El desastre japonés

Ha pasado un mes desde que el 11 de marzo una serie de terremotos y un terrible tsunami causó daños enormes en Japón. Miles de muertos y desaparecidos enlutaron a las familias de ese país. Además quedó parcialmente destruida la planta nuclear de Fukushima, generando un desastre ecológico cuyas consecuencias no están totalmente claras.
Después de la tragedia otras noticias han ocupado los primeros planos de los periódicos y espacios electrónicos en el mundo entero. Sin embargo esta semana la autoridad atómica japonesa aceptó el hecho evidente de que el desastre debe clasificarse en el nivel 7, que es el más alto de la escala internacional.
El único desastre comparable es el de Chernobil en la antigua Unión Soviética, que también alcanzó el nivel 7 y afectó no sólo a lo que hoy son las repúblicas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, sino a buena parte de Europa. Incluso en Francia resultaron cosechas afectadas y no ha sido fácil identificar y probar las consecuencias terribles para la salud de miles de personas, que han tenido estos hechos en muchas partes del mundo.
Una tragedia del máximo nivel significa que los daños no se restringen sólo a Japón y los países cercanos, sino que afectará de una manera u otra al resto del mundo.
Un hecho preocupante es que las aguas de mar que se utilizaron para tratar de controlar la temperatura del reactor e impedir una explosión catastrófica, quedaron tan contaminadas, que han afectado de una manera todavía no conocida, al océano.
La pesca de los mares japoneses y chinos estará bajo sospecha porque es probable que la radiación haya afectado a todo tipo de seres vivos en ese ecosistema.
Por lo pronto algunas autoridades japonesas ya han prohibido la pesca en sus mares. Las consecuencias económicas de ésto serán la ruina de comunidades enteras que se dedican a esa actividad.
Pero tampoco podemos circunscribir el riesgo a esa región. Las aguas y los peces están en constante movimiento y es posible que algunos de ellos lleguen a regiones tan alejadas como nuestro país. Recordemos que los peces no saben nada de fronteras.
Esta tragedia cambiará  la relación que los humanos tenemos con los mares. Será necesario que las autoridades establezcan mecanismos de protección y control que permitan a los consumidores tener cierto grado de certeza de que los productos marinos que consumimos no constituyen un riesgo para la salud.
Todavía es muy pronto para sacar conclusiones, pero la verdad es que ni la tecnología más avanzada, ni la ayuda internacional, ha sido suficiente para controlar los incendios y escapes que sufre la planta nuclear de Fukushima.
No existe posibilidad de calcular en este momento los daños de una tragedia que ni siquiera está bajo control. Aún no hay garantías de que no se presenten explosiones que generarían una nube radioactiva que tendría consecuencias dramáticas sobre la ciudad de Tokio y muchas otras partes del mundo.
Lo que este episodio ha dejado al descubierto es que los riesgos de la energía atómica son mucho más altos de lo que pensábamos. El problema de fondo es que las dos principales fuentes de energía en las que se basa la civilización moderna son los combustibles fósiles que están en el origen del problema del calentamiento global y la energía nuclear que tiene diversos riesgos que estamos viendo.
Es momento de que la humanidad vea alternativas más limpias como la solar y la eólica, entre otras. Es cierto que cambiar tiene sus costos y no será  fácil modificar hábitos. A pesar de todo, seguir sin cambios puede causar graves daños a nuestro planeta en su conjunto.
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