La alegría de Sheinbaum

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

Claudia Sheinbaum subió al templete rodeada de su gabinete, de casi todos los gobernadores y gobernadoras, de personas que llegaron de todo el país y que viajaron en autobuses sin pagar boleto.

La estimación es que había 350 mil almas en la plancha del zócalo para escuchar la experiencia de gobierno en sus primeros cien días de la única presidenta que ha tenido México y justamente esa era la única novedad: la figura de una presidenta contando sus avances, sus propósitos, sus convicciones a cien días de asumir el cargo. El resto es más de lo mismo, es la festividad de la política, el ritual del apapacho a quien gobierna.

El zócalo de la Ciudad de México ha sido el punto emblemático de la concentración de multitudes a lo largo de la historia mexicana, al menos del México postrevolucionario hasta nuestros días, hasta ahí llegaron el pueblo y cientos de trabajadores petroleros para escuchar el anunció de la expropiación en 1938. Desde el balcón del palacio nacional, el presidente Lázaro Cárdenas ofreció su discurso. Ese era un ambiente festivo real.

Al “corazón de México”, como dijo Sheinbaum, a lo largo de la historia han llegado las grandes concentraciones obreras y campesinas, no hay que olvidar que el priismo que gobernó durante ocho décadas es el padre del populismo y del acarreo. Ahí se vitorearon las grandezas presidenciales.

Al zócalo llegaron las emblemáticas protestas que hasta hoy siguen recordando cada 2 de octubre uno de los peores capítulos de la historia reciente, la matanza de estudiantes en 1968; es el lugar de la protesta y la exigencia de maestros y maestras de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, ahí estuvo la caravana zapatista en 2001. Y cuando el país permitió y consintió a la delincuencia, el zócalo también escuchó el reclamo de las madres de feminicidio y las buscadoras de hijos e hijas. Ha sido el emblemático lugar de la protesta de miles y miles de personas que buscan solución a sus problemáticas, justicia…

El zócalo es el espacio de la festividad política y hoy, como centro político del país (porque geográficamente le corresponde al municipio de Tequisquiapan, Querétaro) no escapa a la tentación de convertirla en la puerta de la veneración y con ello, el acto político, es el trance que pretende exorcizar los 46 mil 800 metros cuadrados de cemento hidráulico, quitarle el dolor, la angustia, el reclamo, la injusticia.

La alegría política del domingo pasado fue una fiesta que muestra una presidenta optimista, empoderada, contentan y con una altísima popularidad o muy querida por su pueblo que la vitorea, grita feliz, aplaude a rabiar y la aclaman, alegría que no alcanza a toda la gente.

Sin duda, Sheinbaum se despachó con la cuchara grande para poner en su lugar al expresidente Ernesto Zedillo, quien la descalificó al señalar que “un caudillo está oculto en la oficina anexa de la Presidencia de la República”. Una expresión misógina contra la presidenta. Los hombres como Zedillo siguen creyendo que las mujeres necesitamos de un hombre que nos tutele, su expresión pareciera un pasaje del siglo XIX, un pasaje que no acaba de irse, sigue latiendo el corazón del machismo. Una de tantas que se dicen contra ella por ser mujer y en eso la presidenta está igual que la mayoría de las mexicanas.

Frente a esa realidad, el México infeliz sigue observando paciente la transformación hacia un país de igualdad para mujeres y hombres, por años, la política no ha querido encontrar la fórmula, lo cierto es que falta mucho, estamos muy lejos de alcanzar el punto, el equilibrio.

Así entonces, la alegría de la presidenta Sheinbaum, su poderío por el puesto político que tiene, no es la alegría que vivimos el resto de las mujeres, pero eso no se escuchó el pasado domingo.