La incongruencia migratoria de Donald Trump: un ataque contra su propia historia

RAFAEL CANDELAS SALINAS

La historia de Donald Trump está marcada por la migración, pero su retórica antiinmigrante revela una profunda incongruencia. Desde su campaña presidencial en 2016 hasta su más reciente llegada a la Casa Blanca, Trump ha insistido en construir un muro fronterizo, calificar a los migrantes como una “amenaza” para Estados Unidos y obsesionarse irracionalmente con las deportaciones masivas. Esta postura contrasta profundamente con la historia personal de su familia, que está marcada por la migración.

Trump parece olvidar que tanto su madre como su abuelo fueron migrantes. Su madre, Mary Anne MacLeod, llegó a Estados Unidos desde Escocia en 1930, donde trabajó de manera honesta como empleada doméstica antes de casarse con Fred Trump. Su abuelo, Friedrich Trump, emigró desde Alemania en 1885 y construyó una fortuna como empresario, pese a que, según registros históricos, nunca regularizó completamente su estatus migratorio.

En el pasado, migrantes como la familia Trump tuvieron la oportunidad de integrarse y prosperar en Estados Unidos. En contraste, las políticas de deportaciones masivas y la construcción del muro fronterizo buscan limitar estas oportunidades para los migrantes actuales.

La historia de la familia Trump es un ejemplo de cómo la migración ha sido fundamental para el éxito de muchas familias en Estados Unidos. En contraste, la política de «tolerancia cero» implementada por Donald Trump en 2018 llevó a la separación de miles de familias en la frontera, mostrando una postura mucho más estricta y punitiva hacia los migrantes actuales.

En los tiempos actuales, en los que todo lo que hacemos o decimos tiene que ser observado también desde una perspectiva psicológica, esta negación de su propio legado migrante podría interpretarse como un mecanismo de defensa. La constante necesidad de Trump de proyectar fuerza, éxito y superioridad hasta en los más mínimos detalles podría estar relacionada con un rechazo inconsciente de su pasado. En su narrativa, los migrantes representan una amenaza al poder y al orden. Es evidente que Trump trata de distanciarse de sus propias raíces para reforzar una imagen de éxito y pureza nacionalista, al tiempo que evita enfrentarse a una realidad que podría debilitar esa construcción de sí mismo.

Este fenómeno no es único en Trump. Su insistente retórica ha permeado en grandes sectores de la sociedad estadounidense y en sus principales funcionarios de gabinete, quienes parecen estar en una constante búsqueda de aprobación y validación externa, dispuestos a complacerlo en lo que sea.

La disonancia entre su ascendencia y sus políticas no solo lo revela como un político incongruente, sino también como un individuo atrapado en una lucha por borrar cualquier vínculo que lo asocie con su pasado. Esta desconexión no solo es injusta hacia quienes buscan mejores oportunidades en Estados Unidos, sino también profundamente contradictoria. Los migrantes han sido esenciales para el tejido social y económico del país, incluyendo la construcción del imperio de los Trump. Al satanizar a los migrantes actuales, Trump no solo traiciona su historia, sino que refuerza una narrativa peligrosa que divide y deshumaniza.

Más allá de las políticas migratorias, este comportamiento refleja una negación personal que le impide reconciliarse con su propio pasado. Hay que reconocer que su éxito y su identidad están cimentados en las mismas oportunidades que hoy les pretende negar a otros no solo sería un acto de justicia histórica, sino también una oportunidad para construir un discurso más inclusivo y coherente. Sin embargo, mientras persista en esta narrativa contradictoria, Trump seguirá siendo “la pesadilla migrante”, un ejemplo de cómo el poder puede distorsionar el legado y la realidad en favor de intereses aviesos.