La era de Carlos Salinas
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
César Borgia fue un militar, político y además eclesiástico, nacido en Roma en 1476. Su padre era ¡nada menos! que el Papa Alejandro VI. Su objetivo: lograr el poder por el poder, sin que los medios alcanzaran a desviarlo de la meta ni a condicionarla en función de la ética o siquiera de la razón. Tuvo más enemigos de los que pudo jamás contar. Al final fracasó en su empeño y la dinastía quedó avergonzada y destruida. Nicolás Maquiavelo se inspiró en este torvo personaje para trabajar su tratado político “El Príncipe”, que le ganó la inmortalidad en la escena mundial, así pasen los siglos.
El modelo Borgia se ha repetido en distintas épocas y contextos. En nuestro país vivimos en el 2005 una historia como aquella de finales del siglo XV en la bella Italia renacentista. La frustración presidencial de Raúl Salinas Lozano provocó situar en la prioridad de sus obsesiones personales, la tradición familiar de buscar el poder a toda costa. La madre –una profesional de la familia y la academia-, el padre –un político que tuvo su clímax en el López Mateísmo, después de vivir una de las tragedias más terribles que padre alguno pueda experimentar: el asesinato en casa, de una parte, de la servidumbre, en un incidente de niños que dejó marcada a la familia y que, por la magia del poder, desapareció al menos mediática y legalmente: los expedientes no existen ya, las referencias periodísticas tampoco-. No cabe duda de que la ambición no es siempre compatible con la felicidad.
Dos de los juniors despuntaban de manera significativa: Raúl y Carlos. El primero, simpático y sociable; el segundo, perverso y maquiavélico. En 1988, ante una candidatura débil del Partido Revolucionario Institucional, surge el Frente Democrático Nacional (FDN) integrado por disidentes del partido oficial y por la suma de los entonces partidos paraestatales. Contendió el FDN con Carlos Salinas, en una campaña que este enfrentó con un sin número de dificultades, que pasaron desde los orines en el rostro que recibió en San Pedro de las Colonias, hasta la necesidad de remontar la imagen de un presidente gris, Miguel de la Madrid. Siendo el propio Salinas de Gortari un candidato soberbio, prepotente e incapaz de conseguir la aprobación de las mayorías nacionales, el asunto se puso cuesta arriba para el PRI. El FDN se presentó con un candidato disidente de su partido de origen, el PRI: Cuauhtémoc Cárdenas, quien con el encanto del agua bendita de la Democracia se situó en una oposición que creció como la espuma y que sumó a tirios y troyanos en una campaña triunfadora y de arrollador empuje. El resultado fue fatal para el priísmo, porque cuando en el conteo Cuauhtémoc iba ganando a Carlos Salinas con una diferencia de 12 puntos, el sistema simplemente “se cayó”.
Se dio por iniciada a partir de ese momento, una difícil lucha post electoral con el ascenso al poder de un Carlos Salinas claramente cuestionado y con un movimiento popular envalentonado que hicieron muy tortuoso el arranque sexenal. Algunos actos de prestidigitación y efectivismo lograron darle ascenso al usurpador presidente, pero como en cualquier parábola, el descenso vino rápido y a unos meses de terminar su gestión, tuvo el rechazo popular cuando fue descubierto el verdadero “charlatán de Palacio”, que terminó por huir del país con una huelga como la de los senadores perredistas en Los Pinos, -solamente de fachada- mientras que el “hermano incómodo”, Raúl, era encarcelado.
Este pobre muchacho rico que se hizo viejo en la cárcel no tenía para su miserable fianza que no alcanzaban a cubrir –según se afirma ahora- todos los negocios de la era del Salinato: venta de paraestatales, acuerdos sobre el petróleo y concesiones de la más diversa naturaleza, no parecían ser suficientes para ayudarle a abandonar la cárcel. Su rubia esposa, compañera Ede las penas -que es la única mujer de este país que ha estado articulada a dos familias presidenciales de manera directa- buscó una cooperación entre las Carmelitas Descalzas y los hijos del padre Chinchachoma, para juntar lo necesario, porque “Mister 10 percent” gritaba a todo pulmón que, aunque del mismo cuero son las correas, no podía dejar la cárcel y habrá de permanecer allí unos días más hasta juntar para lograr la meta. ¿Finalmente cumplió buena parte de su sentencia, cubierto por el manto del generoso Almoloyita que le permitió visitas familiares hacia ese recinto, además visitas familiares hacia otros domicilios, y sin necesidad de interponer fianza alguna? ¿Para qué abandonar entonces su palacete de custodia? Si hubiera estado en el Almoloya grande, tal vez su prisa habría sido mayor.
En su tragedia, los Salinas han perdido ya dos familiares directos: José Francisco Ruiz Massieu, esposo de Adriana, y el hermano de esta, Enrique, ambos asesinados en medio del escándalo, en lo que han sido solamente nuevos capítulos de una serie novelada sobre la que todavía no puede presagiarse el final. Por lo pronto, se dice que en cuanto Carlos Salinas toca tierra mexicana, saliendo de sus muchos refugios alrededor del mundo, tiembla. Así lo recibe México. No es para menos.
Los más avezados en política andan ahora mismo buscando sus huellas en el proceso de sucesión presidencial que vivimos estos días. Seguramente las encontrarán.