Cultura Impar | Cuando el ego puede más que la ideología

JOSÉ MANUEL RUEDA SMITHERS

Yo opino que lo que no cabe en el asiento es el ego de Noroña,

los que no tienen y llegan a tener, locos se quieren volver

Palabras de Elisa…

Este fenómeno es bastante común y no exclusivo de los políticos de izquierda; ocurre en todos los espectros ideológicos. Se debe a la desconexión entre el discurso y la práctica cuando el poder se convierte en una realidad.

Antes de gobernar, los políticos suelen hacer énfasis en la austeridad y la justicia social para conectar con la ciudadanía, especialmente en sectores que se sienten excluidos o perjudicados por las élites. Sin embargo, una vez arriba, muchos caen en lo que criticaban, ya sea por comodidad, presiones del entorno o simplemente porque el acceso a esos lujos se vuelve una tentación difícil de resistir.

Algunos justifican estos cambios bajo el argumento de que ahora “representan a una nación” y, por tanto, requieren cierto estatus. Otros simplemente se ven absorbidos por la dinámica del poder y la burocracia. En cualquier caso, la incongruencia entre lo que se predicaba y lo que se practica suele generar desilusión entre sus votantes. Esto demuestra que, más allá de la ideología, el verdadero desafío está en mantener la coherencia y la ética en el ejercicio del poder.

El fenómeno de la incongruencia entre el discurso y la práctica no es nuevo ni exclusivo de una ideología. Pero en el caso de los políticos de izquierda, la contradicción es más evidente porque su narrativa está basada en la defensa de las clases populares, la lucha contra la corrupción y la austeridad en el uso de los recursos públicos.

Muchos políticos inician sus carreras con ideales firmes, pero cuando acceden al poder, se enfrentan a una realidad distinta. La posibilidad de viajar en primera clase, hospedarse en hoteles lujosos o acceder a privilegios exclusivos puede generar un cambio en su visión. La comodidad y el estatus se vuelven tentaciones difíciles de rechazar, sobre todo cuando el sistema ya está diseñado para ofrecer estos beneficios.

La semana pasada, el líder del Senado, un sr. Fernández Noroña, volvió a ser viral ante la incongruencia de su discurso y sus hechos.

Su argumento es solo una justificación burocrática. Intenta explicar estos cambios pues ahora representa a un país y no es un lujo personal, sino una necesidad diplomática o protocolaria. Esto les permite racionalizar comportamientos que antes criticaban ferozmente.

Una vez arriba, los políticos dejan de vivir en la realidad cotidiana de la mayoría de los ciudadanos y se rodean de asesores, empresarios y otros líderes con estilos de vida muy distintos. Este nuevo círculo influye en su percepción y les hace creer que ciertos privilegios son “normales” o “necesarios” para ejercer el cargo.

Por ello buscan quitar los mecanismos de rendición de cuentas. Sin una supervisión real sobre sus gastos y privilegios, no hay consecuencias por el uso indebido de los recursos públicos y caen en excesos sin temor a represalias.

Cuando los ciudadanos ven esta incongruencia, aumenta la desilusión y la desconfianza en la política. El problema es que, al repetirse este patrón con cada nuevo gobierno, la apatía crece y se refuerza la idea de que “todos los políticos son iguales”, lo que debilita los movimientos sociales que originalmente impulsaron el cambio.

Sr. Senador, su comportamiento es un recordatorio de que la ideología por sí sola no garantiza la honestidad ni la coherencia en el ejercicio del poder. Más allá del discurso, es fundamental que respete la transparencia y rendición de cuentas que en cualquier gobierno -de izquierda, derecha o centro- impide que se aproveche de los recursos públicos para beneficio personal.