Frivolidades de Monreal y socios

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

El periódico ABC de Paraguay dio cuenta el 20 de agosto de 2010, de un escándalo mayúsculo suscitado en la capital de aquel país: uno de los helicópteros del gobierno se había accidentado en un municipio conurbano. Luigi Picollo, el representante de la compañía que lo vendió –y a la cual las autoridades pretendían culpar de “deficiencias técnicas” por los daños que sufrió la aeronave- dio una explicación que ha dejado estupefacta a la ciudadanía: “El error fue de los pilotos. Lo inclinaron en exceso sobre uno de los costados y ahora el tema es un problema muy costoso para cualquier helicóptero, pues implica declararlo prácticamente como ‘no aero navegable’. Una parada brusca del rotor significa daños en ambos rotores, palas, ejes, mástil principal, cajas de transmisión, cambio del cono de cola, etc.”.

Añadió que “la reparación implica que el helicóptero tendrá que ir a overhaul… y cambiar la célula…cuyo kit en fábrica está en US$ 157.020, más el precio de un cono de cola nuevo. El motor tendrá que pasar una serie de análisis para ver si está en condiciones de vuelo, sino habrá que hacerle también el overhaul, cuyo costo en fábrica es de US$ 38.000… a lo que habrá de agregarse el costo del transporte, despacho aduanero, mano de obra, etc., entonces muy fácilmente la reparación llegaría a los US$ 250.000 por lo menos, y meses de espera de las piezas”.

Al ingeniero, más que el costo de todo esto, parecía preocuparle el asunto del seguro. Afirma que a la mayoría de los helicópteros de uso público se les asegura solamente contra responsabilidad civil, pero que habrá de considerarse que “un seguro para operación policial u oficial está en US$ 50,000 por año de costo de prima, y requiere pilotos con más de 1,000 horas de vuelo totales y 500 en marca y modelo. O sea, es muy probable que no esté asegurado y que el oferente, o en el peor de los casos, nosotros los contribuyentes, paguemos este accidente con nuestros impuestos”.

En Paraguay ya le llaman a este tema “el chiste del helicóptero”, pues no les ha hecho ninguna gracia su compra –el Ministerio del Interior fue el adquirente- y mucho menos las consecuencias de jugar con un artefacto caro y sin beneficios reales para la población.

En Zacatecas en el año 2000, el “gobierno democrático” de Ricardo Monreal requería de un instrumento moderno para surcar los aires. Su humildad y la ausencia de zapatos hasta los 12 años, son un mérito que debemos reconocer a este hombre que llegó a la Primera Magistratura del Estado transitando del PRI al PRD, pero su vanidad posterior le hunde a veces.

El “helicóptero del amor” en Morelos, que el propio gobernador conducía y que según investigaciones locales llegaba a la casa de la hija de un narcotraficante con quien sostenía un idilio extramarital, hizo que muchos gobernantes sintieran envidia “de la buena”, y en Zacatecas Arturo Nahle, operador político en aquellos tiempos del hoy delegado Monreal -y encargado por lo visto de cumplir, como Aladino, los deseos más peregrinos del mandatario- adquirió para la comodidad de este y para satisfacer su vanidad, un helicóptero de 3 millones de dólares: una suma nada despreciable hoy en día y mucho más grande para aquella época.

Este helicóptero, como el paraguayo, requería de póliza de mantenimiento, de un seguro y sus operadores no se podían improvisar -los taxistas de Villarreal no hubieran servido para el puesto, tampoco los de Catedral, porque se requiere de personal con capacidades específicas y con suficientes horas de vuelo para transitar los cielos- No es un caballo, ni una motocicleta, sino un transporte aéreo que al fallar sede ante la atracción de la gravedad.

Adquirir un helicóptero fue una toma de decisiones del gobernador de la época y de su ayudante, el hoy nominado para ministro del Supremo Tribunal de Justicia, que conocían las condiciones en que se estaba adquiriendo. Vuele o no, los operadores deben estar, lo mismo que los seguros deben hallarse vigentes, las pólizas al día, las primas de mantenimiento operantes y, ante cualquier incidente –como el que ocurrió en el municipio de González Ortega- correr el riesgo de su inhabilitación temporal y hacer requerir la intervención de los expertos con los gastos inherentes.

Este es el caso del helicóptero en Zacatecas. El exgobernador Monreal tomó la decisión al adquirirlo y debió haber conocido la responsabilidad que implicaba. El siguiente gobierno fue un usuario -lo que resultaba lógico- pues es más costoso reparar el artefacto, pagar su mantenimiento y a los operadores sin estar en uso. Muy bien podría la ciudadanía haber cuestionado que se oxidara olvidado en cualquier hangar. Sin embargo, repararlo da un valor agregado que si el actual gobierno quiere usar, tendrá que cubrir.

La mala decisión –es evidente- fue comprarlo, pues ello implicó compromisos internacionales y costos suntuarios que ven como “novedosos” en los tiempos nuevos de gobiernos frívolos. Los helicópteros no son un juguete: hace unos años, transportando a una familia de ricos empresarios del aeropuerto de Toluca a Bosques de las Lomas en el Distrito Federal a sólo unos cuantos kilómetros de distancia, uno de estos pájaros de acero se accidentó matando a toda la familia y a los pilotos que lo operaban.

Frivolizar la política es una mala forma de dar la cara a la ciudadanía, como ocurrió en Michoacán recientemente, cuando el Papa visitó la entidad y se puso un helicóptero a las órdenes de la cantante Belinda, en un malogrado esfuerzo del gobierno local por “brillar” a como diera lugar. Responsabilizar a quien no lo es, actúa como cortina de humo que ningún gobierno debiera emplear como método, y explotar como un mimo a quien procuró justicia en el Estado para cantinflear la información es grave, a menos que estemos hablando de un funcionario que se usa en el corto plazo y que siempre se pensó en desechar.

Los zacatecanos necesitamos seriedad en el alto mando y no frivolidades, y llamamos a los habitantes de la Cuauhtémoc a revisar la labor de su Jefe Delegacional, quien parece dedicarse por entero a la auto promoción a dirigir la Ciudad de México, a pesar de los baches que se multiplican en las calles de su demarcación, de los giros negros que no se acierta a controlar, y hasta de las batallas entre franeleros que son uno más de los asuntos que le estallan en las manos al otrora Rey Monreal.

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