El muro

RAÚL MANDUJANO SERRANO

No, no es el The Wall de Pink Floyd en 1979, expresa el melancólico traficante de narrativas informativas, sino ese muro que formó parte de la frontera inter-alemana desde aquel 13 de agosto de 1961, hasta ese 9 de noviembre de 1989. Se cumplen 34 años de la caída del Muro de Berlín, que fue mucho más que una frontera geográfica. A uno y otro lado se consolidaron dos modos de entender la política, la cultura, las ideologías, la humanidad misma. El 9 de noviembre de 1989, cuando se derrumbó de forma pacífica, el Este europeo tuvo que reinventarse, y occidente descubrió que no todo era un gulag al otro lado del Telón de Acero. Las ruinas del muro son una cicatriz que tiene algo de símbolo: es la herida que han dejado en la historia los principales totalitarismos del siglo XX.

Mire –refiere el insano periodista sotanero-, la bella escena de la caída del muro,  ocurrió durante la fotografía de la guerra fría, representada por la bipolaridad entre Washington y Moscú, y un Tercer Mundo debatiéndose por elegir de qué lado estar, la integración europea, el terror en la escalada armamentista y el surgimiento de la OTAN, el SEATO, el Pacto de Varsovia y otras múltiples organizaciones internacionales bajo el paraguas onusiano, que buscaban poner fin a las tensiones bélicas en Corea, Cuba, Vietnam, la África Subsahariana y las dictaduras en la América hispana, que despertaban un miedo latente a una III Guerra Mundial.

Por ello, entre tantas tiranteces, la caída del muro es un símbolo que marcó, en un segundo, la vida de los ciudadanos de la antigua República Democrática Alemana. Ese segundo que iba de las 23.59 del 2 de octubre, a las 0.00 horas del 3 de octubre de 1990, día de la unificación. Aún sigue vivo el grito de ¡Wir sind ein Volk! (Somos el pueblo).

Me entra hasta cierta feliz melancolía, pero igualmente, aumenta mi desprecio por las guerras…

La estúpida ofensiva por Acapulco. – Lo que sucedió en Acapulco fue devastador, casi semejante al daño que causó en Haití el huracán Gordon, en 1994 –recuerda el amanuense mientras sorbe a su café americano sin azúcar-. Con la diferencia de que, allá, murieron mil personas. Es tan dramático lo que pasa en esa socialista nación, que incluso en la actualidad, aún no se repone. Y ello por distintas razones, la falta de recursos económicos para reconstruir la infraestructura urbana, vialidades y suministro de energía, que obedecen a la corrupción y disputas políticas por el control del gobierno, y segundo, por el aterrador dominio criminal de las pandillas que, tan sólo en este 2023, causaron la muerte de más de dos mil 500 personas, y la migración de unos 120 mil haitianos.

Y no es el caso de México, pero, tras la devastación del huracán Otis al puerto, la opción de ayuda parece quedarse en la solidaridad de los ciudadanos, porque la asignación de recursos oficiales se vuelve de pena ajena, con un debate político violento, grosero, indignante y casi físico. Los votos se disputan por Acapulco, al que finalmente le negaron más presupuesto a su reconstrucción.

Es mera coincidencia, lo es, pero quiero pedirle algo –dice serio el periodista-, no se deje sorprender por oportunistas recolectores de donativos, pero tampoco deje de apoyar. Hágalo en la medida de sus posibilidades porque, si algo nos ha caracterizado, es la empatía ante la tragedia. Así ocurrió en los terremotos del 1985, 2017 y 2021, o en las inundaciones ocurridas en 2007 en Tabasco, Chiapas y Veracruz… Hasta otro Sótano.

X: @raulmanduj