La ética app
ARGENTINA CASANOVA
La opinión pública existe ahora como algo paralelo, y en consecuencia nunca se toca, con la creación del fenómeno de la inmediatez informativa, la explosión de la opinología de las redes sociales y por supuesto la hoguera del escrutinio público en la que todos y todas son juzgados. Cuanto más anónimo más duros serán los jueces contra el sujeto de su furia, sin ningún elemento objetivo o racional del efecto que la apropiación de la imagen pública tiene.
Me refiero a los casos como el del sujeto que va corriendo y patea un perro, acto por demás injustificable e insostenible que a diario miles han de realizar, ya sea por incomodidad con el animal, por molestia con los perros callejeros o simple –forma no justificada- del desahogo de quien golpea un ser vivo como si de una lata se tratara para “patear el mundo”.
Lo que tenemos es el efecto inmediato de cuando el hecho deja de ocurrir en lo cotidiano que todos veíamos en el mercado o en los alrededores de algún barrio empobrecido y alguien tuvo la ¿fortuna? de contar con un teléfono celular para sacar del anonimato al pecador.
El ojo de Dios existe y está dispuesto a compartir su furia en una red social para llevar a una masa a juzgar a la persona y exhibirlo públicamente –a través de la Internet- y mostrar qué tan pecador es, qué tanto ha transgredido las reglas que hoy día constituyen el código de una ética app.
Patear a un perro, gritarle a otro conductor, sacar al prepotente que lleva dentro, mostrar a una persona enojada gritándole a otra, y el resultado es “ladyesto” y “lordaquello” que son al mismo tiempo una válvula de escape de la seudo conciencia social que se lava con la dureza de unos juicios impredecibles. Recordemos el caso de “ladychiles” que grabó a su empleada sin imaginar que el panóptico social tendría un juicio adverso para su actitud y empatizaría con la trabajadora del hogar que es sujeta al escrutinio.
Las reglas nunca funcionan igual, no es una persona con poder versus alguien desprotegido, más bien funciona según la influencia de quien inicia la “viralización” y su ética app, es decir su criterio moral –y a propósito uso aquí estas palabras- respecto a lo que es correcto y lo que no lo es.
Es decir, si la persona corresponde a una animalista, en el top ten de los vídeos vistos, el de la agresión contra un animal se convertirá en el juzgamiento social, no solo por el ánimo del juez, sino porque hallará en la red una masa que atenderá a esta perspectiva con ánimo y entusiasmo hasta llevar a la hoguera a la persona sujeta de esta “conciencia”.
Quiero aclarar aquí, que indistintamente del acto que es exhibido, lo que me sorprende y me ha llevado a escribir este texto es, por un lado, la banalización de temas graves como son el acoso y el hostigamiento sexual hasta el punto de lograr lo que no creía posible como es una saturación del tema hasta hacerlo moda, saturar y trivializar, y en consecuencia perder el análisis y la conciencia de fondo, el debate se torna acerca de otros temas satelitales y no la gravedad del hecho ni el efecto sobre la víctima.
Pero volviendo al tema del escrutinio público a la luz de estas nuevas éticas app, es que transgreden lo que el sujeto creía era un momento en solitario, y no hay que perderse aquí en si el acto es justificable, si está bien o está mal, sino en cómo hemos dejado de tener un Dios inmanente a un Dios-juzgador latente a través de la cámara de un celular, en el que todo acto sería videotransmisible en vivo en Instagram, Facebook, y otras redes.
La pesadilla del pecador vuelta realidad
Luego, indistintamente del hecho, está que nadie sabrá el contexto, pero el proceso de juzgamiento será el mismo, por parte de quién o quienes se erijan jueces del momento transmitido, es decir su perspectiva, su contexto, su realidad, sus prejucios, sus formas de entender y aplicar a un otro “lo correcto y lo incorrecto”, el ideal del sacerdote que juzga desde un púlpito a una atemorizada comunidad sometida bajo el ojo de Dios, que ahora sí está en todas partes.
Es interesante cómo cada persona detrás de la red, o en la Red, se convierte así en un juzgador con toda la dureza, que llevará a las personas a lo público –cuando estas viralizaciones trascienden y son de interés para los medios (la validación del ojo de Dios)-, a ofrecer disculpas, a pedir perdón, a decir que se arrepienten de lo hecho, cuando en realidad se arrepienten de haber sido grabados.
Pero un tema que también vale la pena analizar es ¿por qué ellos y no otros? ¿qué hace que unos sean elegidos para ser juzgados y no otros, porque personajes que nadie conoce y no otras personas con más poder público?
La respuesta es porque el “ojo de Dios” no es autónomo, Dios no juzga políticos, responde más bien al interés, al invisible algoritmo de una sociedad-virtual que se justifica a sí misma juzgando a un pecador-otredad pequeño para no llevar su furia hacia las figuras públicas que están siendo señaladas por lavado, desvíos, conductas ilícitas, problemas de ética, conflictos de interés.
Entonces es más productivo juzgar a quien no representa ningún conflicto entre la naciente ética app y la necesidad de tener un sujeto en medio de la hoguera, en el banquillo de los acusados y desfogar así la furia que no se tiene para estos personajes –los que sí son públicos- cuyos actos tienen efectos mucho más graves no en un perro, sino en todos los perros callejeros, pues a mayor empobrecimiento de una comunidad más animales abandonados a su suerte.
La ética app se caracteriza por hacerse presente, no solo en temas de animales, de policías a los que les gritaron, de defensores de las trabajadoras del hogar pobres que tienen que sacar comida a escondidas de sus patronas y cuya conciencia les “satisface y alcanza” para señalar eso, pero no las causas estructurales de esas violencias. Mejor que exista esta forma y no la opinión pública, esa se extingue en el silencio de una sociedad ignorante, complaciente y convenenciera que sigue preparando la siguiente hoguera para algún pecador más.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche