El sistema de partidos y el libre tránsito

¿Se imagina usted a Sarah Palin cambiándose al Partido Demócrata para ser candidata a algún cargo de elección popular?
¿Se imagina a Bill Clinton renunciando a su Partido y apoyando abiertamente a los Republicanos en una contienda electoral?
Por supuesto que no. Y la primera reflexión que viene a nuestra mente es que estos políticos norteamericanos no lo harían porque son más íntegros y consistentes que los políticos mexicanos. Quizás… o quizás no.
Hace tiempo que he dejado de creer en que los mexicanos seamos radicalmente distintos, por simples razones “culturales”, al resto de los pueblos del mundo. Y cada vez creo más en la tesis de que una buena parte de nuestras conductas extra-legales, individualistas y corruptas tienen que ver con el diseño y funcionamiento de nuestro “contrato social”, si así le podemos llamar.
Es decir: Clinton y Palin no solo no se cambian de partido porque sus convicciones ideológicas se los impidan, sino porque las reglas de su sistema de partidos y de contrapesos ciudadanos no los incentivan a hacerlo.
Déjeme modificar la pregunta para ser más claro: ¿Se imagina usted que Fox, NBC o CNN pudieran intervenir a grado tal en la decisión del Partido Demócrata como para impedir que Barack Obama sea su candidato a la presidencia en 2012?
Antes de responder, debemos tomar en cuenta que Estados Unidos no es, precisamente, el modelo ideal de democracia. Mucho menos es un ejemplo de equilibrio adecuado entre los poderes constitucionales del Estado y los poderes fácticos, que son asombrosamente poderosos.
Pero, pese al poder de la televisión y los grandes consorcios, el escándalo de que un Partido operara con recursos públicos para impedir que el aspirante más popular fuera el candidato a determinado cargo de elección popular es impensable. Al menos, en la proporción que es posible en México.
Todo esto viene a colación por el linchamiento que recientemente he visto sobre los cambios de partido, el cual considero que parte de un argumento válido, como lo es la consistencia ideológica, pero que rápidamente adquiere tintes simplones y de falso puritanismo que lo despojan de fuerza.
¿Cuauhtémoc Cárdenas debió haber seguido en el PRI pese a las circunstancias que vivió en su momento? ¿Cuál fue la razón de Estado que llevó a Marcelo Ebrard a abandonar las filas del Revolucionario Institucional?
En Zacatecas, ¿Qué debimos haber hecho cuando desde Palacio de Gobierno se falsificaron encuestas y se pervirtió el método de selección de candidato al gobierno del estado? ¿Lo ético y lo consistente era avalar una mentira?
En Jalisco, el PRD obtuvo su mayor triunfo electoral de la historia en el año 2009, cuando Enrique Alfaro, un joven ex diputado local socialdemócrata, se convirtió en el alcalde de Tlajomulco. Un municipio que al día de hoy cuenta con más de 400,000 habitantes, el equivalente a la población de Jerez, Trancoso, Zacatecas y Guadalupe juntos.
A Alfaro, el Grupo Universidad, de tradición profundamente autoritaria, lo ha saboteado una y otra vez y le ha negado la posibilidad de incidir en la dirección de su partido. Por cierto, dicha expresión no solamente es hegemónica en el PRD de Jalisco, sino también en el PRI, gracias a su poder de influencia y cooptación.
Alfaro renunció al PRD después de casi dos años de conflicto en el que estuvo abandonado por los grupos con los que coincide en la escena política nacional. ¿Hizo mal? ¿Fue poco ético?
A propósito de abandono, ¿Fue ético que Alejandro Encinas viniera a Zacatecas a avalar la imposición de un candidato que, a la postre, obtuvo una votación marcadamente inferior a la de sus candidatos a alcaldes, demostrando que era un candidato no competitivo?
Yo mismo he defendido que las coyunturas electorales no deben determinar la militancia de los políticos, porque esta se vulgariza y termina por deteriorar la credibilidad de las instituciones públicas.
Pero nunca defendería que, en un sistema cerrado como el mexicano, la actuación más ética fuera permanecer en un partido “a costa de lo que sea”. La complicidad no puede presumirse como congruencia. De ahí, mi apoyo a las candidaturas independientes.
Si el asunto son los principios y el programa, tampoco las tesis de los “congruentes” se sostienen. En Zacatecas, el PRD ha rechazado el Tribunal de Cuentas, que a mi juicio ha sido la iniciativa más importante que hayamos discutido en esta Legislatura. Su rol en la reforma a la Ley de Acceso a la Información Pública fue prácticamente nulo y su actividad legislativa se reduce a generalidades y lugares comunes, casi siempre expresadas en puntos de acuerdo o participaciones en “asuntos generales”.
Sus gobiernos municipales carecen de programas que generen derechos sociales a los ciudadanos y de una política de rescate de espacios públicos redistributiva. Tampoco impulsan el modelo de seguridad ciudadana que defiende la izquierda global ni mecanismos de participación social como los observatorios ciudadanos de transparencia y los presupuestos participativos.
Pertenecer y defender a un partido sin que eso signifique nada en términos reales ha dejado de ser un acto de congruencia para convertirse en una fachada de la mediocridad. Es más fácil quedarse en la modorra con la “conciencia tranquila” por ser de “izquierda”, que actuar. Y en tiempos como los que hoy vive México, de violencia y marginación, eso se llama cobardía.
Incongruente es renunciar al interés general para defender el propio.
*Diputado local
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