El vuelo del dólar
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
El banco central habla todos los días de ellas: las Reservas Internacionales son su infaltable tema de conversación. Las tiene bien catalogadas y las ha definido como “activos financieros que invierte en el exterior y que pueden ser fácilmente convertidos en medios de pago. Por esto último, su característica principal es la liquidez; es decir, la capacidad de los activos que la integran para liquidar, de manera expedita, obligaciones de pago fuera de nuestro país.”
Aunque Usted no lo crea, el propietario de estos activos es el Banco de México y puede usarlos para ayudar a estabilizar el poder adquisitivo de la moneda nacional mediante la compensación de desequilibrios en la balanza de pagos; esto es, diferencias entre los ingresos y egresos de divisas al país. Son monstruosamente grandes: según el reporte del 15 de enero ascendían a 175 mil millones de dólares y se usan lo menos que se puede, a juzgar por la gran devaluación de nuestra moneda en los tiempos recientes.
Nos explican que las reservas internacionales fungen como un mecanismo de autoseguro para afrontar contingencias que podrían reflejarse en un deterioro de los flujos comerciales o de capital de la balanza de pagos, generados principalmente por desequilibrios macroeconómicos y financieros. Lo que no nos explican es la forma inédita en que el dólar está por costar 20 pesos por unidad, apenas nos descuidemos unos días.
Agustín Carstens, su director, nos asusta con el petate del muerto, anunciando una probable crisis de enormes dimensiones –como las de él mismo, aproximadamente-, pero de forma inmediata el Secretario de Hacienda, Videgaray, aparece negándolo todo, feliz por la baja inflación y cantando niveles de crecimiento económico que no todos observan iguales, pues pocos tienen acceso a la torre de cristal desde donde él dicta el futuro con pasmosa tranquilidad.
El mercado internacional de cambios está trastocado: si nuestro peso se ha devaluado casi 20 por ciento en el último año, la pérdida de valor del Real brasileño es de casi 40 por ciento en el mismo periodo. Mientras las monedas viven este deslizamiento de locura, China deja de crecer y se espera una reducción de casi un punto en su avance económico durante el 2016. La cereza del pastel es el precio del petróleo: el Brent de referencia ha bajado 43 por ciento en los últimos seis meses: se cotiza en 32 dólares por barril, lo que tiene a Arabia Saudita al borde de una crisis de enormes proporciones. Así nos ha recibido el año, mientras todos estamos sumergidos en la trama de Kate del Castillo, cuya novela con el Chapo Guzmán seguimos día a día. Hoy “la de ocho columnas” es que al Chapo el perro le ladra muy fuerte y no lo deja dormir. A nosotros el dólar tampoco.
El Secretario de Hacienda insiste en convencernos de que la crisis europea y de otros continentes es más severa que la mexicana. En nuestro país necesitamos que las garnachas no suban de precio, que la gasolina, el gas y el diésel se acomoden a los ajustes internacionales que están a la baja mientras en México suben sin cesar. No nos importa que los hoteles sean más caros en los Estados Unidos y que para los americanos los nuestros les salgan baratos. Nos importa que nuestros empresarios puedan sobrevivir a la crisis, que tengan insumos suficientes para sobrevivir, que Hacienda, el Seguro Social y el Infonavit detengan su postura de la inquisición española sobre las finanzas de las empresas.
Los mexicanos observamos a un gobierno rico, obeso, con reservas infinitas, mientras en cada hogar resulta más difícil sobrevivir sin endeudarse. Nuestros políticos financieros, que estudian en Boston, no han salido de su recinto escolástico: no conocen el clima de nuestra patria pues no salen de sus oficinas con aire acondicionado sino para trasladarse en sus vehículos con aire acondicionado a comer en los mejores restaurantes climatizados y van a su casa donde la temperatura es regulada. No conocen el frío ni el calor. Tampoco conocen la economía de su pueblo pues la de ellos es ostentosa, plena de despilfarro y corrupción.