El Dedo en la Llaga | Francisco: El Papa que volvió a poner a los pobres en el centro de la Iglesia

RAFAEL CANDELAS SALINAS

Hoy, el mundo despide con dolor a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, Obispo de Roma y líder espiritual de más de mil millones de católicos. A los 88 años, tras una larga enfermedad, el primer pontífice latinoamericano deja un legado profundo, humanista y valiente que marcó un antes y un después en la historia reciente de la Iglesia Católica.

Desde su histórica aparición en el balcón de San Pedro el 13 de marzo de 2013, renunciando a los símbolos de poder y pidiendo la bendición del pueblo antes de otorgarla él mismo, quedó claro que Francisco no sería un Papa más. Su pontificado estuvo guiado por una convicción sencilla pero revolucionaria: la Iglesia debía volver a parecerse a Jesús. A uno que caminaba entre leprosos, comía con pecadores y abrazaba a los marginados.

Francisco no solo habló de los pobres, vivió por y para ellos. Los convirtió en protagonistas del discurso eclesiástico y político. Visitó cárceles, campos de refugiados, hospitales olvidados y barrios periféricos. Denunció con firmeza “una economía que mata” y una globalización de la indiferencia que condena a millones al olvido. Su opción por los más humildes no fue retórica: fue acción.

También fue el Papa del diálogo, del ecumenismo, de los puentes. Pidió perdón a nombre de la Iglesia por los abusos cometidos, enfrentó con decisión los escándalos de pederastia y se atrevió a tocar temas que por años fueron considerados intocables. Habló de una Iglesia más inclusiva, menos moralista, más cercana. Se pronunció sobre el cuidado del planeta con encíclicas como Laudato Si’, advirtiendo que el grito de la Tierra es también el grito de los pobres. Habló con claridad sobre migración, justicia social, explotación laboral, y condenó toda forma de populismo que fomente el odio y la división.

Fue incómodo para los poderosos y querido por los que pocas veces tienen voz. Humanizó el papado con gestos simples: cargar su maleta, hospedarse en Santa Marta, llamar por teléfono a personas comunes para alentarlas, confesar él mismo en la Plaza de San Pedro. No solo predicó con palabras, predicó con el ejemplo.

Francisco fue, en esencia, un pastor. Un hombre de fe profunda, sentido común y mirada compasiva. Su muerte deja un enorme vacío, pero también una huella indeleble. En tiempos de fractura, nos recordó que la verdadera grandeza está en el servicio, que la fe sin justicia es estéril, y que el Evangelio no se declama, se vive.

Hoy, el mundo despide al Papa de los pobres. Pero su mensaje queda. Su voz seguirá resonando en cada gesto de misericordia, en cada comunidad que lucha por dignidad, en cada creyente que entienda que ser cristiano no es alzar el dedo para juzgar, sino extender la mano para levantar.

Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Argentina. Fue ordenado sacerdote jesuita en 1969, arzobispo de Buenos Aires en 1998, y creado cardenal en 2001 por Juan Pablo II. En 2013, fue elegido como el 266º Papa de la Iglesia Católica, tomando el nombre de Francisco, inspirado en San Francisco de Asís. Su frase más representativa tal vez sea la que resume todo su pontificado:
“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por encerrarse y aferrarse a sus propias seguridades.”

Este es un momento para reflexionar, pero también para actuar. A la comunidad católica, a los creyentes, y muy especialmente a sacerdotes, religiosas, religiosos y a todos quienes predican la palabra de Dios dentro del catolicismo, no dejen que su legado se apague. Ojalá continúen el camino trazado por Francisco, llevando el Evangelio a las periferias, abrazando al diferente, defendiendo al débil y construyendo una Iglesia humilde, cercana, comprometida con la justicia y la paz. Porque solo así, el testimonio de amor al prójimo y de amistad social que Francisco nos regaló seguirá vivo.