Enojo patriarcal por desobedecer el mandato
SOLEDAD JARQUÍN EDGAR
La violencia contra las mujeres está aquí y allá. Está en nuestras vidas de una u otra forma. Así, como se ha dicho, el hartazgo frente a la impunidad mostró su cara en la ciudad de México y en más de la mitad de entidades del país durante las manifestaciones del pasado viernes 16 de agosto, un día que ha de quedar marcado en el calendario feminista.
Pero ojo, a pesar de lo que usted pueda imaginar que se ha hecho para hacer visible este fenómeno social heredado desde la era cuaternaria, es decir la violencia machista, muchas personas se ven sorprendidas por lo sucedido en las calles donde la reacción no esperada de las mujeres alcanzó edificios y monumentos históricos, como si se trataran del alma del país, y no su gente. Pongamos los pies sobre la tierra.
La sorpresa y la agresiva respuesta con la que muchas personas responden ante los hechos en la capital mexicana como en la ciudad de Oaxaca, donde las jóvenes indignadas, enojadas, encabronadas frente a la impunidad y el cinismo burocrático, decidieron romper los vidrios de la Secretaría de las Mujeres de Oaxaca o pintar el emblemático “Ángel de la Independencia”, nos habla de cómo ha permeado la imposición patriarcal que dice que las mujeres “calladitas nos vemos bonitas” y que actuar con violencia es cosa de hombres.
Y mientras en las redes sociales, los televisivos y la radio, así como con chorros de tinta en los periódicos se cuestiona el actuar de las mujeres, en Oaxaca es asesinada Carmen Parral Santos, alcaldesa del municipio de San José Estancia Grande, la tercera munícipe más una síndica en los últimos ocho meses. Emblemático y preocupante la violencia política que se gestó desde el proceso electoral 2017-2018, consideradas como las más violentas registradas hasta entonces, de acuerdo con información del INMUJERES.
No es para menos, en Oaxaca la simulación de las instituciones que deben responder ante el flagelo de la violencia contra las mujeres siguen durmiendo el sueño de los justos. Hay sobre la mesa quejas y solo quejas de mujeres que siguen enfrentando la insensibilidad del funcionariado que las cuestiona y juzga cuando interponen una denuncia por acoso sexual en la calle, por violaciones sexuales en el intocado transporte público o por las muchas agresiones de violencia que sufren en sus universidades, públicas o privadas.
En esta entidad, donde el número de asesinatos, la gran mayoría de ellos que la Fiscalía de Oaxaca no considera feminicidios y, sin embargo, nos muestra el tamaño del problema cuyo origen fundamental está en el no reconocimiento de los derechos de las mujeres, que lo que no existe son acciones de prevención reales y efectivos. Los resultados están a la vista.
Así, considerando que la política, el poder, era hasta mediados del siglo pasado el lugar intocado por las mujeres en beneficio de los hombres políticos que hicieron toda clase de argucias y pusieron toda clase de obstáculos, tantos que la participación en paridad tuvo un largo camino, tan largo como si pensamos que la primera demanda de participación política de las mexicanas se gestó tan pronto terminó la guerra de Independencia. Se trata de casi 200 años de demandas, que “concluyeron” a partir de 2014, con la Paridad en la Constitución, cuando los señores del poder no tuvieron más que entregar la mitad del pastel, al menos cuando los procesos se realizan por la vía partidista y con resultados aún por cuantificarse y cualificarse. Recordemos que todavía queda el remanente de los sistemas normativos internos, donde, las cosas son de otra manera y hay quienes piensan que todavía será pleno hasta que las condiciones lo permitan, como dicen algunas privilegiadas y a quiénes tenemos que preguntarles si se refieren ¿a las condiciones o los señores del poder?
Violencia generalizada contra las mujeres y las implicaciones que redundan en la falta de justicia son las razones por las cuales no se puede hablar de igualdad en este país para todas las mujeres. Por eso están en la calle, rompen vidrios y hacen lo necesario para ser vistas y escuchadas, porque la simulación gubernamental (de este y de muchos sexenios anteriores) es simplemente insostenible para una nueva generación de feministas, acompañadas de innumerables víctimas.