Debate chatarra
JAIME ENRÍQUEZ
No siempre es cosa de presumir el hecho de que los latinoamericanos tengamos mucho en común. Revisando hace pocos días el ensayo de César Pérez, un brillante intelectual dominicano sobre la pobreza del debate político que aqueja a aquella nación caribeña, no pude menos que pensar en el México de hoy, tan envuelto en diatribas y discusiones estériles entre nuestros más monitoreados políticos.
Pérez citaba al polaco Goldfarb –nación donde al parecer también “se cuecen habas”- cuando afirmaba que “nuestra sociedad acusa un preocupante déficit de deliberación”.
La idea central de su análisis es esta: “los políticos, en general, constituyen un tipo de intelectual, en tanto que son portadores y hasta productores de ideas, de cultura e ideologías con las cuales ejercen una función de dirigentes de colectividades sociales y políticas.
Sin embargo, la inmediatez de sus objetivos, la urgencia de la venta de sus ideas, su obsesión de obtener adhesión y más que ésta, el voto, no permiten que estos se detengan a profundizar sobre sus propuestas: las venden como enlatados, mientras más compactas mejor, mientras más simples más fácil resulta su venta y, por ende, su compra de voto y hasta de conciencia”.
En esta situación estamos insertos los mexicanos en este aciago 2018, donde hasta Trump interviene en los comicios con sus amagos de militalizar nuestra frontera.
Lo triste del tema es que, dado el banderazo de salida a la sucesión presidencial: desde esa fecha se acabaron las propuestas y empezaron las campañas, las “ideas chatarra”, la compra del voto a través de las estrategias más peregrinas y un verdadero retroceso en el arte de la política, es decir, en la capacidad de polemizar y disentir, pero con la mira puesta en la República, en resolver las necesidades de los gobernados, en velar por sus intereses, en trabajar por construir todos juntos, a pesar de las diferencias, un país donde todos podamos coexistir.
La polarización que han generado en la sociedad el Andrés Manuel López Obrador y el resto de los candidatos, es peligrosa. No sólo porque ha evitado discutir sobre los temas verdaderamente trascendentes para el país, sino porque ha dividido a la nación en bandos que defienden a uno y denuestan a otro desde cada esquina del ring, como si se tratara de una función de boxeo.
Lo peor del caso es que son muy pocas las voces, en este barullo fenomenal, que intentan parar la pelea. Por el contrario: los que debieran permanecer al margen o luchar por el consenso, están tratando de subirse al cuadrilátero para ser también ellos tomados en cuenta por los medios y los electores potenciales: hasta Diego Fernández de Ceballos, que pone las manos al fuego por el Niño Azul, se dedica a avivar la hoguera y a polarizar aún más un escenario ya de por sí revuelto y complejo.
Tal vez lo peor no sea el espectáculo, con todo lo que de por sí tiene de denigrante, sino que esta lucha trabaja en contra de los ciudadanos, que son quienes financian a estos malos histriones, mientras en las colonias, los pueblos y las casas, la gente de verdad vive rodeada de dosis excesiva de “vida real”: problemas de transporte, de inseguridad, de narco menudeo, de desempleo, de atención médica, de falta de oportunidades para el desarrollo personal y colectivo. Eso es lo realmente importante, lo otro es solamente la pista de un circo de acrobacias y pastelazos sin sentido.
Cuando dentro de algunos años nos acordemos de lo que pasa ahora, seguramente nos lamentaremos del tiempo que dedicamos a presenciar este espectáculo tan pobre, y de lo mucho que pudo haberse hecho en este tiempo, en cambio, para cimentar las bases de la democracia y del proyecto de nación del siglo que empieza. Nos dolerá no haber ido a fondo en la reforma del Estado, no haber trabajado en programas integrales de desarrollo social y económico que atacaran desde la raíz la pobreza extrema y la desigualdad en la distribución del ingreso. Lamentaremos habernos dejado encandilar por los reflectores mediáticos que orientaban sus luces hacia los foros más vistosos y dejaban, en cambio, de enfocarse hacia voces más sensatas como la del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, colocado siempre inteligentemente al margen de tantos dimes y diretes, pero presto a alzar la voz con propuesta, proyectos y soluciones para los grandes males nacionales.
Corresponde a la sociedad, ya que las cúpulas políticas no han sabido hacerlo, colocarse por arriba de la difamación y de los golpes bajos, y comenzar a exigir alternativas y trabajo, mucho trabajo eficaz por parte de quienes hemos empleado para administrar los dineros de todos. Tenemos derecho a ser exigentes y severos, a pedir cuentas y resultados. No pagamos por ver sino por hacer. No hay que olvidarlo, so pena de que, envueltos en este juego absurdo, la nación se nos desmorone sin remedio.