El centenario de la tragedia que nos cubrió de gloria
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
Zacatecas, ciudad inmaculada, “La Joya de la Corona” durante la vida Colonial. La generadora del oro para el mundo, la fábrica de ensayo de la tecnología de punta de la minería universal que engrosara las arcas españolas, que beneficiara guerras en el continente europeo y con cuyos recursos se construyeran tantos palacios, con esa riqueza áurea que siempre hemos tenido en las entrañas para nuestro bien y para el mal también.
De Zacatecas partió la colonización a los Estados Unidos, camino Tierra Adentro, que como una arteria uniera el Norte con el Sur de la Patria, en un nuevo contexto de modernidad que permitió desarrollar tantos rincones del país.
En Zacatecas nació el primer periodista de América, nació también José María Cos el ideólogo de la Independencia de México, vivió aquí Valentín Gómez Farías: buena parte de su formación aquí se generó y después fue nuestro diputado. El triunfador de la batalla de Puebla nació en nuestra entidad. Pintores como Francisco Goitia, los hermanos Coronel, el gran Felguerez, guionistas como Mauricio Magdaleno, el cómico más inteligente y creativo de nuestra historia fílmica, el Panzón Soto, don Antonio Aguilar representante internacional de la música mexicana, el más importante poeta que ha dado la Patria, Ramón López Velarde, Tata Pachito el minero, el empresario y el político, y tantos otros personajes que han puesto en alto el nombre de Zacatecas.
Como en los Renacimientos, los recursos mineros nos integraron a un primer mundo que se desarrolló exitoso en la Colonia: el capital llegó con sus arquitectos, sus mujeres, sus cocineros, sus ideólogos, sus artistas… así vivimos hasta llegar a la Toma de Zacatecas. Los ricos huyeron entonces. Se quedaron los pobres sin agua, sin víveres y en peligro constante de muerte porque las dos fuerzas que se enfrentaron, en la batalla habitaron la ciudad, los federales antes, los villistas después.
Para Zacatecas la batalla decisiva de la Revolución Mexicana fue un parte aguas, como lo fue para México todo. Para el país, porque después de la toma de nuestra ciudad la guerra tomó otro cariz, se sentaron nuevas bases, se firmaron acuerdos, se fincó la esperanza de que habría un futuro más allá del fratricidio que constituyó esta lucha intestina. Para nuestra entidad, porque después de la toma de nuestra capital sólo quedó desolación: campos yermos, muchas familias sin padre, muchos patrimonios –así fueran pobres, apenas incipientes- destruidos por la violencia. Para Zacatecas quedaron los más altos índices de migración nacional: nadie quería vivir aquí, sin inversiones, sin infraestructura, sin proyectos, sin empleo, sin sembradíos, sin hatos ganaderos, sin comida, sin garantía de que el futuro traería alguna prosperidad. Fue realmente duro. El homenaje de hoy no debiera ser para los villistas y sus huestes, sino para las mujeres zacatecanas que se quedaron en el terruño “a aguantar vara” y a criar a los hijos como Dios les diera a entender. El homenaje debiera ser para los hombres que se fueron de aquí a buscar el pan para los suyos, así fuera allende las fronteras. El homenaje debiera ser para nosotros, los zacatecanos todos, que hemos demostrado a México que somos una casta especial, de valientes y luchadores, de soñadores hasta el extremo, con un corazón que se nos sale del pecho a fuerza de luchar por mantener viva esta tierra que nos corresponde porque la hemos ganado con nuestra vida y con la muerte de muchos.
¡Que Viva Villa!, claro, pero que quede claro también, que México es hoy fruto de mucho dolor zacatecano, de tanta sangre como corrió por el Arroyo de la Plata, de tanto sufrimiento cotidiano en el que crecimos varias generaciones. ¡Que vivan los zacatecanos! Esta victoria la consideramos nuestra, porque nuestra muerte la ganó para México.
Los zacatecanos no dormíamos: ni en la Toma de la ciudad, ni muchos años después. Nuestro despertar se fue dando en los 90’s del siglo pasado, cuando el gobierno federal comenzó a recordar que existía una ciudad rica, con un pueblo pobre.
Tenemos que festejar por la Patria el Centenario de la Toma de Zacatecas. Por nuestros muertos, por el olvido a que fuimos sometidos durante décadas, no sentimos sino un dolor profundo y añejo, una herida que tardará en sanar.