Don Federico Sescosse Lejeune
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
El 27 de noviembre de 1915, nació en Zacatecas Don Federico Sescosse Lejeune, cuya vida giró siempre alrededor del terruño que tanto amó y en el que murió en 1999.
Estudió la primaria en Zacatecas y luego fue enviado al “Colegio San Borja” de la Ciudad de México, institución que tuvo que abandonar sin haber terminado sus estudios de Filosofía y Letras, sólo por complacer a su padre, quien lo necesitaba para administrar la fábrica de Piloncillo La Purísima, en el Municipio de Apozol, en donde laboró por más de 44 años. Historiador y arquitecto de corazón, fue inventor creativo e inteligente: alcanzó a obtener la patente de cinco máquinas que desarrolló con destreza y precisión.
Pronto encontró su verdadera vocación: preservar el patrimonio cultural de Zacatecas. La primera tarea que encomendó a su férrea voluntad, fue lograr que demolieran la fachada de su casa, un edificio que ocupaba también el entonces Banco Mercantil de Zacatecas. Le molestaba la fachada de corte modernista construida de granito que desentonaba fuertemente con el entorno colonial de su ciudad; él mismo diseñó la nueva cara del inmueble, la que habría de sustituirlo. Resultó colonial pero, también eso hay que decirlo, no es muy bella. Se distingue del resto de las edificaciones de su entorno.
Empezó por allí y siguió con otros proyectos, algunos más o menos polémicos como el que tuvo que ver con la Vecindad de Jobito, que bajo su intervención fuera convertiao en el conocido Hotel “Mesón de Jobito», un establecimiento insignia del turismo de nuestra capital de cantera rosa.
Formó la Sociedad de Amigos de Zacatecas A.C. para convencer al entonces Gobernador del Estado, Fernando Pámanes Escobedo de que comprara la colección “Mertens de Arte Huichol”; la alojó en el “Museo Zacatecano”, que también empezó a construir él mismo, ubicado en el edificio que ocupara la Casa de Moneda de Zacatecas.
Para lograr la custodia y restauración del “Colegio Apostólico de Guadalupe”, actualmente “Convento de Guadalupe”, consiguió lo nombraran Delegado Honorario del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Zacatecas y restauró la Capilla de la Enfermería del mismo Convento.
Recupero el “Ex Templo de San Agustín” demoliendo las tres casas que lo ocultaban y restauró el majestuoso interior y consolidó la fachada. Diseñó las fuentes “De los Faroles”, la “Fuente y Plaza de Santo Domingo” y la nueva “Fuente de los Conquistadores”. Incluso publicó el libro “Las Fuentes Perdidas”, como un testimonio del patrimonio zacatecano que se había esfumado a lo largo de centurias.
Don Federico proyectó la fachada del “Palacio del Congreso” (replica del frontis de la “Real Caja” destruida en la Revolución). Incluyendo su intervención para lograr que los proyectos de la construcción de los edificios de Telégrafos y Correos, se integraran al paisaje. A pesar de todas sus contribuciones, él propio restaurador consideraba siempre como su más importante legado a los zacatecanos, haber redactado el proyecto de Ley de Protección y Conservación de Monumentos y Zonas Típicas del Estado, y haber fundado la Junta de Conservación de Monumentos y Zonas Típicas del Estado.
Gracias a su interés por preservar el patrimonio y cambiar la imagen de la ciudad, se colocó en la Avenida Hidalgo el primer adoquinado del Centro y se ocultaron los cables de las cornisas de los edificios de la misma avenida: fueron años de insistir y de hablar con funcionarios de todo tipo, hasta conseguir ver cristalizado su sueño del cableado subterráneo para la zona centro de Zacatecas.
El “Colegio de San Luis Gonzaga” entonces, Cárcel Estatal, fue convertido por él en el majestuoso Museo Pedro Coronel: logró convencer al Maestro Coronel de que donara su colección de arte universal al pueblo de Zacatecas.
Trasladó la fachada de la Ex Hacienda de San Mateo de Valparaíso, para colocarla en la “Lonja de los Ganaderos”. Rescató y restauró el “Ex Templo de San Francisco” y continuó luchando hasta que logró rescatar el Ex Convento. Intervino también en la restauración del Templo de Santo Domingo, de sus retablos y de la Sacristía. Diseño el atrio del Cerro de la Bufa, distintivo de la ciudad. Su trabajo permitió que creara un importante museo trasladando a Zacatecas la obra del pintor contemporáneo Francisco Goitia.
Restauró y puso al servicio del culto religioso la Capilla de la Ex Hacienda de Bernardez, así como el resto del Casco de la Hacienda, ayudando a convertir este último en el Centro Platero de Zacatecas Fue también factor decisivo en la consolidación de la vocación turística de la ciudad, no sólo por la belleza y riqueza cultural obtenida a raíz de su trabajo, sino por materializar los proyectos a veces tan cuestionados, de los Hoteles Quinta Real, Continental Plaza y El Mesón de Jovito, actualmente los pilares de la infraestructura hotelera de la ciudad.
Recibió en vida innumerables reconocimientos, incluida la “Medalla Ramón López Velarde” del Honorable Congreso del Estado de Zacatecas, 1990.
Lo conocí de niño: un hombre alto, tipo sajón, lleno, difícil de sonrisa con la ciudadanía, vestía generalmente con ropa de trabajo y era odiado por muchos y querido por otros. Su contribución fue invaluable en los términos de haber limpiado las fachadas de la ciudad: las borró de una tendencia tipo “Las Vegas” o “Nueva Cork de rancho”, cambiando todo por un estilo sobrio y homologando las letras por una sola tipografía en el diseño.
Se decía que fue tolerante con los ricos en la normatividad, y absolutamente estricto con los pobres, pero finalmente, su obra es francamente positiva.
Cuando el Congreso del Estado iba a entregarle el reconocimiento a su trabajo, fui consultado por algunos diputados que intentaban bloquearlo por dos razones: una porque decían que era ahijado del gobernador en turno, y otra por su autoritarismo con los de abajo. Mi recomendación fue decir lo que pensaba: él era un hombre de principios, con virtudes y defectos pero cuya obra estaba finalmente allí: viva, transformando Zacatecas y cambiándonos el rostro que la ciudad tenía desde la Toma de Zacatecas. Los Sescosse Leujune fueron una familia de emprendedores: creadores de los ladrillos y materiales refractarios que tan importantes fueron para los hornos y las minas. Productores sorpresivos de alcohol y piloncillo en la zona sur del Estado donde esa creatividad no existía y, desde luego, los banqueros locales. Mi padre tuvo la cuenta número 652 del Banco Mercantil de Zacatecas, por lo que tuve la fortuna de conocer a don Manuel Sesscose y ese banco absolutamente frío, moderno, con mármol y granito, que mas parecía una institución de la ciudad de Monterrey. La finca modernista se convirtió en colonial, pues estaba prácticamente en la primera cuadra del centro.
Esta familia se la jugó en diferentes ramos comerciales cuando Zacatecas dejó de existir prácticamente desde la Toma de Nateras, Ángeles y Villa que destruyó no solamente los edificios sino el alma de la capital y de sus habitantes. Una familia muy grande fue la descendencia de don Manuel Sesscose, que a pesar de su jerarquía económica, convivió con sus contemporáneos en el lastimado Estado.
Así, Zacatecas tenía su banco, su arquitecto que evitaba desviaciones de proyecto en el paisaje de la ciudad, y muchos otros ciudadanos que construyeron en silencio el lugar en que hoy vivimos. El concepto de héroes anónimos debía estar grabado en algún lugar de nuestra capital. Así como los diputados tienen sus santones, la ciudad debiera tener sus propios próceres para recordarlos no por robar y usurpar como los otros “héroes” que nos han sido impuestos, sino por su contribución al trabajo y por su ejemplo que muchos hemos seguido al desarrollar nuestras propias vidas. Don Federico, de carne y hueso, es uno de esos próceres que debieran estar guardados en la mente de la colectividad de quienes moramos en esta tierra roja de cielos crueles.