El Obispo

GILDA MONTAÑO

La noticia, –entre las que me tienen que dejar con el ojo cuadrado cada día, en que leo, veo, trato de entender y las estudio, -como comunicadora social que soy- –, que me dejó atónita y estupefacta, fue que el Obispo Emérito de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, que ha servido a la nación mexicana, poniéndose en medio de los buenos y de los no tan buenos, se encontró en un hospital, después de andar perdido. Lo putrefacto, es lo que salió a decir un policía que lo acusó de mil cosas, que yo no replicaré. No sé cuál es la verdad ni me importa. Solo sé que un hombre debe ser honorable hasta su muerte, y nadie tiene por qué juzgarlo. Ni Dios, porque está con él.

Julio César, 63 años antes de Jesucristo dijo de su esposa: “La mujer del César no sólo debe serlo, sino parecerlo”. Y a mi Salvador Rangel me parece honrado y decente a sus 78 años.

Les cuento que me ocurrió que de sopetón y sin previo aviso, solo por puritita Serendipia, me acabo de encontrar un libro maravilloso, que algún día me recetaron los asombrosos jesuitas de mi adorada Universidad Iberoamericana, a la que algún día regresaré, para que estudiara en la maestría de teología, con ellos. Es de Rafael Aguirre, un español e investigador excelente y en su libro: Así empezó el cristianismo, pretende explicarlo.

El cristianismo no empezó como una realidad perfectamente acabada y definida desde el principio, como un meteorito caído del cielo o como una institución basada en decretos fundacionales claros y explícitos. Fue el resultado de un proceso relativamente largo y complejo, que tuvo sus raíces e impulso inicial en Jesús de Nazaret.

En este proceso, muy pronto surgieron, entre los judíos de Palestina y de la diáspora, grupos con formas muy diferentes de entender la vinculación con Jesús, de cultivar la memoria de él y de relacionarse con la sociedad; grupos que fueron estableciendo relaciones entre ellos, a veces de reconocimiento y aceptación, otras de conflicto y hasta de exclusión, de modo que, a partir

de una matriz judía y en contacto con el mundo grecorromano, apareció el cristianismo con una entidad social propia. El proceso formativo del cristianismo, abarca desde comienzos del siglo I hasta la segunda mitad del siglo II, cuando ya aparecen los elementos que caracterizan al cristianismo como una realidad sociológica y teológicamente diferenciada, tanto respecto a la sinagoga judía, como a los ojos de la sociedad romana. Este es el período y el proceso histórico que abarca nuestro estudio. A partir de ese momento se abre el camino hacia lo que más tarde será la gran Iglesia y la «ortodoxia».

El libro que nos presenta el doctor Aguirre, trata sobre un complejo, conflictivo y apasionante proceso histórico. El lector no encontrará en estas páginas elucubraciones fantasiosas y novelescas, pero tampoco cuadros idealizados de una edad de oro. No es raro que el estudio de los orígenes proyecte los sentimientos encontrados y las polémicas encendidas que suscita su realidad presente. Este tipo de estudios está lastrado, con frecuencia, de sensacionalismo, de agresividad beligerante y de apologética beata.

Un estudio riguroso, en el caso que nos ocupa, requiere examinar numerosas fuentes literarias, ya que los restos materiales de comunidades cristianas, que tendrían que ser objeto de consideración arqueológica, son prácticamente inexistentes para el tiempo que nos ocupa. Las fuentes literarias son, en su inmensa mayoría, cristianas y requieren ser examinadas críticamente. Así los 27 escritos del Nuevo Testamento, que, más tarde, adquirieron un valor normativo, «canónico», en las iglesias cristianas, en nuestro estudio son considerados como los documentos históricos, aunque ciertamente merecen una consideración especial: habrá que preguntarse por qué muy pronto estas obras adquirieron una preeminencia tan notable entre grupos cristianos diferentes y, sobre todo, hay que contar con el hecho de que una consideración tan especial refleja la importancia de las comunidades que en ellas se expresan.

Pero las mencionadas obras canónicas no son sino una selección de entre una literatura muy amplia, a la que hay que atender para entender la riqueza y complejidad del cristianismo de los orígenes.

La importancia de este tipo de literatura –que comprende los llamados «apócrifos», pero también incluye a los primeros escritores eclesiásticos– no radica en la verosimilitud de sus informaciones, sino en que reflejan formas de cristianismo y de comunidades cristianas, que solo gracias a ella nos son conocidas.

Concluyo: por favor ya dejen en paz a la Iglesia Católica. Son el 95% de mexicanos que creen en ella, y que van a misa una vez a la semana. Tienen al país en paz. Créanme, los necesitamos.

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