El Dedo en la Llaga | El Museo del Dolor

RAFAEL CANDELAS SALINAS

Por un instante, el rancho Izaguirre en Jalisco dejó de ser una escena del crimen para convertirse en una escenografía. Una puesta en escena macabra, cuidadosamente montada por la Fiscalía General de la República, en coordinación con la Fiscalía General del Estado de Jalisco. Lo que siguió fue una tragedia que raya en lo grotesco.

Este lugar fue descubierto en septiembre de 2024, pero durante meses reinó el silencio. Nadie sabe qué había ahí, qué se encontró, en qué condiciones. Fue hasta que las Madres Buscadoras llegaron por su cuenta hace unos días, que conocimos lo que el Estado nos ocultaba: restos de ropa, pares de zapatos, lo que parecían restos humanos, señalamientos de tráfico usados para tiro al blanco, listados con nombres y apodos de quienes por ahí pasaron, entre otras cosas. Evidencias que helaron la sangre y encendieron la esperanza —sí, la esperanza— de cientos de familias que buscan a los suyos, aunque esa esperanza duela.

Pero en vez de respuestas, el Estado nos ofreció un espectáculo. Al enterarse, muchas madres buscadoras de diferentes entidades de la República intentaron ingresar al lugar, no las querían dejar entrar y, cuando por fin las autoridades aprobaron que accedieran, todo había sido limpiado. Las huellas del horror, removidas. Ya no había ropa. Ya no había zapatos. Ya no había rastros. Solo quedaba el decorado del dolor, cuidadosamente delimitado con cordones como si fuera una exposición museográfica. Faltó el guía con auriculares para la traducción simultánea. Lo que debió ser una investigación seria terminó siendo un tour del horror, una visita guiada por la tragedia nacional.

El gobierno insiste ahora en una disputa semántica. Le dedicaron una “mañanera” completa a tratar de influir en la población en que no era un “campo de exterminio”, sino que era un “campo de adiestramiento sicario”. ¿Y eso qué cambia? ¿Importa realmente cómo le llamen? El resultado es el mismo: ahí se mataba gente. Ahí desaparecieron personas. Ahí se entrenaba a quienes hoy siguen sembrando muerte en el país. Pero mientras se trata de distraer la atención debatiendo los conceptos o la denominación del lugar, la realidad es que no se investiga quiénes operaban ahí. No se identifica a las víctimas. No se rinde cuentas. No se dice la verdad.

Este Museo del Dolor que nos regalaron es la muestra más descarnada del abandono institucional. Las madres no fueron a buscar justicia. Fueron a buscar una prenda, un zapato, un hilo que les diera certeza. Y salieron con más preguntas. Con más angustia. Con más rabia. Porque no solo han perdido a sus hijos. También han perdido la confianza en las instituciones que deberían estar de su lado.

Y entonces, uno no puede evitar preguntarse: ¿por qué el Estado insiste en minimizar el asunto? ¿A quién quieren proteger? ¿Qué están escondiendo? ¿Quiénes sabían lo que ahí ocurría y permitieron que sucediera? ¿No sería más sensato, más humano, más justo, simplemente transparentar la información, decir la verdad, identificar a los culpables y aplicar sanciones conforme a derecho?

¿Por qué, una vez más, el Estado prefiere maquillar la tragedia en lugar de enfrentarla y hacer justicia?

Son preguntas que, por lo pronto, quedan en el aire, en espera de que alguien las responda, puede ser pronto o puede ser nunca, a no ser que uno de estos meses Donald Trump pida se aclaren este y otros asuntos a cambio de no imponer aranceles.

Nos leemos el próximo miércoles con más de “El Dedo en la Llaga”.