Fuego Cruzado | ¿Progreso o retroceso?
CUAUHTÉMOC CALDERÓN GALVÁN
El pasado viernes, el secretario general de Gobierno de Zacatecas, Rodrigo Reyes Mugüerza, defendió la construcción del segundo piso sobre el bulevar metropolitano cuestionando qué es el progreso y sugiriendo que esta obra representa un avance para la ciudad. Sin embargo, esta visión ha generado un intenso debate sobre el verdadero significado del progreso, especialmente en una ciudad histórica como Zacatecas, Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Zacatecas, con casi 500 años de historia, es reconocida por su traza urbana, su cañada natural, sus construcciones en cantera y su armonía visual. Introducir un segundo piso de concreto sobre su columna vertebral urbana rompe con esa estética, amenaza con quebrar también el sentido profundo de pertenencia, historia e identidad que nos define.
La UNESCO, en su Recomendación sobre el Paisaje Urbano Histórico, promueve un modelo de desarrollo que integre la conservación del patrimonio con los procesos contemporáneos de transformación urbana. Es decir, progreso no es destruir para construir, sino transformar con respeto, inteligencia y visión a largo plazo.
El concepto moderno de progreso en el ámbito del servicio público ya no se mide con toneladas de concreto ni se presume con maquinaria pesada. Progreso es calidad de vida. Es salud pública efectiva, educación accesible, espacio público digno, seguridad ciudadana, movilidad humana —no vehicular— y sostenibilidad ambiental. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) establece que la gestión pública moderna debe centrarse en generar valor social, no en cifras o metros de asfalto.
Progreso es que una madre pueda caminar con seguridad con su hijo en la calle. Es que un adulto mayor cruce la ciudad sin miedo ni obstáculos. Es que un joven llegue a su centro de estudio o trabajo caminando o en bicicleta en menos de 15 minutos, como lo plantean modelos urbanos contemporáneos como la “ciudad de 15 minutos”. Progreso es diseñar ciudades para las personas, no para los privilegios de los pocos que poseen un automóvil.
La experiencia internacional es clara. Las ciudades que más han respetado su traza urbana histórica, las que más han cuidado su patrimonio, son también las que mejores niveles de desarrollo humano han alcanzado. No por casualidad, los centros históricos mejor conservados del mundo son también referentes de bienestar, turismo de alto valor, cultura viva y cohesión social. Sevilla, Brujas, Praga, Cartagena, Quebec y muchas más. La historia no es un lastre: es una ventaja competitiva si se sabe aprovechar con inteligencia.
Por eso resulta inaceptable que desde el gobierno se intente redefinir el progreso como la imposición de concreto sobre una ciudad Patrimonio Mundial, descalificando cualquier crítica como una “embestida conservadora”. La verdadera visión progresista no atropella el pasado: lo honra, lo preserva y lo convierte en pilar de futuro.
El segundo piso no es progreso. Es ignorancia institucional, es desprecio por la historia, es derrota de la inteligencia urbana. Y es la prueba de que algunos en el poder no han entendido todavía que gobernar no es imponer caprichos, sino construir un bien común sostenible, humano y digno.
El fuego sigue ardiendo.
Nos leemos el próximo lunes.