Fin de la orgullosa Unión Europea

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

La sola palabra da miedo. No es esta la época de Halloween para sufrir con películas de terror, ni para pensar en el disfraz más sangriento con el que aterrorizar a los amigos en el evento más escalofriante del año.

Se veía venir: después de una apertura que para muchos resultó forzada hace 43 años, cuando el sueño de ser uno sólo y derribar barreras era propio de los próceres, la liga se ha estirado demasiado y hoy rebota contra esa utopía que empieza a caminar en reversa a pasos agigantados y que afecta a todo el mundo.  La recesión de la Unión Europea no parece terminarse jamás: de pronto algunos países levantan cabeza pero otros, como Grecia, no terminan por encontrarle la cuadratura al círculo. Lo mismo les pasa a España y a Portugal.  Es demasiado complejo medir con una tabla rasa a economías dispares con religiones, formas de gobierno e ideologías que no son comunes entre sí tampoco.

La presión viene de Oriente: las fronteras de la República Checa, de Turquía están por reventar: son incapaces de dar cabida a los miles de refugiados que huyen de la inseguridad de Siria, de las guerras intestinas en Egipto y de la inestabilidad creciente que no permite que los pueblos se organicen siquiera para buscar el sustento vital. ¿Quién puede producir alimentos si los bombardeos están a la orden del día?  En el Mar Mediterráneo hay todos los días noticias de naufragios, son miles las personas que provienen del Norte de África y que buscan en Europa la tranquilidad que sus propios países son incapaces de darles.

Empieza una era oscura para el mundo. A México no lo encuentra en un momento propicio para aguantar vara: tenemos muchos meses con problemas en la balanza comercial, con bajas sustantivas de los precios del petróleo y con elecciones de medio año en 12 estados del país, que terminaron con las cajas chicas del erario que anunció apenas el viernes un recorte presupuestal de más de 30 mil millones de pesos.  La popularidad de Enrique Peña Nieto no es la suficiente como para jalar con discursos y arengas la emoción de la gente para pedirles el delicado “ajuste del cinturón” cuando ya no queda cómo apretárselo más.

17.4 millones de personas en la Gran Bretaña han decidido separarse de la Unión Europea: nunca llegaron a unirse del todo, por ejemplo, jamás fueron capaces de desprenderse del orgullo de su libra como moneda baluarte de su nacionalidad, como si lo hicieron los franceses de sus francos o los españoles de sus amadas pesetas.  Hoy han decidido que quieren seguir por el camino solos.

La Unión Europea es una asociación económica y política de 28 países. .El Reino Unido entró a formar parte de lo que entonces se llamaba Comunidad Económica Europea (CEE) en 1973 y, tras renegociar las condiciones de su entrada, celebró un referendo en 1975 sobre la permanencia. Los británicos votaron a favor de quedarse, pero cuando en 1985 se creó el espacio Schengen, formado por 26 países que han abolido sus fronteras internas, decidió mantenerse al margen. Y aunque en 1993 sí se integró al mercado único, que promueve el libre movimiento de bienes y personas como si los estados miembros fueran un solo país, no adoptó el euro y sigue teniendo su propia moneda, la libra esterlina.

El mercado único es el gran pilar de la Unión Europea y, en el corazón del mercado único está el libre mercado, sin tasas ni aranceles comerciales. Pero el mercado único europeo es mucho más que una zona de libre comercio: también incluye el movimiento libre de bienes, personas y capitales.

Los ingleses parecen estar de acuerdo en continuar el libre mercado pero con sus “asegures”, que excluyen el libre movimiento de personas, por ejemplo.  Este momento será recordado en Gibraltar como “la gran tragedia”: el 96 por ciento de su gente votó en contra de salir de la Unión Europea.  No solamente en Gibraltar están enojados: muchos jóvenes ingleses han iniciado un movimiento para hacerse oír: “Hemos perdido el derecho de trabajar y vivir con libertad en 27 países”. No les falta razón.

México debiera estar sentado en la primera fila de este escenario para entender las posibles repercusiones, para reaccionar con rapidez, para retomar un liderazgo latinoamericano que se ha perdido con los años y que hoy puede volver a conseguir en tiempos en que la incertidumbre es la verdadera moneda de cambio. El riesgo de no hacerlo atentará contra nuestras propias libertades internacionales y contra la posibilidad de continuar creciendo en mercados en depresión y altamente volátiles.

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