Filipinas y Zacatecas unidos por la historia

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Filipinas comparte con México una historia de 300 años de sujeción al imperio español. En 1521 el explorador portugués Fernando de Magallanes reclamó ese archipiélago para España. Ese año también caía Tenochtitlán bajo el mismo dominio y empezaba en nuestras tierras el periodo colonial.

Otro dato cruza las historias de México y Filipinas y ofrece una lectura de cercanía con los zacatecanos derivada de aquel primer ejercicio de globalización colonialista que se dio entre los siglos XVI al XIX. El nombre Filipinas hace alusión al Rey Felipe segundo, mismo monarca que otorgara el título de La Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas a la capital del estado por sus contribuciones argentíferas. Un dato más de entre muchos que pueden rescatarse como raíces comunes.

Así, filipinos y zacatecanos son diferentes pero no tan ajenos. Las huellas de la influencia hispánica en Filipinas siguen marcando su presente: poco más de 80 por ciento de la población profesa la religión católica y su arquitectura cívica y eclesiástica es muy similar a la zacatecana.

Todo empezó con una historia verdadera que parece leyenda: la Nao de China, era el nombre con el que se conocían a las naves españolas que cruzaban el océano Pacífico una o dos veces por año entre Manila (Filipinas) y los puertos de Nueva España (hoy México), principalmente Acapulco y Las Peñas (Hoy Puerto Vallarta). El nombre del galeón variaba según la ciudad de destino.

El servicio fue inaugurado en 1565 por el marinero y fraile español Andrés de Urdaneta, tras descubrir el Tornaviaje o ruta de regreso a México a través del océano Pacífico, gracias a la corriente de Kuro-Siwo de dirección este. El sentido contrario de navegación, de América a Filipinas, ya era conocido desde los tiempos de Magallanes y Elcano en 1521. El trayecto entre Acapulco hasta las Filipinas, incluida la escala en Guam, solía durar unos 3 meses. El tornaviaje entre Manila y Acapulco podía durar entre 4 y 5 meses debido al rodeo que hacían los galeones hacia el norte, con el fin de seguir la citada corriente de Kuro-Siwo. La línea Manila-Acapulco-Manila fue una de las rutas comerciales más largas de la historia, y funcionó durante 2 siglos y medio. El último barco zarpó de Acapulco en 1815 cuando la Guerra de Independencia de México interrumpió el servicio. Tan genial idea nunca pudo ser repuesta, pues años después se inauguró el Canal de Suez, que permitía a los filipinos acercarse a Europa en un máximo de 40 días. La magia de la Nao de China se había acabado para siempre.

En la Nao de China viajaban mucha de la plata y el oro zacatecanos, que llegaban a tierras remotas para pagar los exóticos y preciosos cargamentos que llevaba el galeón en mercancías. La otra gran ruta comercial española fue la de las Flotas de Indias que surcaba el océano Atlántico entre Veracruz, Cartagena de Indias, Portobello, La Habana y Sevilla o Cádiz. Parte de las mercancías orientales del Galeón de Manila desembarcadas en Acapulco eran a su vez transportadas por tierra hasta Veracruz, donde se embarcaban en las Flotas de Indias rumbo a España. Por ello, los barcos que zarpaban de Veracruz iban cargados de mercancías de Oriente procedentes de los centros comerciales de las Filipinas, más los metales preciosos de Zacatecas, y recursos naturales de México, Centroamérica y el Caribe.

El comercio sirvió como fuente fundamental de ingresos en los negocios de los colonos españoles que vivían en las islas Filipinas. Un total de 110 galeones de Manila se hicieron a la mar en los 250 años del recorrido Manila-Acapulco de la Nao de China. El comercio de Manila se llegó a convertir en algo tan lucrativo que los comerciantes de Sevilla elevaron al rey Felipe II de España una queja sobre sus pérdidas, y consiguieron que, en 1593, una ley estableciese un límite de sólo dos barcos navegando cada año partiendo de cualquiera de los puertos, con uno quedando en reserva en Acapulco y otro en Manila.

Con tales limitaciones era fundamental construir el galeón lo más grande posible, llegando a ser la clase de barcos construidos más grande en cualquier lugar del mundo, hasta ese momento. En el siglo XVI, tenían una media de 1.700 a 2.000 toneladas, eran construidos con maderas de Filipinas y podían llevar a un millar de pasajeros. La mayoría de los barcos fueron hechos en las Filipinas y sólo ocho en astilleros de México.

Los galeones llevaban especias (pimienta, clavo y canela), porcelana, marfil, laca y elaboradas telas (tafetanes, sedas, terciopelo, raso), recogidas tanto de las islas de las Especias como de la costa asiática del Pacífico, mercancías que se vendían en los mercados europeos. También llevaban artesanía china, biombos japoneses, abanicos, espadas japonesas, alfombras persas, jarrones de la dinastía Ming y un sinfín de productos más. Asia oriental comerciaba principalmente con un estándar de plata, y los bienes eran comprados principalmente con la plata mexicana, extraída sobre todo, de las minas zacatecanas. El éxito del Galeón de Manila era precisamente la plata zacatecana que tenía un precio muy alto en Asia, ya que el coeficiente bimetálico existente la favorecía con relación al oro. Digamos que en Asia la plata era más escasa que en Europa. Esto permitía comprar con ella casi todos los artículos suntuosos fabricados en Asia, a un precio muy barato y venderlos luego en América y en Europa con un inmenso margen de ganancia (fácilmente superior al 300 por ciento).

Los zacatecanos, desde luego, migraron al archipiélago de las 7 mil islas, con el fin de participar en el negocio y de descubrir nuevos horizontes. Trajeron consigo telas preciosas: se dice que el origen del rebozo puede deberse a una prenda hindú importada por el galeón de Manila, aunque otros afirman que se trata de un derivado de la mantilla española (que en forma y estructura son muy diversos) o bien, la evolución del ayate indígena incorporado a la influencia de materiales, colorido y forma españolas de la conquista. De esta manera, el rebozo y el mantón de Manila son, lo que se llama, “primas hermanas”.

Hay noticias de que la Nao de China hacía paradas clandestinas en la costa de Nueva España, para desembarcar filipinos que eran después vendidos como esclavos para las minas y para otros trabajos difíciles. Fue necesario que los virreyes de la época intervinieran para legislar sobre la materia: impedir el maltrato a estas personas e incluso repatriarlas empleando a la propia Nao de China para su regreso.

Muchas cosas nos unen a Filipinas desde tiempos remotos: La virgen de Guadalupe es la santa patrona de México… y de Filipinas. El culto a la virgen guadalupana llegó vía marítima a Filipinas. Su culto es importante en todo el país, pero especialmente en la segunda zona metropolitana más grande, Cebú. Allí hay incluso santuarios dedicados a la morena del Tepeyac y uno que otro pueblito con su nombre.

Filipinas, en tiempos de la colonia, se gobernaba desde la Ciudad de México. Llegar desde Acapulco hasta Manila tomaba 4 meses. Pero llegar desde Madrid hasta Manila demoraba hasta un año. Así que, por razones prácticas, Filipinas perteneció a la Nueva España. El virrey novohispano era también el gobernador de Filipinas, delegando decisiones en el capitán general adscrito en Manila.

Muchos “kastilias” (españoles filipinos) eran realmente de origen mexicano –se afirma que los zacatecanos se contaban por decenas-. Gran parte de la colonización española a este archipiélago asiático no llegó desde la Península Ibérica, sino desde México. Los españoles que llegaban eran más bien descendientes de peninsulares –criollos- nacidos ya en México. Hoy la gran mayoría de los apellidos filipinos nos son muy familiares a los hispanoparlantes. El acento del español filipino es más parecido al mexicano que al ibérico. Hasta 1975, el español fue idioma oficial en Filipinas, aunque había caído en desuso desde los años 20’s del siglo pasado, sustituido por el inglés. Existen muchas palabras de origen náhuatl en el tagalo, el idioma oficial filipino, pues con la Nao de China llegaron a Filipinas nuevos habitantes, entre ellos indígenas cuya lengua era el náhuatl.

La moneda filipina es el “piso”, con base en el peso mexicano, que se convirtió en una moneda de gran valor por todo el mundo por la confianza que existía por su legalidad en plata. Filipinas heredó la moneda tras la independencia de México y aún hoy en día, es el único país fuera de América que usa el peso.

Hace algunos años se dio una reunión en Aguascalientes, de embajadores y cónsules de las diferentes naciones con representación diplomática en nuestro país. Corrían los tiempos del fatídico Felipe Calderón. El entonces embajador de Filipinas en México, amigo mío, residente en los rumbos de las Lomas de Chapultepec –donde la embajada estaba instalada- coincidió conmigo en una reunión. Lo invité a Zacatecas y el tuvo a bien suspender su gira en Aguascalientes para venir a nuestra legendaria ciudad, por la que paseamos. Estando en el atrio de La Bufa, descubrió un olivo, de los que había muchos en Zacatecas, sobre todo en la zona de Guadalupe y que han desaparecido para hacernos cocinar con Nutrioli y no con el producto delicioso del árbol del olivo, que ya no existe más por estas tierras.

Deambulamos por la ciudad –por las torpezas de los funcionarios públicos (todos ineficientes y serviles)- no fue posible una entrevista con la gobernadora de aquel tiempo, a pesar de que su padre había sido embajador de México en Filipinas y de que ella misma había vivido en aquel país algunos años de su niñez. Incluso en la embajada se rumoraba que una prueba de la hermandad filipina con México era precisamente el parecido de esta funcionaria con las filipinas nativas.
El señor embajador –también se rumoraba- que había casado con la mujer más rica de Filipinas (no de la familia de Ferdinand Marcos, sino de otra rama más poderosas, inclusive) Manejaba su propio helicóptero desde una de las islas del archipiélago a la capital diariamente, cuando vivía en su país.

Kuri Breña en sus escritos, describe la migración zacatecana a Filipinas, así como la colonización que el convento de Guadalupe emprendió hacia esas tierras, también dominadas por la colonia española. Hoy que ese país vive una desgracia, me hace recordar que nuestra sangre zacatecana también circula por las venas de muchos moradores de esa nación.

En un viaje que realicé a Hong Kong hace unos años, en un diciembre fatídico de crisis económicas, había una especie de portal en esa zona de dominación inglesa por aquellos días, donde dormían cientos de mujeres filipinas que trabajaban en las maquiladoras de esa zona y que en el Fin de Año se convocaban a ese lugar para el festejo de sus tradiciones. No pude evadir la tentación de buscar alguna paisana, que no encontré, pero todas ellas amaban a México y, aunque conocían el español, su excelente inglés predominaba. Un Viva México! se expresó de parte de ellas, y le agregue un Viva Zacatecas! Que les costó expresar fonéticamente, pero que finalmente lograron.

Filipinos y zacatecanos somos hermanos: la Historia tiene constancia de ello.

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