Elogio de la locura y a la estupidez política: El ranking de los gobernantes
MANUEL IBARRA SANTOS
En la tipología de la estupidez humana (-que se traduce en el culto a la necedad y la tontería-), la más perjudicial de todas ellas sería la de carácter político, por su efectos genéricos, masivos y devastadores en la sociedad, argumentó con razón Erasmo de Rotterdam (1546-1536), el llamado “Príncipe de los Humanistas”, en su memorable libro denominado Elogio de la Locura, publicado en 1511, pero que en realidad fue un profundo tratado satírico dedicado a la estulticia y a la estupidología de los gobernantes.
Durante más de cuatro siglos, desde el Renacimiento a la fecha, la literatura ha intentado escudriñar el aparato molecular de la locura y, con ello bosquejar inteligentemente una apología del hombre estúpido. Sin equivocación, en esa carrera del tiempo, el ranking lo han ganado los políticos y los gobernantes, por las repercusiones de sus acciones en el contexto colectivo.
Durante años y siglos, por esta razón, parafraseando a Rotterdam, los políticos han logrado concretar en los hechos, el gobierno y la república de la locura, que radica en “la negación de la inteligencia y en la promoción automática y masiva de la estupidez, que lo que hace es crear pobreza, oprobio, traición, bajezas y fraudes”.
El viejo sabio Miguel de Unamuno (1864-1936) replicó alguna ocasión que el derecho fundamental es el derecho al ridículo, pero el más extendido de todos los derechos es el de la estupidez, felonía intelectual – de la que no se escapa nadie-, para la que no existe, por cierto, sanción alguna.
El novelista neurotizado de corte existencialista (extraordinario, sin duda), Albert Camus (1913-1960) afirmó con sorna peculiar: “la estupidez más no la verdad, os hará libres a los hombres”. Albert Einstein (1877-1955) no se quiso quedar atrás y sentenció: “La estupidez es infinita, no tiene límites”.
En esa sintonía sonora y cultural sobre la locura, muchos años antes, el romántico alemán Jean Paul Richter (1763-1825), quizá el intelectual más especializado en la materia, escribió aforismos que bien pueden impactar a los guardianes de las virtudes epistémicas, al decir: “a un idiota le gustaría más otro idiota, que un loco”.
Los políticos en México y la vuelta a la estupidez:
Ante los reiterados sofismas ocurrentes y simpáticos expresados recientemente por el Ex/presidente Vicente Fox, no solamente es tiempo de desempolvar el contenido del célebre libro del Elogio de la Locura, de Erasmo de Rotterdam, sino de recordar también los inconmensurables daños que un gobernante estúpido puede infringir a una sociedad.
Tal vez por eso, el humanista italiano Carlo María Cipolla (1922-2000), creador universal de la “Teoría de la Estupidez” afirmó que un “político estúpido resultará siempre la persona más peligrosa que pueda existir”.
Por lo demás, en la historia mexicana de los más de 65 presidentes de la República, Vicente Fox se ha ganado a pulso en los anales de la “locura pública”, uno de los más encumbrados y privilegiados lugares de la estupidología, que nadie le podrá disputar. El ranking en ese sentido, lo encabeza, indiscutiblemente él.
Richard Shenkman (1958), el escritor, director y productor norteamericano, en su obra ¿Cuán Estúpidos Somos?, detalla algunas características de personas –que integran la mayoría social-, con ese perfil: son ignorantes, negligentes, audaces peligrosos y de pequeñez mental.
Pero volviendo a Erasmo de Rotterdam, diríamos que “la mejor forma de referirnos a la estupidez, sin caer en su trampa, es dejar que hable ella”.
Soberbia y estupidez, mezcla explosiva:
Cuando se juntan soberbia y estupidez en un solo individuo, ambas pueden procrear en la dimensión pública, a un político por demás peligroso para el desarrollo de la sociedad.
Por algo decía Jaques Maritain (1882-1973), el prestigiado filósofo francés, que el hombre moderno lleva consigo el pecado de la soberbia, esa pasión desenfrenada por uno mismo, que todo lo trastorna, pervierte, condiciona y destruye. Es una idolatría narcisista que busca sustituir igualmente a la democracia y a la ley, y en ocasiones también a Dios, por los impulsos personales de un solo individuo, hombre o mujer, que presupone que todo lo puede y lo sabe.
La soberbia ha llevado al ser humano a la fatalidad, pero lo ha encumbrado también en las más extraordinarias y excelsas alturas del éxito. Estupidez y soberbia convierten en semi/dios al político, pero terminan finalmente destruyéndolo.