El Dedo en la Llaga | Populismo Punitivo: castigar al mensajero para no enfrentar la verdad
RAFAEL CANDELAS SALINAS
La inseguridad en México es un tema de actualidad, pero no novedoso. Quienes nacimos a finales del siglo XX por muchos años fuimos señalados de ser parte de la generación de la crisis, para nosotros hablar de crisis económica era parte de la cotidianidad, padecimos el populismo de Luis Echeverría, atestiguamos cuando José López Portillo se dirigió a la nación para decir que defendería al peso “como un perro”, nos tocó escuchar a nuestros padres sufrir con periodos inflacionarios que hoy parecen parte de la ficción, vimos a muchos amigos y conocidos con créditos y deudas en dólares perder todo lo que tenían a causa de la devaluación del peso con Miguel de la Madrid Hurtado, nos tocó ver como Carlos Salinas de Gortari le quito tres ceros al peso mexicano y también la negociación y firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, vimos como Ernesto Zedillo se quejó de que le habían dejado la economía sostenida con alfileres luego de que a los tres meses de su gobierno en el famoso “error de diciembre” se nos vino otra crisis económica gravísima justo cuando nos habían dicho que estábamos entrando al primer mundo, nos tocó ver la transición política cuando el PAN ganó la presidencia de la república con Vicente Fox y también una etapa de bonanza económica por el “boom” petrolero que le generó recursos extraordinarios al gobierno, pero también hemos sido testigos de cómo, con el transcurso de los años, dejamos de hablar de crisis económica y empezamos a hablar de inseguridad.
A la par, hemos sido testigos de las diferentes maneras de combatir o convivir con los temas de inseguridad y con los generadores de violencia. Felipe Calderón decidió vestirse de militar y declarar la guerra contra el narco, una guerra fallida que hasta la fecha no solo no se ha acabado sino que ha generado cientos de miles de muertes, secuestrados y desaparecidos; vimos también como Enrique Peña Nieto decidió entregarle la estrategia al Ejército Mexicano, incluyendo las Secretarías de Seguridad a nivel nacional y en los estados con escasos resultados, y como no recordad la estrategia (si a ello se le puede llamar estrategia) de López Obrador que decidió no combatirlos, abrazarlos y permitir el crecimiento desbordado con su ya célebre política de “abrazos no balazos”.
Sin embargo, hay una preocupante tendencia en la forma en que los gobiernos enfrentan los problemas de seguridad y violencia, a veces con abrazos y a veces con mano dura, pero dirigida hacia las personas equivocadas. Se trata del populismo punitivo, una estrategia tan vieja como efectiva en términos políticos, pero profundamente dañina para la sociedad y el Estado de derecho.
El populismo punitivo consiste en prometer castigos rápidos, ejemplares y mediáticos, aunque no se dirijan a los verdaderos responsables del problema. En vez de combatir las causas estructurales de la violencia -como corrupción, impunidad, desigualdad y colusión con el crimen organizado-, se opta por criminalizar lo visible, lo mediático, lo simbólico, lo que da votos y aplausos, prefieren perseguir al mensajero en lugar de enfrentar al verdadero enemigo.
El caso más reciente es el de la iniciativa para castigar los narcocorridos, como si fuera el cantante quien propicia el crimen y no el clima de impunidad que el propio gobierno ha tolerado o, peor aún, provocado. Es más sencillo censurar una canción que desmontar las redes criminales que operan con protección oficial; es más cómodo encarcelar a un compositor que revisar el fracaso de las estrategias de seguridad; es más rentable en términos electorales castigar al que canta que enfrentar al que mata.
Pero prohibir canciones no hará desaparecer la violencia. Limitar esa forma de libertad de expresión -una de las pocas ventanas donde el pueblo relata su realidad- es apenas una cortina de humo para no ver lo que verdaderamente arde. Porque los narcocorridos no inventan la violencia, la documentan, la relatan desde el territorio que muchos gobernantes no pisan. Silenciarlos es silenciar la voz de quienes todos los días viven bajo la sombra de la criminalidad que el Estado ha dejado crecer.
Lo más preocupante es que esta visión no es sólo ineficaz, es peligrosa. Sienta un precedente donde la censura se justifica como política pública, donde la represión cultural se presenta como estrategia de seguridad, y donde el castigo simbólico sustituye a la justicia real. El populismo punitivo, al final, no soluciona nada, pero simula que se hace algo. Y esa simulación es la forma más cobarde de gobernar.
Además, no es la primera vez que se intenta silenciar la realidad en lugar de atenderla. Durante el sexenio de Felipe Calderón, y luego en el de Enrique Peña Nieto, hubo llamados explícitos a los medios de comunicación para que evitaran difundir noticias relacionadas con la delincuencia organizada y con asesinatos, bajo el argumento de que eso “exacerbaba” la violencia. Aquella postura fue duramente criticada por la oposición de entonces, y con razón, no se combate la inseguridad ocultando los hechos, ni se construye la paz silenciando a la prensa.
Lamentablemente, la oposición de entonces hoy en el gobierno parece repetir lo que antes criticaba, estamos en una etapa similar, pero con diferentes actores, donde el intento de censurar a periodistas, escritores, opinólogos de ocasión como el que esto escribe y medios que abordan temas incómodos para el poder vuelve a ser una práctica cada vez más evidente. Lo más fácil para el gobierno es premiar con contratos y publicidad a los medios a modo que dicen lo que el gobierno quiere escuchar y, al mismo tiempo, castigar con la indiferencia presupuestal, con la difamación pública o con alguna auditoría o inspección enviada por alguna dependencia de gobierno a quienes no se alinean. En vez de enfrentar los problemas, se encubre al Estado con un relato fabricado contra el personaje incómodo al que hay que castigar y aplicarle la aquella frase que se atribuye a Benito Juárez: «Para los amigos, justicia y gracia; para los enemigos, justicia»
La verdadera solución no está en callar canciones ni en silenciar plumas críticas, sino en garantizar condiciones para que no haya qué cantar ni qué denunciar. Para que la violencia deje de ser parte del paisaje cotidiano, no basta con eliminar sus relatos, hay que eliminar sus causas. Pero eso requiere valentía, inteligencia y compromiso. Y, por lo visto, esas cualidades escasean en quienes prefieren gobernar con el puño y los oídos sordos.
Nos leemos el próximo miércoles con mas del “Dedo en la Llaga”.