El otro muro de la ignominia
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
La República Democrática Alemana le llamaba “Muro de Protección Antifascista”. Lo cierto es que fue una tragedia para el pueblo alemán, cuyas llagas están lejos de quedar sanadas después de la desventura que implicó para las familias la separación física por cuestiones políticas. Los medios de comunicación le han llamado “El Muro de la Vergüenza”; entre 1961 y 1989 partió a los alemanes en dos; específicamente en la ciudad de Berlín. Lo levantaron los soviéticos que pretendían mantener, no sólo el control de su territorio ganado al repartirse los aliados las tierras y naciones luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, sino impedir la emigración masiva de sus ciudadanos hacia la Europa Central, con la consecuente merma en su poder político y económico.
El muro tenía 115 kilómetros de extensión: Donald Trump se reiría al revisar su tamaño, contra el de la frontera entre Estados Unidos y México que tiene una longitud de 3 mil 185 kilómetros. De facto, este muro se empezó a construir desde el 2007 y se estima que, por lo menos 10 mil personas han muerto intentando cruzarlo: la cifra es inmensamente mayor a las 200 muertes que se tienen en los anales de la historia del que dividió Alemania durante casi tres décadas.
Si bien se trata de una obra monumental, jamás se comparará con la Gran Muralla China, que los astronautas refieren haber visto desde el espacio: es una antigua fortificación construida y reconstruida entre el siglo V a. C. y el siglo XVI para proteger la frontera norte del Imperio chino durante las sucesivas dinastías imperiales, de los ataques de los nómadas de Mongolia y Manchuria. Contando sus ramificaciones y construcciones secundarias, se calcula que tiene 21 mil kilómetros de largo, desde la frontera con Corea hasta el desierto de Gobi. Hoy se conserva solamente el 30 por ciento de ella: una imponente fortificación que mide, en promedio de 6 a 7 metros de alto y de 4 a 5 metros de ancho.
Pero así son las obras monumentales: a la Unesco parecieron olvidársele los 10 millones de trabajadores que murieron durante su construcción y que le han dado fama de ser “el mayor cementerio del mundo”, y la declaró Patrimonio de la Humanidad.
Hoy Donald Trump, que ha construido sus rascacielos hacia arriba, pretende crear su monumento imperecedero a lo largo, para separar a dos naciones que alguna vez empezaron siendo una. Tal vez no recuerde que la historia dio inicio cuando en las tierras de los Estados Unidos habitaron los indios siux y otros grupos de nativos, con los que llegaron a coexistir los mexicanos, que ocuparon naturalmente esos territorios, desde aquellas primeras rutas de la catequización del Padre Kino y de otros como él que, con los zacatecanos por bandera que partieron del Convento de Guadalupe, poblaron esas tierras hasta que la guerra invasora de los colonos llegados de Inglaterra, se hizo fuerte con el traidor Santa Anna para acotar a nuestra población en lo que él quiso hacer un imperio y que hoy conocemos como la República Mexicana.
A Donald Trump se le olvida que él mismo es hijo de inmigrante y que los norteamericanos acogieron a su familia cuando no tenía más que sus manos para trabajar y muchas bocas que alimentar. Su propia mujer es eslovaca, participante en los certámenes de belleza que él organiza, con quien se ufana de tener como esposa no sólo a una inmigrante, sino a una mujer a la que casi duplica la edad. Si la tabla fuera rasa, tampoco ella tendría derecho alguno –como Trump dice de los mexicanos- a pisar el suelo que sólo corresponde a los que él mandata que así sea.
Los mercadólogos de Donald Trump han centrado las relaciones con México en la construcción del Muro y en la destrucción del TLCAN, en la cancelación de visas y en diversas agresiones para los mexicanos. Han resultado exitosos al dar una bandera a la derecha republicana cuya fobia fascista intenta revertir derechos que los mexicanos han ganado a través de los siglos. Se estima que, al menos un millón 500 mil zacatecanos viven en California: prácticamente mayor población que los que habitan en ese estado. La población mayor de mexicanos en Estados Unidos es de michoacanos, a los que siguen los guanajuatenses y los zacatecanos, en empate “técnico” con los oaxaqueños, que, triangulados con los habitantes de Ciudad Nezahualcóyotl, han creado Neza York.
Pasaron los primeros 100 días de gobierno y no hay forma de que el punto de vista de Trump cambie. Para mal -porque nunca podría ser para bien- está ahora relativamente ocupado con Norcorea y sus misiles y con la planeación de la variedad de contrataque que está planeando a diestra y siniestra. Pero el día ineludible del muro llegará, y los mexicanos debemos estar preparados para seguir luchando por generar una economía interna que retenga a nuestros compatriotas migrantes en nuestro suelo, y para defender a quieres regresarán de la Unión Americana inevitablemente.