habría que reflexionar también al respecto. ¿Qué los hace mantenerse firmes en la idea de llegar a Estados Unidos, a pesar de que el presidente Donald Trump ha amenazado con no dejarlos entrar? Todo parece indicar que en realidad desprecian la propuesta expresada en días pasados por el presidente mexicano electo, Andrés Manuel López Obrador, quien aseguró haber dicho al mismísimo Trump que atenderá la necesidad de un “plan de desarrollo que incluya Centroamérica para impulsar actividades productivas, crear empleos y de esa manera enfrentar el fenómeno migratorio, no con deportaciones”[4].
Así, a partir del 1 de diciembre de este año, México ofrecería a las y los centroamericanos la posibilidad de contar con visas de trabajo, aunque según lo observado, al menos las personas que integran la Caravana, no las quieren. Al respecto, honestamente me parece que habría que analizar también esos porqués y hacer un serio análisis de conciencia.
Hasta ahora he evitado dos palabras que sin embargo me parece están más presentes que nunca desde hace algunos días en las opiniones y actitudes de muchos mexicanos que usan la red de redes: xenofobia y racismo. No quiero abundar en los conceptos y me dolería mucho tener que enumerar ejemplos claros de que estamos ante una oleada terrible de desprecio para con los demás seres humanos.
Sólo me resta pedir responsabilidad ante la situación, empatía hacia las personas migrantes y mesura frente a las opiniones ligeras que sólo reflejan una irracional dureza hacia el otro, hacia el diverso, hacia el diferente.
Todos, tarde o temprano somos, fuimos o seremos migrantes. Es parte de la naturaleza humana buscar un lugar donde vivir mejor. No es decente darle la espalda a quienes hoy nos piden ya no digamos vivir entre nosotros, sino siquiera poder entrar en el que nosotros creemos que es nuestro territorio, para ir hacia otro lado que consideran les puede dar mejores condiciones de vida.
Comprendamos. Si podemos, ayudemos, y si no, tratemos de mantener un silencio que por lo menos nos haga parecer personas benévolas en un mundo cada vez más cruel.
[1] Nieves Hernández, Efraín (2015). “¿Derecho internacional a migrar? Entre el derecho natural y el derecho positivo: el dilema de los derechos humanos de los migrantes”. En Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, núm. 120 y 121. Ciudad de México.
[2]Disponible en https://www.facebook.com/lajornadaonline/posts/10157032143188706
[3] Disponible en https://www.ilmessaggero.it/societa/persone/umberto_eco_attacca_social_network_imbecilli-1085803.html
[4] Disponible en https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-45898633