El Canelo y las televisoras
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
La bien seleccionada fecha del 14 de septiembre en Las Vegas, Nevada, donde los mexicanos toman la plaza –el tan conocido centro de diversión- como su lugar favorito al que llegan con unos cuantos dólares (menos de mil) para dormir en hoteles de 5 estrellas o Gran Turismo, comer grandes buffets internacionales y ver y oler los casinos que siempre otorgan bebidas libres a los que juegan con las maquinitas –aunque sea de cinco centavos de dólar-
Allí cantan cada año los divos, Alejandro Fernández y Luís Miguel, para que nuestros viajeros connacionales puedan recrearse con las voces de sus ídolos. Hoteles como el MGM, el Bellagio, el Wynn o el Venetian favorecen el reencuentro con amigos –algo que no es fácil en el extranjero… pero en Las Vegas todo es posible-.
La fecha fue electa por los expertos en Mercadotecnia para llevar a cabo una confrontación boxística multipublicitada, entre “el mejor boxeador libra por libra” de los tiempos recientes, y una de las dos esperanzas deportivas en box que México tiene desde hace algunos años, el Canelo Álvarez. El otro es el hijo de Julio César Chávez quien hoy vive una veda deportiva de la que esperamos se recupere.
El Canelo parte de una dinastía boxística jalisciense, donde todos aman la oreja de coliflor y el mismo, el más destacado de todos ellos.
La magia se ofrece al mundo: un peleador de color contra un vikingo mexicano. Ambos invictos. Uno de ellos ya boxeaba mientras el otro era sólo un niño listo para iniciar las clases de Primaria. Ambos son leyendas: uno de origen africano, asentado en los Estados Unidos –una población con un peso significativo— el otro un mexicano como muchos de los que también viven en la Unión Americana y que tratan de realizar el ideal del “American Dream”.
La bomba se exhibió por todo el mundo. Fotos de rostros enconados, musculaturas presuntuosas. Las cerveceras atentas a cualquier movimiento de los protagonistas… hasta una demanda que pudiera evitar la pelea en los últimos momentos. Todo estaba permitido con tal de darle sabor al caldo.
De la calidad boxística no había duda. La diferencia estaba entre un hombre hecho y un joven que apenas rebasa la adolescencia y que tiene todavía mucho que aprender.
El objetivo: la feria de los millones de dólares. Se habla de 200: 49 para Mayweather y 10 para el Canelo, una cifra que se completa con la publicidad, los regalitos, las cifras manipuladas para evadir impuestos, las apuestas y la promesa de reeditar una nueva “pelea del siglo” ¡como si pudiera haber veinte cada siglo!
Los ritos al ingreso de la Arena con el ¡México, México México! , la frialdad para el campeón, las ceremonias de pesaje, los boletos de ringside de 16 mil dólares, las rubias de las primeras filas con los actores famosos de Hollywood. Empieza la pelea de cachetadas, más no de boxeo.
La Comisión Internacional de Box se convierte tan solo en invitada a un espectáculo de los empresarios, que son quienes nombran a los jueces, quienes pueden alargar el tiempo de las caídas y hay acciones capaces de favorecer con la victoria a quien no lo merezca. Los jueces cantan la victoria para decidir quién ganará, aunque parezcan ellos haber visto otra pelea. Así son los nuevos tiempos que corren.
En las viejas reglas del boxeo –que aún existen- cuando los contrincantes se mostraban reacios a pelear, el réferi tenía la facultad de detener la contienda unos segundos y convocarlos públicamente a entrar de lleno a los golpes, para cumplir con el respetable, el auditorio que acudía a verles. En Las Vegas no pasó así. Sólo hubo cachetadas: el Canelo hacia delante, buscando no ser afectado por los golpes de Mayweather –que nunca llegaban- pues sólo daba toquecitos para cumplir con el puntaje requerido por los jueces. Terminaron ambos con los rostros limpios, como si acabaran de bailar un vals. La única sorpresa fue que la pelea resultó por decisión dividida a favor del campeón, a pesar de que El Canelo no ganó un solo round. Traducido del inglés al español: se abre la posibilidad de una revancha para cuando uno esté más viejo y aburrido del dinero y del éxito, y para cuando el joven sea más fuerte y más experto.
Estas son las peleas de box de los tiempos contemporáneos. Si quieren ser importantes estos eventos, tendrán que ser en Las Vegas y depender absolutamente de los mercados de dinero y capital. Podrá perder el mejor o el peor. Si Usted apostó 100 dólares al Canelo, desde luego que los perdió, pues le habrían dado mil 500 dólares si Saúl Álvarez hubiera ganado. Los momios estaban absolutamente en su contra.
No es el esfuerzo de los gladiadores los que triunfa. Las peleas deben durar 12 rounds, para que usted consuma más Cerveza Corona o más Coca Cola, y para que cada espectador internacional pueda ver más spots en los intermedios, o en los calzones de los boxeadores que parecen de payasos por tantos comerciales como pasean por todo el cuadrilátero. Observe que los nocauts son ahora muy extraños: todos se van ahora a los 12 rounds, porque –como decían nuestros paisanos- “with the money dances the dog”… o algo parecido.