El emperador Julio César
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
No fue rico de nacimiento, pero sí de familia noble. Creció en La Subura, uno de los barrios más pobres de la ciudad de Roma. Uno de sus parientes, su tío Cayo Mario, influyó de forma determinante en su carrera política. Un hombre más, nacido en la antigua Roma, el pequeño Julio César, llegaría a ser –tal vez junto con Alejandro Magno- el más poderoso de los líderes de la Antigüedad.
Ya a los 16 años, -en el 84 a. C.- nuestro personaje escapó de morir a manos de los sicarios del dictador Sila, quien lo perdonó por intercesión de su madre. Lo enviaron a Asia a luchar en la Tercera Guerra Mitridática, y no fue sino 9 años más tarde, que pudo volver a Roma a la muerte de Sila. Ejerció allí algún tiempo como abogado y en el 73 a. C. sucedió a su tío Cayo Aurelio como pontífice. El cargo le dio la posibilidad de codearse en los más altos círculos del poder. Pronto entró en relación con los cónsules Pompeyo y Craso y dio inicio a su propia carrera política.
Tres años después, obtuvo un cargo de relevancia en la provincia de Hispania, de la que fue nombrado pretor pasados 10 años, luego de elecciones en las que resultó triunfador. Tenía 31 años de edad -25 de ellos dedicados a la ardua lucha política e incluso a la guerra- cuando fue elegido cónsul gracias al apoyo de sus dos aliados políticos, Pompeyo y Craso, los hombres con los que César formó el llamado Primer Triunvirato.
Su poder, al igual que su fama fueron creciendo. Se le designó procónsul de la Galia y dedicó su mandato a someter prácticamente a la totalidad de los pueblos celtas, luego de varias campañas bélicas. Hoy se conoce a ese periodo como “La Guerra de las Galias”, y es sin duda una de las luchas épicas más estudiadas por los estrategas de la actualidad. Con Julio César el dominio romano se extendió sobre los territorios que hoy integran Francia, Bélgica, Holanda y parte de Alemania.
El poder que César iba acumulando, puso celosos a los senadores en Roma, que trataron a toda costa de despojarle de su autoridad allende las fronteras. Debió regresar para luchar por el sitio que le correspondía en el Imperio y protagonizó otro de los más conocidos eventos de la Historia Antigua: “El cruce del Rubicón” donde al parecer pronunció la inmortal frase «Alea iacta est» (la suerte está echada) iniciando así la Segunda Guerra Civil de la República de Roma. Salió victorioso y se hizo nombrar cónsul y dictator perpetuus —dictador vitalicio— e inició una serie de reformas económicas, urbanísticas y administrativas.
Frente al poder omnímodo, está siempre presente el riesgo de la conspiración. Un grupo de senadores formado por algunos de sus hombres de confianza como Bruto y Casio y antiguos lugartenientes como Trebonio y Décimo Bruto, urdieron un complot con el fin de eliminarlo. Dicho arreglo culminó cuando, en las idus de marzo, los conspiradores asesinaron a César en el Senado. Veintitrés puñaladas dañaron su cuerpo. Se afirma que no logró pronunciar palabra alguna, ya que la segunda puñalada fue mortal. La frase dirigida a Marco Bruto: “Tu también, hijo mío” es inexistente. La mujer de César, Calpurnia, previo al 15 de marzo, tuvo presentimientos acerca de la muerte de su esposo, por lo que le solicitó no acudir al Senado a esa cita. Había además otros vaticinios de amigos que sentían llegar su fin.
Bruto no era hijo del César, quien era en realidad amante de Servilia, la madre de Bruto. Se decía en Roma que Julio César era “el marido de todas las mujeres, pero también la mujer de todos los maridos”. Entre sus amantes femeninas está Cleopatra, desde luego: con ella tuvo a Ptolomeo XVI Cesarión, de quien se decía que su parecido con Julio César era absoluto.
La historia de Marco Antonio y Cleopatra es otra etapa posterior al affaire original del romano más importante de la historia.
Su muerte provocó el estallido de otra guerra civil, que terminó cuando Octavio, Antonio y Lépido formaron el Segundo Triunvirato y se repartieron los territorios de la República. Entre los asesinos de Julio César está Casio, que en fecha posterior se atravesó con su propia espada. Marco Bruto prefirió arrojarse contra su espada que sostenía su criado.
Famoso e importante es también su caballo, compañero bielde muchas de sus batallas. Se llamaba “Incitatus”
Julio César –“César” simplemente, le llamaron sus seguidores- fue un hombre de compleja personalidad y muy variados atributos: fue político y militar, pero también escritor y orador. Escribió sobre astronomía, sobre religión e incluso sobre latín. Las únicas obras que se conservan de todos esos tratados, son sus “Comentarios de la Guerra de las Galias” y sus “Comentarios de la Guerra Civil”.
La fama de Julio César es tan grande, que incluso le han atribuido la palabra “cesárea” afirmando que él mismo nació por este método. No es real el hecho, pero tampoco es posible evitar que los hombres superlativos pasen a la Historia de mil maneras. Incluso ha trascendido su epilepsia: sus biógrafos, más o menos autorizados, le vieron sufrir por lo menos tres crisis de este tipo, una de ellas en plena batalla.
Así fue Julio César, personaje del mundo, una vida efímera, guerrera, un hombre complejo y completo, que vivió con gran intensidad hasta su muerte trágica y presentida, con gran dolor por quienes le amaron.