El jardín de los pájaros muertos
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
En el siglo XVII surgió el que hoy se conoce como “El Jardín Independencia”. Uno de los principales moradores de las construcciones aledañas al solar fue Don Juan de Villarreal, a quien se debiera el nombre del parque, de forma tal que, durante muchos años, era prácticamente indistinto nombrarla “Plaza Villarreal” o “Jardín de la Independencia”.
Su hijo, Don José Villarreal Gutiérrez del Castillo, hombre rico y de abolengo, obsequió al Rey Carlos II, 14 mil pesos para contribuir al costeo de las festividades de su ascenso al trono.Esta plaza fue relevante – al grado de considerarla casi paralela en importancia a la Plaza Mayor, donde se ubicaba el Palacio de Gobierno-. Se dice que en 1840, por gestiones o recursos de la Condesa de San Mateo, se edificó la pila recibidora de agua que quedó justo en el centro de la plaza, y que resultaba fundamental para el crecimiento de la ciudad, siempre necesitada del vital líquido. Eran tiempos de los tranvías de mulitas y del incipiente ferrocarril que iba a Guadalupe y a Ojo Caliente.
Fue hasta los tiempos del gobernador Francisco de P. Zárate, cuando se buscó –con motivo de las fiestas del Centenario- invertir en la ornamentación de este jardín que hoy conocemos como el de La Independencia. Se levantó el monumento octagonal, que tiene referencias al Sitio de Cuautla y al Grito de Dolores. El Escudo de Armas de la Ciudad y los bustos de Vicente Guerrero, de Miguel Hidalgo y de José María Morelos aderezan el citado grupo escultórico, que tiene en su parte superior al Ángel de la Independencia, símbolo universal de la libertad, con su gorro frigio y en el acto de romper las cadenas, simbolizando el fin de la esclavitud para todos los mexicanos.
El águila real zacatecana, que aún habita por las zonas de Monte Escobedo, lleva en su pico una rama de olivo. Claramente, el ángel no es tal, sino Ángela, por su cuerpo bien configurado, desnudo ante los fríos vientos de Zacatecas.
Así como el temblor de 1958 derrumbó en la Ciudad de México el Ángel de la Independencia situado sobre Paseo de la Reforma, Zacatecas vivió su propio incidente en los años 40´s, cuando una de las alas de “nuestro ángel” se desprendió y al hacerlo, se llevó consigo uno de los pies de la estatua. Fue Don Roque Acevedo, presidente municipal de Zacatecas y dueño del comercio de La Sevillana, quien durante la década de los 50’s, remozara tan bello monumento.
En la niñez recordamos el Jardín, con el sitio de automóviles estacionado frente a la Presidencia Municipal, con los hermanos Murillo como propietarios y el señor Ramírez, papá del “Meñique”, hoy importante abogado, a quien su auto le fuera robado por el entonces épico y famoso Capitán Fantasma, y que con sus propios recursos lo persiguiera hasta acabar con el mito de esa época de la nación.
En una de las esquinas próximas al sitio de taxis –era un lujo poder subirse en cualquiera de esas unidades, Chevrolet o Ford, siempre limpias y elegantes, completamente distantes de la mayoría de los vehículos de transporte público que hoy circulan por nuestras ciudades- estaba el depósito de hielo de la familia Martínez Lugo, a un lado, la llamada Casa de la Condesa de San Mateo, donde vivía la familia Acuña. La compañía de Luz y la casa donde vivía el licenciado Feliciano Ambriz, eran parte del conjunto.
En la acera perpendicular estaba un restaurante para campesinos, de aquellos que eran usuarios de los camiones del Transporte Zacatecano. Coexistía con un billar del que se decía había sido una capilla en los tiempos idos. La papelería La Economía convivía con los funerales El Amo –una de cuyas especialidades eran las “cajas para angelitos”-; cerca estaba el restaurante y hotel de la familia Lugo. Desde allí era posible ver la Casa López, una de las principales y más antiguas concesionarias de automóviles en Zacatecas, además del Ómnibus de México y de la escuela Ignacio Zaragoza, que después fuera la Presidencia Municipal de Zacatecas.
La plaza tenía su propia cultura y sus muy peculiares hábitos: los vendedores de semillas qua laístas, la nieve de Don Mónico en el verano y sus choco miles, que estaban ubicados en el taburetito pegado a una de las esquinas del Palacio Municipal, los boleros y vendedores de revistas, que fueron desalojados de los portales, para ser colocados después en el mismo Jardín: estaba allí don Chava, con el bigote muy a la Javier Solís y su sonrisa permanente; Don Pablo, un anciano soltero de voz apenas audible, con una seriedad absoluta…. Tan distintos entre sí, pero ambos grandes boleros, que se apreciaban más aun cuando se vivía fuera de la ciudad, pues una de las principales paradas al regresar a la tierra, era la visita obligada a sus sillas de bolear y su arte para hacerlo, a fin de restaurar el calzado y ponerlo “como nuevo”. Otro de ellos, apodado El Águila Mocha, a quien le faltaba una pierna y usaba muletas para desplazarse, tenía un niño a su lado, Juanito, quien por su inquietud, permanecía amarrado a uno de los pilares del mismo jardín. Lo extraño es que, a pesar de la situación tan lastimosa, nunca autoridad alguna intervino para liberar a ese niño maltratado, que hoy es un adulto que camina por las calles zacatecanas.
El jardín Independencia era el paso obligado de quienes vivíamos hacia la zona de la estación, de Casas Coloradas, de los Callejones de San Pedro, y era el lugar donde jugábamos en el pasto a la lucha libre, o donde nos sentábamos a escuchar por las tardes el sonido bullanguero de los pájaros y, desde luego, a recordar y a comparar las fotos antiguas del lugar, que contrastan realmente con su actual configuración.
Desde entonces, era un lugar para que jubilados y hombres viejos, se asolearan. Algunos con sombreros rancheros o tejanos, lentes oscuros y antiguos, como los de soldador, que desde entonces y hasta nuestros días, han contribuido a que el nombre de la plaza se haya ido transformando para tomar, por derecho propio, el del título de este artículo por la característica de los visitantes. Humor negro en todo su esplendor.
